lunes, 16 de abril de 2012

¡VENCE AL ASTUTO ENEMIGO!


«A su lado estaba Tobías, el amonita, que añadió: "Para colmo, miren el muro que están construyendo: ¡hasta una zorra lo puede echar abajo, si se sube en él!"» (Nehemías 4:3).

¡Uy! Parece que hemos llegado en un gran momento. Ciro, el rey de Persia, acaba de pedir a los israelitas que se vayan a sus casas después de setenta años de cautiverio en Babilonia.
Nabucodonosor había destruido las murallas de Jerusalén muchos años atrás y ahora el profeta Nehemías estaba animando al pueblo a reconstruirlas. Cuando lo estaban haciendo, Tobías y varios de los enemigos de Israel se burlaban de ellos. Tobías estaba tratando de evitar de una manera astuta que Israel pudiera defenderse de ellos. Les decía respecto al muro: «¡Hasta una zorra lo puede echar abajo, si se sube en él!».
Los zorros, esos pequeños parientes de los perros, son conocidos por ser muy astutos. Satanás también lo es. De manera engañosa, trata de mantenernos ocupados para que no tengamos tiempo de entablar amistad con Jesús. No le permitas que haga eso. Encuéntrate con Jesús cada día y construye una muralla protectora que mantenga a ese astuto y viejo zorro alejado de tu corazón.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

UNA MAÑANA INOLVIDABLE


Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pedís en mi nombre, yo lo haré (Juan 14:13-14).

Debido a un pequeño problema de salud tenía que someterme a un desagradable procedimiento médico con cierta frecuencia. Me colocaban una sonda, y cuando esta no tenía éxito, tenían que drenarme utilizando una jeringuilla.
Un día, mientras iba de camino al hospital, conversaba con mi Dios y le rogaba que me ayudara. Hablaba con el Señor y le agradecía porque en su misericordia él había ofrecido a su Hijo por nuestra salvación. Además le pedía que mostrara su bondad para conmigo y que en la media hora duraba la prueba pudieran lograrse los resultados deseados.
Seguí conversando con el Señor durante todo el trayecto y en la sala de espera. Le contaba que nunca había pedido su ayuda respecto a mi situación, pues me parecía que no había necesidad de molestarlo por algo tan sencillo.   Pero también le decía que sentía temor y que acudía a él en busca de ayuda. En media hora los técnicos realizaron el procedimiento y retiraron la sonda. Yo me sentía aliviada y alababa al Señor por su ayuda y misericordia. 

Querida amiga, te exhorto a que confíes siempre en la oración. En ocasiones oramos pidiendo algo y nos parece que el Señor no nos escucha, pero él tiene distintas formas de responder.  A veces nos responde en forma positiva y al instante.  En otras situaciones la respuesta puede ser negativa, porque él sabe si nos conviene lo que pedimos o no.  Por otro lado, quizá tengamos que esperar durante años para recibir la respuesta a una petición. El hecho es que en su amor Dios ve a través del tiempo y responde en el momento oportuno.
La oración es un bálsamo eficaz para todos los problemas de la vida.  Es como si se nos concedieran alas, como si cada paso lo diéramos con seguridad, como en terreno firme, pues vamos de la mano del Señor que todo lo sabe y lo dirige en este tormentoso mundo.
Que Dios te bendiga y nos ayude a confiar en la oración.  ¡Oremos sin cesar y nuestra vida estará llena de bendiciones!

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Silvia García de Díaz

¿GIGANTES EN EL CAMINO?


Dame [...] este monte. Josué 14:12, RV95

Me apoyo en ti, Señor, para expulsar de mi territorio cualquier gigante que me quiera atemorizar.
¿Sabes cuántas personas integraban el pueblo de Israel cuando salieron de Egipto? La Biblia habla de unos seiscientos mil hombres, sin contar las mujeres y los niños (Éxo. 12:37). ¡Fácilmente podían superar los dos millones de almas!
¿Podemos imaginar el día cuando, después de tantos años de vagar por el desierto, los israelitas finalmente poseyeron Canaán y repartieron las tierras? En esa ocasión ocurrió un episodio digno de recordar. Antes de que la tribu de Judá recibiera su porción de territorio, Caleb se acercó a Josué y le hizo un pedido que dejó a todo el mundo boquiabierto: «Dame [...] la región montañosa que el Señor me prometió (Jos. 14:12).
¿A qué «región montañosa» se refería? Nada menos que a Hebrón, ¡tierra de gigantes! ¿Por qué Caleb no pidió una tierra ya conquistada? Porque en lo más íntimo de su corazón había una misión que debía completar. Y aunque sus fuerzas ya no eran las de antes, pudo lograr su objetivo por medio de tres poderosas «armas»:
1. Caleb se colocó de parte de Dios. Cuarenta y cinco años antes, cuando Moisés lo había enviado a reconocer la tierra, Caleb creyó que podía poseerla, y así lo expresó (Jos. 14:7). Y aunque en ese entonces esa sinceridad casi le costó la vida, se mantuvo de parte de Dios.
2. Caleb creyó la promesa de Dios. Aunque habían transcurrido tantos años desde que Dios le había prometido a Hebrón (ver Núm. 14:24), y a pesar de que esa tierra todavía estaba habitada por gigantes, Caleb creyó que Dios cumpliría su palabra al pie de la letra (Jos. 14:9).
3. Caleb se apoyó en el poder de Dios. Sin lugar a dudas, a sus 85 años de edad su vigor físico no era el mismo. ¿Por qué entonces dijo que todavía se encontraba tan fuerte como cuando Moisés lo envió a la misión de espionaje? La respuesta está en Josué 14:12: «Con la ayuda del Señor los expulsaré de ese territorio, tal como él [Dios] ha prometido».
¿Cuáles son los gigantes que tienes que expulsar de tu «monte»? ¿La duda, el desaliento, la inseguridad, un vicio, un pecado acariciado? El secreto de Caleb puede ser tu secreto para desalojarlos hoy mismo: «Con la ayuda del Señor los expulsaré de ese territorio, tal como Dios ha prometido».

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

CUMPLIR LA LEY


«No penséis que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolir, sino a cumplir»  (Mateo 5: 17).

Supongamos que estoy conduciendo por la ciudad donde vivo. Imagine que llego a un cruce y el semáforo está en rojo. Me paro y espero a que cambie. Cuando se pone en verde, continúo; pero luego, al cabo de medio kilómetro, hay otro semáforo que también está en rojo. Esta vez no me detengo, sino que, sin más, sigo adelante. Como puede imaginar, al instante, detrás de mí, veo un automóvil con unas luces centelleantes sobre la capota. Se trata de un agente de policía. Hace que me detenga junto a la acera. Bajo el cristal de la ventanilla, me pide mi permiso de conducir y me dice que me pondrá una multa por haberme saltado el semáforo en rojo. «Pero, agente», replico yo, «no sé por qué tenía que detenerme en ese semáforo en rojo. Me detuve en el último y, en lo que a mí respecta, he cumplido la ley. No creo que tenga que detenerme más en ningún semáforo en rojo».
«¡Ridículo!», dirá usted; y con razón. Cuando me detuve en el primer semáforo, cumplí la ley, pero al hacerlo no anulaba la ley. Al contrario, reconocía su validez. 
Jesús lo dejó claro para los que lo escuchaban —y para nosotros que lo escuchamos ahora— cuando en realidad dijo: «No vine para anular la ley, tampoco a repudiarla, ni tampoco eliminarla. Vine a cumplirla; o, lo que es lo mismo, obedecerla».
Cuando mi esposa me pide que vaya al supermercado, me da una lista con las cosas que necesita.
Yo compro todo lo que hay en la lista; en otras palabras, cumplo su petición. Hay quienes enseñan que Jesús vino a eliminar la ley de Dios. Esto es imposible, porque elijo que había venido a cumplirla; es decir, a someterse a ella. Jesús realzó la ley, porque los fariseos enseñaban que todo lo que hay que hacer es cumplir la ley de forma externa. Jesús enseñó que hay que obedecerla desde el corazón.
Para algunas personas, parece que la ley de Dios es, por así decirlo, un yugo sobre sus espaldas. Esto hace que sea difícil de sobrellevar. Yo quiero tener la ley de Dios en el corazón y cumplirla desde dentro hacia fuera. Basado en Mateo 9:17-19

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill