martes, 20 de agosto de 2013

ADVERTENCIA DE INUNDACIÓN

Lugar: Holanda
Palabra de Dios: Tito 3:5

Sin la protección de diques y dunas, grandes extensiones de Holanda desaparecerían debajo del agua. Es así. Las zonas norte y oeste del país se sumergirían fácilmente. Eso es porque gran parte de Holanda está por debajo del nivel del mar, o muy cerca.de el.
Ya en la época medieval, la gente quería más tierra seca. ¿Cómo la consiguieron? Construyeron muros —o diques— y quitaron el agua con bombas.
Una noche, un chico llamado Pedro caminaba junto a un dique, cuando vio una pequeña perdida de agua. El agua salía de un pequeño agujero en el dique. El agujero no era muy grande, pero Pedro sabía que ese pequeño chorrito podría convertirse en un torrente. Miró a su alrededor, pero no había nadie a la vista. ¿Que debía hacer?
«Tengo que detener la filtración de alguna manera», pensó. «Pero, ¿cómo?» La única idea que se le ocurrió fue poner su dedo en el agujero. Eso funcionó durante un ratito, pero eventualmente el agua agrandó el agujero.
Pronto, Pedro tuvo que usar todo su brazo para evitar que corriera el agua. Se puso el sol, y oscureció. El agua estaba fría, y se le había dormido el brazo.
Pedro comenzó a tiritar, mientras la temperatura bajaba a lo largo de la noche. Aunque tenía frío y sueño, se decía: «Tengo que quedarme aquí. Tengo que detener el agua». A la mañana siguiente, la gente del pueblo encontró al chico, todavía con el brazo en el dique. Gracias a su valentía y coraje, detuvo una inundación, salvando la tierra y, posiblemente, muchas vidas.
Un chico salvó al pueblo. Un Hombre salvó al mundo, no de una inundación, sino de la muerte eterna. «El nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia sino por su misericordia».

Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinson

ESTRELLAS EN MI CORONA

Vengo pronto. Aférrate a lo que tienes, para que nadie te quite la corona. Apocalipsis 3: 11

El gran acontecimiento de mi encuentro final con Dios en la tierra nueva siempre deambula por mi mente. Con los ojos de la imaginación me parece que puedo visualizar el momento en que las manos del Salvador coloquen sobre mi cabeza esa corona que tiene preparada especialmente para mí. ¡Qué momento tan sublime será aquel! Me aferro fuertemente a la esperanzadora promesa que hemos recibido corno súbditos del reino eterno: «Cuando aparezca el Pastor supremo, ustedes recibirán la inmarcesible corona de gloria» (1 Ped. 5: 4).
¡Una corona de gloria! Esa será la recompensa visible de la fidelidad que hayamos brindado a Dios a lo largo de nuestra vida terrenal. No sé si todas las coronas serán iguales, pero si tomamos en cuenta que Dios conoce la naturaleza de la mujer, me imagino que pondrá un detalle especial en las coronas preparadas para sus hijas. ¿No te parece que tendría lógica?
¿Cómo serán las estrellas que adornarán tu corona y la mía? Elena G. de White escribió al respecto: «Vi después un gran número de ángeles que tratan de la ciudad brillantes coronas, una para cada santo, cuyo nombre estaba inscrito en ellas» (Eventos de los últimos días, cap. 19, p. 237).
Cada estrella representa las almas que hemos ayudado a salvar. Representan a todas aquellas personas que la vida y las circunstancias pusieron en nuestro camino, y que finalmente llegaron al cielo gracias, entre otras cosas, a nuestra influencia positiva. Las estrellas serán una señal que los redimidos llevaremos sobre nuestra cabeza. Mostrarán objetivamente el amor compasivo que brindamos a nuestros semejantes de una manera práctica. Brillarán por la eternidad y nos recordaran el esfuerzo que hicimos, con el poder de Dios, para rescatar a los pecadores de la muerte eterna.
¿Cuántas estrellas deseas que tenga tu corona? Entonces, trabaja arduamente ahora para recibirlas después. Mira a tu alrededor. ¡Ese es tu campo de acción! Esas almas hoy perdidas, son las que harán brillar tu corona si las ayudas a acudir a Cristo.
Comencemos ahora, en Jerusalén, y luego en Samaria. En nuestra casa, en nuestra familia, en nuestro entorno. Si trabajas por el Señor, podrás decir con seguridad como el apóstol: «Por lo demás me espera la corona de justicia que el Señor, el juez justo, me otorgará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que con amor hayan esperado su venida» (2 Tim. 4: 8).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

¿CUÁNDO ES POSIBLE LA RECONCILIACIÓN?

Por tercera vez Jesús le preguntó: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?” A Pedro le dolió que por tercera vez Jesús le hubiera preguntado: “¿Me quieres?” Así que le dijo: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero” (Juan 21:17).

Siempre es posible perdonar a quien nos ha hecho daño. De hecho, la Biblia requiere que, por nuestro propio bien, perdonemos a los que nos han ofendido, sin importar la gravedad de la herida que hayamos sufrido, o si la persona pide o desea el perdón. Es unilateral y sana al que lo otorga.
La reconciliación, sin embargo, no siempre es posible. La reconciliación depende de dos personas y ambas necesitan invertir mucho en el proceso para que se produzca. ¿Cuándo es posible la reconciliación y la renovación de una amistad profunda?
Lewis B. Smedes enuncia cuatro condiciones:

  • Primera: se debe comprender y aceptar la realidad del daño. Quien hizo el daño debe reconocer que hubo sufrimiento, que fue injusto y profundo. Hay quienes lastiman a otros sin darse cuenta. Mientras no lo acepten, no habrá reconciliación genuina. El reconocimiento de la falta contribuye a la reparación del daño causado.
  • Segunda: quien hirió debe sentir la herida que causó. No es suficiente un asentimiento intelectual del problema. Debe sentir el dolor que causó.
  • Tercera: al dialogar tiene que actuar con sinceridad. El diálogo establece el foro, el espacio en el que ocurre la reconciliación. Debe haber disposición a escuchar el relato del herido y tratar de entenderlo con sinceridad. El que fue herido también debe asegurarse de que el otro ha comprendido.
  • Cuarta: debe haber sinceridad en cuanto a un futuro común. Esto incluye una promesa de que quien hizo daño no volverá a herir nunca más.

La experiencia de José nos proporciona un ejemplo muy útil al respecto. Él había perdonado a sus hermanos y renunciado a la venganza antes de que ellos se aproximaran.
Cuando llegaron, sin embargo, José no se dio a conocer a ellos inmediatamente. Quería saber si habían cambiado. Los probó para saber si era posible una reconciliación. Jesús hizo lo mismo.
Los cuatro elementos mencionados no se dan con facilidad. Es un proceso difícil que requiere mucho amor en el que perdona y humildad en el ofensor. También requiere tiempo.
Y no siempre es perfecto, porque nadie lo es. ¡Pero es posible! Dios hoy puede obrar un milagro en tu vida. ¿Qué dices?.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

OBREMOS CUANDO LA OPORTUNIDAD SE PRESENTA

¿Quieres ser sano? Juan 5:6.

La sanación del enfermo de Betesda contiene una lección de un valor incalculable para todo cristiano, una lección de importancia solemne y temible para el incrédulo y el escéptico. Mientras el paralítico yacía junto al estanque, impotente y en efecto sin esperanza, Jesús se acercó y le preguntó con tonos de lástima: “¿Quieres ser sano?” Este había sido el meollo de su deseo y oraciones durante muchos años de espera y de desánimo. Con fervor tembloroso le contó la historia de sus esfuerzos y frustraciones. No tenía amigo a mano que lo llevara con brazo firme hasta el estanque sanador. Sus pedidos agonizantes de ayuda quedaban sin respuesta; todos los que se encontraban a su alrededor buscaban el ambicionado bien para sus propios seres queridos.
Cuando se esforzaba dolorosamente para llegar al estanque cuando se agitaban las aguas, otro se apresuraba para llegar antes que él.
Jesús miró al sufriente y dijo: “Levántate, toma tu lecho, y anda” (Juan 5:8). No había certeza de ayuda divina, ninguna manifestación de poder milagroso.
No es de extrañarse que el hombre contestara: “¡Es imposible! ¿Cómo puede esperarse que yo use miembros que no me han obedecido durante 38 años?” Desde un punto de vista enteramente humano, tal razonamiento parecía consistente. El sufriente podría haber albergado la duda y haber dejado pasar así la oportunidad brindada por Dios. Pero no; sin pregunta alguna se aferró de su única opción. Cuando intentó hacer lo que Cristo le había ordenado, le llegaron la fuerza y el vigor; y fue restaurado.
¿Recibirá usted, lector que duda, la bendición del Señor? Deje de dudar de su Palabra y de desconfiar de sus promesas. Obedezca las órdenes del Salvador y recibirá fuerza. Si vacila y entra en una discusión con Satanás, o empieza a considerar las dificultades y las improbabilidades, su oportunidad pasará, quizá para nunca más volver.
El milagro de Betesda debió haber convencido a todos los presentes de que Jesús es el Hijo de Dios…
A la orden de Cristo, el paralítico había cargado la simple estera en la que había yacido; y ahora Satanás, siempre listo para lanzar sus insinuaciones, sugirió que esto era una violación del sábado… Esperaba que una controversia sobre este tema destruyera la fe inspirada por el acto de sanidad del Salvador en varios corazones -Signs of the Times, 8 de junio de 1882.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White