sábado, 1 de septiembre de 2012

¡AYYY, ESO DUELE!


«Los que viven en Marot se retuercen de dolor ansiando sentirse bien, porque el Señor ha hecho que el mal llegue» (Miqueas 1:12).

¿En qué momento la gente dice «¡ayyy!»? Obviamente cuando algo les duele. Pero, ¿sabes por qué se siente el dolor? ¿Te gustaría que la próxima vez que te pincharas un dedo no te doliera? Bueno, suena como una buena idea, pero en realidad no lo es. 
Dentro de tu cuerpo hay unos pequeños hilos llamados nervios. Cuando te pinchas un dedo, te quemas la mano o te golpeas en la nariz, tocas los nervios. Estos envían inmediatamente una señal a tu cerebro alertándolo de que has recibido una herida y entonces sientes dolor El cerebro le ordena al dedo, la mano o a cualquier otra parte del cuerpo, que se aleje rápidamente de lo que le está causando el dolor.  Por eso es tan importante y bueno poder sentir dolor, ¿no te parece? Si no lo sintieras dejarías la mano puesta sobre la estufa caliente.
A veces debemos aprender lecciones difíciles en la vida, tal vez porque hemos hecho cosas equivocadas o como consecuencia de errores que otros han cometido. A veces no es una parte de nuestro cuerpo la que está herida, sino nuestros sentimientos. El dolor nos ayuda a aprender a no volver a hacer esas cosas. Dios quiere que aprendamos de los errores. Es duro sentir dolor pero, ¿cómo podríamos aprender sin él?

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

PALABRAS DE ÁNIMO


Nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios (2 Corintios 1:4).

El día de mi cumpleaños, mi esposo y yo nos fuimos de compras y luego él me invitó a almorzar. No fue casualidad que nos sentáramos donde nos sentamos. En la mesa de al lado estaba almorzando una familia numerosa y me llamó la atención que los acompañaba un niño de unos seis años que sufría algún tipo de retraso mental. De inmediato pensé en mi hijita y se me llenaron los ojos de lágrimas, recordando lo mucho que se sufre en una situación como esa.
Me acerqué para hablar con la madre, pues me había identificado con su dolor. Le dije que, al igual que ella, nosotros habíamos enfrentado esa misma dificultad. Noté una expresión de sorpresa en su rostro, pues en ocasiones, ante un gran sufrimiento, pensamos que nadie nos puede comprender. Traté de infundirle ánimo y le hablé de cómo nuestra situación nos había ayudado a ser pacientes, tolerantes y humildes, virtudes que de otro modo quizá no se habrían arraigado profundamente en nuestras vidas.
Ella me dijo que la situación de su niño les había traído paz, tanto en lo personal como en su hogar, que vivían pidiéndole al Señor que les diera fortaleza, sabiduría y paciencia. Mi esposo se unió a mí en los consejos y palabras de ánimo y al final aquella madre se despidió dándome un beso en la mejilla y diciendo: «Ustedes son muy lindos». Subió a su auto y la vimos llorar. Le prometí orar por ella y por su situación y así lo he hecho. Sé que Dios la fortalecerá como lo hizo con nosotros.
Aquella tarde Dios pudo usarnos. ¡Gracias, Señor Jesús, por permitirnos ser un medio de consuelo para quienes lo necesitan! «A todos nos acosan preocupaciones apremiantes, cargas y obligaciones; pero cuanto más difícil la situación y más pesadas las cargas, tanto más necesitamos a Jesús» (El ministerio de curación, p. 409).
Intentemos en todo momento pronunciar palabras de I mudad y consuelo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Anónimo

HACER LO QUE SABEMOS


Si alguien te demanda y te quiere quitar la camisa, déjale que se lleve también tu capa. Mateo 5:40.

Alguien dijo que lo más difícil de ser cristianos es hacer lo que sabemos que tenemos que hacer. No está lejos de la verdad.
James Sire ilustra muy bien este punto con la experiencia de Susana, una estudiante universitaria, que no creía en Dios.
Cierto día Susana decidió seguir el consejo de una amiga, en el sentido de «probar a Dios». Comenzó a leer los Evangelios con la condición de que, si encontraba algo que tuviera sentido, lo pondría en práctica.
Leyó hasta que llegó al Sermón del Monte: «Si alguien [...] te quiere quitar la camisa, déjale que se lleve también tu capa» (Mat. 5:40). Esas palabras la dejaron tan impactada que, al final de la lectura, dijo: «Si tú existes, Dios, quiero que sepas que voy a tratar de hacer lo que dice este versículo. Ya sabes por qué. Quiero saber si existes y si Jesús es quien dice ser».
Cierto día Susana estaba en la biblioteca de la universidad cuando un estudiante quiso apoderarse, por la fuerza, de su cubículo de estudio.
—¡Mira, yo voy a usar este cubículo sea que te guste o no! —gritó el joven.
Cuando oyó estas palabras, Susana recordó el versículo del Sermón del Monte. Entonces dijo para sí: «Dios, dondequiera estés, es verdad que yo quiero saber si Jesús es Dios, pero, ¿no hay otra manera de averiguarlo que no sea obedeciendo este versículo? No quiero que este tipo se salga con la suya».
Después de batallar consigo misma durante algunos segundos, Susana reconoció que ese era el momento de aplicar las enseñanzas de Jesús.
—Puedes quedarte con mi cubículo —dijo.
Resultará curioso, pero el asunto no quedó ahí. Una empleada de la biblioteca que vio todo el incidente informó a las autoridades universitarias de lo ocurrido. Cuando le preguntaron a Susana cuál era su deseo, ella reiteró con firmeza: «Pueden darle mi cubículo».
Más tarde, el mismo «bravucón» le preguntó a Susana por qué había accedido. Su respuesta fue simple: «Lo que he leído en la Biblia me ha enseñado que, si crees en Jesús, él te dará mucho más que un cubículo de estudio. Así que puedes quedarte con el cubículo. Es lo que Jesús habría hecho» (Discipleship ofthe Mind [El discipulado de la mente], pp. 111-113).
Señor, en cada circunstancia, ayúdame a actuar como tú lo habrías hecho.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

TÚ, SEÑOR, ME VES


«Mi pecado te declaré y no encubrí mi iniquidad. Dije: "Confesaré mis rebeliones a Jehová", y tú perdonaste la maldad de mi pecado» (Salmo 32:5).

Imagine por un momento que usted es testigo de la reunión del hijo pródigo con su padre. «Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre» (Juan 15:20). La palabra «vio» está muy cargada de significado. Vio quién era, vio de dónde venía, vio las vestiduras harapientas, vio la inmundicia de los cerdos en sus manos y pies, vio su aspecto penitente. Dios ve a las personas de una manera que usted y yo jamás entenderemos. Ve a través de nosotros, a simple vista, como si fuéramos de cristal; ve todo nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.
Cuando el padre vio al hijo, «fue movido a misericordia». Su corazón no sentía ira hacia su hijo; solo sentía compasión por aquel pobre muchacho que se había causado tanto daño a sí mismo. Cierto que era culpa del muchacho, pero en aquel momento no lo pensó. El estado en que se encontraba, su miseria, su vergüenza y su rostro, pálido por el hambre, conmovieron el corazón de su padre. También Dios se compadece de nuestros sufrimientos y miserias. Aunque nosotros mismos seamos la causa de nuestros problemas, Dios se compadece de nosotros. «Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias» (Lam. 3:22).
Se cuenta una historia más moderna, de un padre y un hijo que habían discutido. El hijo huyó, y el padre partió en su busca. Lo buscó durante meses, pero sin éxito. Finalmente, en un último esfuerzo desesperado por encontrarlo, el padre puso un anuncio en el periódico. El anuncio decía: «Querido hijo, reúnete conmigo delante de la redacción de este periódico el lunes al mediodía. Todo está perdonado. Te quiero. Tu padre». El lunes se presentaron ochocientos «hijos»; todos buscaban el perdón y el amor de sus padres.
Todos nosotros necesitamos que nuestro Padre celestial nos perdone. ¿Cree usted que él está demasiado ocupado para que pueda escuchar su confesión?  ¿Tiene miedo de que no le haga caso y lo rechace? Recuerde la historia del hijo pródigo. Nuestro Padre celestial nos busca. Basado en Lucas 15:11-32

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

EL AMOR ES PACIENTE


Con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros en amor (Efesios 4: 2).

El amor es el motivador más poderoso de la vida y tiene una profundidad y un significado tanto mayores que lo que comprende la generalidad de las personas. Siempre hace lo mejor para los demás y puede darnos la capacidad de enfrentar el problema más terrible. Nacemos con una sed de amor que dura toda la vida pero en algunos casos no siempre es satisfecha esa sed.
Nuestro corazón lo necesita con desesperación, como nuestros pulmones necesitan el oxígeno. El amor cambia nuestra motivación para vivir. Con él, las relaciones cobran significado. Ningún matrimonio, como las relaciones interpersonales, puede funcionar con éxito sin amor. El amor se apoya en dos pilares que lo definen a la perfección. Esos pilares son la paciencia y la bondad.
Las otras características del amor son extensiones de estos dos atributos. Y aquí comenzará tu desafío: con la paciencia. El amor te inspirará a transformarte en una persona paciente. Cuando decides ser paciente, respondes en forma positiva frente a una situación negativa. Eres lento para enojarte. Decides guardar la compostura en lugar de enfadarte con facilidad. En vez de ser impaciente y exigente, el amor te ayuda a calmarte y comenzar a demostrar misericordia a los que te rodean.
Reflexión: ¿Cómo practicas la paciencia y la bondad con tus hijos, con el (la) cónyuge, con tus compañeros de trabajo, con tus jefes o dirigidos? ¿cómo lo haces en la iglesia? Piensa en las ocasiones en que lo has hecho.

ORA A DIOS PARA QUE HOY TE CONCEDA LA PACIENCIA QUE TU FAMILIA Y COMPAÑEROS DE TRABAJO NECESITAN.


Tomado de 50 días de Oración
Por Pr. Juan Caicedo Solís
Secretario Ministerial, Dir. Hogar y Familia
Unión Colombiana del Sur.