lunes, 3 de enero de 2011

PALABRAS DE AMOR

«Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna», Juan 3: 16.

Busca las palabras del versículo eliminando las letras X y W. Enciérralas con color rojo (están todas las palabras).


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Memoriza el versículo y escribe una oración de agradecimiento a Jesús: Jesús demostró lo mucho que te ama cuando murió en la cruz.


Tomado de meditaciones matinales para menores

Conéctate con Jesús
Por Noemí Gil Gávez

UNA CONFIANZA CON RECOMPENSA

No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene una gran recompensa (Hebreos 10:35).

Constantemente nos enfrentamos a la frustrante experiencia de perder objetos, oportunidades, amistades, trabajos... Aunque de alguna manera hemos aprendido a convivir con ello, no deja de resultar desagradable y doloroso. Perder algo siempre produce una sensación de inseguridad, derrota y frustración. Esto se debe a que en nuestro corazón existen fuerzas que continuamente libran la batalla por triunfar, por recibir aplauso y obtener prestigio, Y es que para eso hemos sido creados por Dios.
Adán y Eva fueron nombrados amos y señores de toda la creación. «Los bendijo Dios y les dijo: "Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y sometedla: ejerced potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y todas las bestias que se mueven sobre la tierra"» (Gen. 1: 28). El Creador estableció para el ser humano una vida de triunfos, de alegría y de seguridad, por lo que es normal que sintamos tanto rechazo al fracaso, la pérdida y la derrota.
El amor con el que convivían nuestros primeros padres fue el primer regalo que recibieron de Dios. No fue sino hasta después del pecado cuando cambiaron las cosas, y el ser humano, como consecuencia de sus actos, se quedó solo, al romper lazos de amistad con sus semejantes e incluso con Dios.
Dos buenas amigas, que habían compartido alegrías y tristezas a lo largo de los años, se enfrentaron por causa del éxito que habían logrado en la vida. Aunque se habían jurado fidelidad, la envidia las encadenó, trayendo con ella discordia. La hermosa amistad que una vez las había unido se rompió. Se hicieron tanto daño que las heridas generaron un abismo entre ambas y terminaron sus vidas siendo enemigas e infelices.
Dios nos insta a no perder nuestra confianza en sus promesas. Él sabe cuán desdichadas se tornan nuestras vidas cuando lo perdemos como amigo. Por eso hoy, al enfrentar los retos de un nuevo día, recuerda que tenemos un amigo incondicional que siempre estará a nuestro lado diciéndonos: «No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene una gran recompensa» (Heb. 10: 35).

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres

De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

DOS CONTRA UNO

Y dijeron: ¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros? Y lo oyó Jehová. Números 12:2.

¿Te llevas bien con tus hermanos? ¿Podrías afirmar que tienes una relación saludable con todos ellos? El orador de una Semana de Oración en uno de nuestros colegios hizo estas preguntas. Luego añadió una tercera que provocó una reacción notable: "¿Quiénes aquí se llevan mal con sus hermanos?" Para mi sorpresa, la gran mayoría de los alumnos levantó la mano en señal de aprobación. Las razones: los que habían nacido primero se quejaban que los más pequeños tenían algunos privilegios que ellos no tenían; los que habían nacido al final no soportaban los "abusos" de los mayores, y los hermanos del medio se sentían "el queso" del emparedado familiar.
Las peleas entre hermanos no son asunto exclusivo del presente; en las Escrituras se encuentran numerosos casos de hermanos que pelean por diversas razones. El caso que mencionaremos hoy fue una pelea iniciada por dos hermanos mayores, María y Aarón, contra su hermano menor, Moisés.
Por su temperamento, no era fácil entrar en contiendas con Moisés, ya que "era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra" (Núm. 12:3); pero los grandes privilegios que había recibido por Dios despertaron los celos y la envidia de sus hermanos. Por intermedio de Moisés, el Señor había obrado milagros poderosos en la liberación de Israel; Dios lo había designado para conducir a los dos millones de peregrinos a la tierra prometida; y como si fuera poco, Dios hablaba con él "cara a cara" (vers. 8). María inició la censura y Aarón no la reprochó, sino que se acopló en su desafecto. Con un poco de altanería, la hermana mayor preguntó: "¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?"
Dios reprendió duramente a los dos hermanos por una actitud provocada por los celos y la envidia. Ambas características se iniciaron en Lucifer cuando, disconforme con la posición del Hijo de Dios en contraste con la suya, procuró llegar al trono celestial. Todavía estos rasgos son transmitidos a los seres humanos que le permiten al gran engañador ocupar un lugar en el corazón. Y el colmo de esta condición es cuando hermanos, seres que llevan el mismo apellido y la misma sangre, se ven separados y distanciados porque uno de ellos no soporta el bienestar del otro.
¿Cómo hacer para que desaparezcan estos sentimientos del corazón? Debemos dejar que Cristo more en él. La sangre de Cristo tiene el poder para limpiar nuestra vida de toda contaminación, y los celos y la envidia son parte de las impurezas que deben ser exterminadas.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuela

VlVIR ES PROSEGUIR

Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Filipenses 3:14.

Con apenas 20 años, Raúl llega a la conclusión de que su vida es un fracaso. "¿Para qué continuar viviendo?", me pregunta en la carta, después de contarme las derrotas de su vida. Desde los 16 años, ha estado usando drogas. Al principio, solamente para "probar". O, tal vez, para no sentirse aislado del grupo.
"A la hora que quiero, paro", les decía a los que le aconsejaban abandonar ese camino.
El día llegó. Quiso parar. Casi había perdido la vida en un accidente automovilístico. Quiso parar, y descubrió que ya no podía. Era un pobre esclavo del vicio. A partir de allí, su vida fue un fracaso tras otro. Abandonó los estudios, dejó la casa paterna y empezó a practicar pequeños robos. Acabó pasando un tiempo en la prisión.
Cierta noche, medio drogado, prendió la televisión del cuartucho inmundo que compartía con otros drogadictos, y me vio hablando del amor de Dios y de las incontables oportunidades que el Señor da a los seres humanos. El mensaje tocó su corazón. Fue a raíz de eso que escribió una carta a la producción del programa.
Al leer el versículo de hoy, tengo la impresión de que el apóstol San Pablo le está hablando a este joven. "Prosigo a la meta", dice Pablo. El verbo proseguir, en griego, es lambanó. Literalmente, significa "alcanzar la cumbre de una montaña para descubrir que existe otra montaña más alta".
Proseguir no es simplemente seguir. Es seguir a pesar de las dificultades, de las derrotas y de las promesas no cumplidas. Proseguir es continuar. Llegar es parar. El día que paras, mueres. La vida es proseguir.
Raúl necesita levantarse y proseguir. Todos necesitamos hacerlo. Cada día. A despecho de los errores cometidos. La más grande tragedia del ser humano no es resbalar y caer, sino quedarse caído pensando que una derrota es el fin de la carrera.
En la pasarela de los victoriosos no desfilan las personas que jamás conocieron la derrota. La victoria es fruto de continuar a pesar de los fracasos ocasionales.
Un nuevo año se presenta. El desafío es correr detrás del ideal que Dios tiene para ti. No te desanimes. Tómate de la mano poderosa del Señor y escribe una nueva página de tu historia. "Prosigue a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón