martes, 1 de noviembre de 2011

EL PODER

Acuérdate Jehová, tu Dios, porque él es quien te da el poder. (Deuteronomio 8:18).

En un seminario católico estudiaba un joven que tenía doble personalidad. Por causa de los traumas familiares que arrastraba desde la infancia se había creado dos personajes ficticios: el del hombre bueno, noble y puro que deseaba ser y el del hombre malvado, cruel e inhumano que llevaba dentro. Hasta tal punto llegó su locura que primero hizo daño a otras personas y después intentó suicidarse. Cuando la detective que investigaba el caso visitó el seminario le hizo una pregunta a un sacerdote: «Padre, ¿cree usted que todos necesitamos sentir el poder de un yo positivo en nuestro interior?». A lo que el sacerdote respondió: «No. Lo que todos necesitamos es el poder de Dios».
La Nueva Era plantea que dentro de nosotros está el poder de hacer el bien o el mal, pero aceptar esta tesis es como decir que Dios no tenía que haberse molestado en venir a este mundo para vivir y morir por nosotros. Si pudiéramos hacer el bien por nosotros mismos no tendríamos necesidad de un salvador, ni tampoco de un Dios que nos proporcionara una vida plena y feliz.
Este engaño, que para algunos es nuevo, no es más que una versión moderna del engaño que hábilmente Satanás presentó a Eva en el jardín del Edén: «Seréis como Dios, conocedores del bien y el mal» (Gen. 3: 5). Una de las afirmaciones más categóricas de Cristo fue: «Separados de mí nada podéis hacer» (Juan 15: 5). La historia le ha dado la razón: el ser humano, lejos de Dios, solo produce mal.
¿Has llegado a desarrollar algún tipo de doble personalidad para engañarte a ti misma y a los demás? Aunque sabemos desde pequeños lo que es bueno y lo que es malo, nuestra naturaleza se inclina por lo incorrecto, porque nacemos bajo la condenación del pecado. Se necesita el poder de Dios para responder amablemente, a palabras groseras o duras. Se necesita el poder de Dios para sobrellevar la carga de un esposo abusivo, para educar a los hijos y superar sus rebeldías. Se necesita el poder de Dios para desafiar los retos que se nos presentan como mujeres.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

PARA RESTAURAR LA VERDAD

Y echó por tierra la verdad, e hizo cuanto quiso, y prosperó... Y él dijo: hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado. Daniel 8:12, 14.

Durante siglos, la verdad de Cristo permaneció oculta a los corazones humanos. No es casualidad que en nuestros días existan cientos de religiones que pretendan tener la verdad y aseguren conducir al cielo. Esa enorme cantidad de religiones son simplemente una reacción contra la tiranía y opresión religiosa que durante siglos dominó al mundo cristiano.
Daniel anticipó proféticamente que la verdad celestial sería echada por tierra y que un poder usurpador prosperaría con el engaño. Tristemente, muchos de esos engaños aún repercuten en las mentes de quienes no se han animado a estudiar las Sagradas Escrituras.
Seguramente has escuchado hablar de que los muertos van al cielo, o al infierno o al purgatorio; que ellos nos están mirando y alentando desde el más allá en los momentos de dificultad y dolor. Todo eso es parte de un gran engaño ideado por los enemigos de Dios y de su verdad. También habrás oído que a Dios no le importa a qué iglesia uno va, porque lo realmente importante es pertenecer a una. Eso es falso; porque es posible ser cristiano y estar en el error. Otra mentira es creer que podemos ganar la salvación a través de actos de benevolencia, creyendo que Dios está obligado a salvarme si soy una persona "buena". Error, mentira, engaños: todo esto prosperó en la mente del "cuerno pequeño" que hostigó a la humanidad durante 1.260 años.
La Biblia, la única fuente de verdad, señala que los muertos están descansando, esperando el regreso de Cristo para volver a la vida. Es importante nuestra creencia, porque "hay camino que parece derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte" (Prov. 16:25), y la salvación solo viene por la fe en los méritos y la obra de Cristo.
La Iglesia Adventista del Séptimo Día no nació como una iglesia más, sino que fue levantada por Dios en el tiempo indicado para restaurar la verdad en todo el mundo. No existe otra iglesia en el planeta con una doctrina tan pura, coherente con toda la Biblia, y que predique la observancia de los Diez Mandamientos.
A lo largo de este mes, acompáñame para que juntos veamos la importancia de vivir a la luz de la verdad.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

¡FRUTO!

Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe. Galatas 5:22.

Me miraba con insistencia, como se mira a alguien a quien se conoce hace mucho tiempo. Pero también con timidez, como si temiese estar equivocada. Me sonreía con discreción, como se sonríe a alguien a quien se respeta. Yo nunca la había visto, pero sus ojos me decían que ella sabía quién era yo.
Debió tener más de sesenta años. Ojos grandes y negros, rostro blanco, adornado de joyas discretas; en fin, una mujer elegante. El traje azul marino que vestía la hacía más elegante aún. La saludé cortésmente. Eso la animó, cobró valor, se levantó y vino hacia mí.
-No estaba equivocada: sabía que era usted -me dijo, con una sonrisa abierta.
Después, más confiada, me contó que veía mi programa en la televisión. Y, mientras esperábamos el avión, me habló de sus luchas y de sus conflictos espirituales.
-El esfuerzo no es siempre la clave del éxito. Conozco gente esforzada e infeliz -me dijo-. Tal vez, yo sea una de ellas.
-¿Por qué? -le pregunté.
-Tengo un carácter difícil -se quejó-. He luchado toda mi vida para cultivar las virtudes cristianas, y jamás lo logré. Eso me pone triste, me siento mala.
El texto de hoy afirma que las virtudes no son conquistas por medio del esfuerzo humano, sino que son fruto del Espíritu. ¡Fruto! ¿Entiendes? El fruto no se fabrica, se cosecha; es el resultado natural del desarrollo de un árbol. Requiere tiempo; no hay desarrollo sin tiempo. El árbol necesita estar plantado y absorber, de la tierra, la fuerza de la vida. El fruto es la fuerza del Espíritu.
¡Vivir en el Espíritu! ¿Qué significa eso? Estar conectado a la Fuente de las virtudes, que es Jesús. Sin él, la vida se transforma en una sucesión de esfuerzos frustrados; sin él, la religión es un fardo pesado, que nadie puede cargar. Es correr y no llegar; comenzar, y no terminar.
Hoy puede ser la diferencia. La paz, el gozo, el amor, la benignidad y la bondad pueden aparecer en tu vida, como el capullo que se abre, anunciando que el fruto vendrá. Todas esas virtudes son solamente fruto, el fruto maravilloso del Espíritu, si confías tu vida a Jesús. ¡No salgas a cumplir tus compromisos de este día sin él!

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón