sábado, 14 de enero de 2012

MUY EN EL FONDO

«Aquel mismo día, los siervos de Isaac vinieron a darle la noticia de que habían encontrado agua en el pozo que estaban abriendo» (Génesis 26:32).

No se te olvide ponerte las botas de excursionista. Cuando los excavadores de pozos lleguen al agua, lo más probable es que esta fluya por el hoyo que se abrió y te moje. El versículo de hoy nos muestra que la lleva excavando pozos miles de años. El agua es necesaria para saciar nuestra sed, para bañarnos, y para mantener la vida de nuestros animales y mascotas. A veces la gente que hace pozos tiene que cavar decenas de metros bajo tierra para encontrar agua. El 6 de enero hablamos de ríos subterráneos. Eso es precisamente lo que buscan los excavadores de pozos. Ellos usan unos taladros gigantes para penetrar en la superficie de la tierra y así encontrar el precioso líquido que tanto necesitamos. A veces juzgamos a las personas por las cosas que hemos exteriormente. Quizá caminan de manera graciosa, se visten diferente a nosotros o llevan el cabello de una forma particular Nos olvidamos de todo el bien que Dios ha puesto dentro de ellos. Seguramente estas personas se sienten mal porque los demás no las entienden y se fijan solo en lo exterior Quizá esto también te ha ocurrido a ti. No olvides que Dios ha puesto cosas buenas en el interior de cada persona. Busquemos esas cosas buenas, y descubramos por qué todos somos especiales ante los ojos de Dios.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

TU AMIGO EL ESPÍRITU SANTO

Pero recibiréis cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos […] hasta lo último de la tierra. (Hechos 1:8).

Si tuvieras la oportunidad de estar frente a una persona poderosa, como el presidente de un país, y te dijera: «Puedes pedir lo que desees, y gustosamente te lo daré». ¿Qué le pedirías? ¿Riquezas, fama, o tal vez algún cargo importante?
La Biblia registra varios casos de hombres de fe que pidieron algo a Dios y les fue concedido. Sabemos que Elíseo pidió una «doble porción» del espíritu de Elías (2 Rey. 2:9). David pidió «un corazón limpio y un espíritu recto» (Sal. 51: 10). Salomón, a su vez, solicitó de Dios «sabiduría y prudencia» (1 Rey. 4: 29).
Es muy importante que confíes en la promesa: «Pedid y se os dará» (Mat. 7: 7). Nuestro Padre celestial tiene diversas maneras de contestar tus peticiones, pero hay algo que desea concederte de inmediato si lo solicitas de todo corazón: el Espíritu Santo. Esta bendición te será concedida cuando renuncies a tu vida pasada y aceptes a Jesús a través del bautismo. Pedro declara: «Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hech. 2: 38).
¿Por qué es importante recibir el Espíritu Santo?
  • Porque nos capacita para trabajar al servicio de Cristo (Hech. 1:8).
  • Porque nos ayuda en nuestras debilidades e intercede por nosotros (Rom. 8: 26).
  • Porque nos concede dones espirituales que son repartidos a cada uno (1 Cor. 12: 1, 11).
  • Porque somos el templo donde él desea morar en forma permanente (1 Cor. 3: 16, 17).
  • Porque nos concede el fruto del Espíritu (Gal. 5: 22-26).
Para obtener dichos beneficios el apóstol Pablo nos aconseja: «Orad en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velad en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos» (Efe. 6: 18).
El Espíritu Santo desempeña un papel importantísimo en nuestra experiencia cristiana. Él debe ser nuestro amigo especial, quien nos guiará a toda verdad y multiplicará nuestros dones cuando los dediquemos a realizar la obra asignada por Dios.
Señor, ayúdanos a escuchar cada susurro del Espíritu Santo y no retires su voz de nuestros oídos. Deseamos servirte de corazón, entregando nuestros dones a ti. lin Jesús oramos. Amen.

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Clarissa Corea, licenciada en Educación infantil.

LO QUE NADIE TE PUEDE QUITAR – 2

El que ama su vida, la penderá. Juan 12:25.

«No es ningún tonto el que da lo que no puede conservar —escribió Jim Elliot— para ganar lo que nadie le puede quitar». Jim Elliot tenía 22 años cuando escribió esas palabras en su diario. Y las hizo parte de su vida al usar sus talentos como misionero al servicio del Señor Jesús. Lamentablemente, sus años de servicio terminaron prematuramente, apenas a los 28 años de edad, cuando fue asesinado junto a otros cuatro misioneros que se proponían evangelizar a los indios aucas, en la jungla amazónica del Ecuador.
¿Pero qué quiso decir con eso de que «no es ningún tonto el que da lo que no puede conservar para ganar lo que nadie le puede quitar»? Las palabras del Señor Jesús nos pueden ayudar a entender: «El que ama su vida, la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna» (Juan 12: 25).
Lo que nos conviene dar, porque no la podemos retener, es nuestra vida. Cuando por amor la entregamos al Señor, entonces él nos da lo que nadie nos puede quitar: la vida eterna.
La muerte de Jim Elliot y sus amigos se produjo el 8 de enero de 1956. Los cinco misioneros habían tenido un breve contacto con tres indios aucas el día 6 de enero, en la ribera del río Curaray. Pensaron que ese contacto inicial prepararía el terreno para incursionar exitosamente en territorio auca. Pero no fue así. Dos días más tarde, varios indios asesinaron a los cinco jóvenes.
Un detalle significativo de la tragedia es que Jim Elliot y sus compañeros portaban armas. ¿"Por qué no se defendieron? Porque habrían arruinado su testimonio ante los aucas. Cuando los autores de la masacre se percataron de que los misioneros podían haberse defendido, y cuando se enteraron de los motivos de su visita, se arrepintieron y entregaron sus vidas al Señor.
¿Qué nos enseña el martirio de Elliot y sus amigos? En primer lugar, estos jóvenes vivieron de acuerdo con lo que creían. En segundo lugar, entendieron la importancia del testimonio cristiano. Decidieron no pelear, porque habían ido a llevar vida, no a quitarla. Y aunque esa decisión les costó la vida, hoy centenares de aucas aman al Señor, gracias al testimonio que dieron estos jóvenes ese «trágico» 8 de enero de 1956.
Ayúdame, Señor, a entregarte lo que no puedo conservar, para lo que nadie me podrá quitar.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

BASTA YA DE CULPAR A LOS DEMÁS

«El que oculta sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y se aparta de ellos alcanzará misericordia» (Proverbios 28:13).

Suponga que usted y yo pudiéramos hablar con David sobre su adulterio con Betsabé. Según la forma de pensar actual quizá nos dijera: «Sencillamente, no pude evitarlo, era tan bella... ¿Por qué tuvo que bañarse al aire libre? Tenía que haber supuesto que alguien la podía ver. Sé que no debí matar a Urías, su esposo, pero no podía permitir que se enterara de la relación que yo mantenía con ella. Supongo que me dejé dominar por el pánico».
Jesús no dijo: «Bienaventurados los que se excusan por sus pecados», sino: «Bienaventurados los que lloran por sus pecados». David no se excusó por lo que hizo. En el Salmo 51 se lamentó por su pecado: «Ten piedad de mí, Dios [...] borra mis rebeliones. ¡Lávame más y más de mi maldad y límpiame de mi pecado!, porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí» (vers. 1-3).
¿Se imagina al hijo pródigo largándole todo este discurso a su padre? «Papá, escucha. Ya sé que no tenía que haberme ido de casa, pero no me quedaba otra elección. Mi hermano siempre se burlaba de mí diciendo que yo jamás haría nada tan bien como él. Cuando me acuerdo de todo, pienso que no fuiste justo conmigo. No te diste cuenta de mis necesidades emocionales tan especiales y no las supliste. Es verdad, no colaboraba en las labores del campo, pero es que lo mío es el arte. Me imaginé que en la ciudad podría encontrarme a mí mismo.
Allí conocí a una joven muy agradable que me fue infiel. Una noche bebí demasiado y perdí todo el dinero en el casino. Siento el daño causado».
En lugar de culpar a otros, mientras estaba sentado con los cerdos, el joven decidió que iría a casa y diría a su padre: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros» (Luc. 15: 18, 19).
Tendemos a culpar a otros por nuestros errores. Pero la Biblia dice: «El que oculta sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y se aparta de ellos alcanzará misericordia».( Basado en Mateo 5: 4)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill