viernes, 26 de julio de 2013

UNA CAMIONETA LOCA

Lugar: Oklahoma, EE.UU.
Palabra de Dios: Proverbios 11:6, RVR

Carol vio que el semáforo cambiaba de verde a amarillo, y luego a rojo. Apretó el pedal del freno, pero su camioneta Chevrolet modelo 84 se negó a frenar. El acelerador se había atascado, y el vehículo siguió andando. Al acercarse a una esquina, Carol apretó frenéticamente el pedal del freno, pero no pasó nada.
“¡Oh, no!” Todo lo que podía hacer era una mueca, mientras pasaba el semáforo en rojo. Afortunadamente, no venía ningún auto del otro lado. Dando un suspiro de alivio, apoyó ambos pies sobre el freno. La camioneta disminuyó un poco la velocidad, y Carol logró detenerse al costado de la calle. Luego, llamó para que remolcaran la camioneta hasta el taller más cercano.
-Nunca me había pasado esto -le dijo al mecánico-. Apreté el pedal del freno, pero no pasó nada. Y el pedal del acelerador estaba atascado.
El mecánico levantó el capot, y rápidamente descubrió la respuesta al problema. Bajo el capot, había una cantidad de nueces pacanas, unas cincuenta en total. Aparentemente, una rata había decidido hacer su nido en la camioneta. Y una de las nueces se había alojado al lado del cable del acelerador, haciendo que este permaneciera abierto.
Una nuez pacana no es muy grande, pero puede causar mucho daño; y, cuando hay una pila de cincuenta nueces, los efectos pueden ser mortales. Lo mismo sucede con los pequeños pecados que acariciamos en nuestra vida. Quizá sea algo que te gusta mirar, cierto hábito que no quieres abandonar o amigos que hacen cosas malas.
Recuerda: “La justicia de los rectos los librará; más los pecadores serán atrapados en su pecado”. No permitas que se amontonen cosas pequeñas en tu vida. Cuanto antes te deshagas de ellas, mejor.

Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinsone

EN LAS MANOS DE DIOS

Puse en el Señor toda mi esperanza; él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor. Salmo 40:1.

Seguramente más de una vez hemos sido invitadas a poner todos nuestros problemas en las manos Dios. Es posible que muchas hayamos tenido la intención de hacerlo, pero terminamos atadas a nuestras cuitas, sin conseguir despojarnos de ellas de manera eficaz.
Cuando alguien desea poner su vida y sus problemas al cuidado de Dios, debe, como primera condición, tomar la decisión de colocar su voluntad a un lado y dejar que Dios actúe como soberano en su vida y en sus problemas.
La segunda condición consiste en aprender a vivir en el tiempo de Dios. Un tiempo que se mide en forma diferente al nuestro. Muchas veces nos apresuramos y nos adelantamos al Señor, y eso impide que se haga efectiva la solución que él tiene preparada para nosotras.
Deponer nuestras cargas significa no darle sugerencias a Dios respecto de la manera en que deseamos que él se manifieste en nuestra vida y en nuestros problemas.
Implica dejar nuestras soluciones a un lado con el fin de permitir que Dios actúe a favor nuestro. Las exigencias que tenemos, muchas veces lo que hacen es poner un freno al gran poder de Dios. Debemos aceptar que “Dios es demasiado sabio para equivocarse y demasiado bueno para negar un bien a los que andan en integridad” (El camino a Cristo, cap. 11, p. 143). ¡Confiemos en él!
Por último, nos resta ejercer una fe inquebrantable, aunque las condiciones del entorno estén en contra de nuestras expectativas. “Por la fe Abraham, cuando fue llamado para ir a un lugar que más tarde recibirla como herencia, obedeció y salió sin saber a dónde iba” (Heb. 11:8).
Caminar por fe, sin ver, sin conocer los resultados finales, pero con la convicción de que serán los mejores; eso es verdaderamente dejar nuestros problemas en las manos de Dios.
Amiga, esta mañana Dios te invita a descansar de tus cargas. Dobla tus rodillas ante su majestad y, con el rostro inclinado, coloca a sus pies todas tus cargas.
“Pero tú, espera en el Señor, y vive según su voluntad, que él te exaltará para que heredes la tierra. Cuando los malvados sean destruidos, tú lo verás con tus propios ojos” (Sal. 36:34).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

UN RAYO DE INSPIRACIÓN

Cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra (Hechos 1:8).

Tom Cicoria tenía 42 años de edad, era cirujano ortopédico y le gustaba hacer deporte.
Una tarde, mientras asistía a una reunión familiar, se encontraba al aire libre junto al lago. El día era agradable, pero observaba unas nubes de tormenta a lo lejos. Fue a una caseta de teléfono cercana para llamar a su madre. En MusicofiHa, Oliver Sacks expresa su testimonio: “Hablaba con mi madre por teléfono. Llovía un poco, se oyó un trueno a lo lejos. Mí madre colgó. El teléfono se encontraba a un paso de mí cuando [un rayo] me alcanzó.
Recuerdo el destello de luz que salió del teléfono. Me golpeó el rostro. Lo siguiente que recuerdo es que volaba hacia atrás”. Cuando volvió en sí, una mujer le practicaba técnicas de reanimación.
El accidente tuvo secuelas que todavía nos dejan perplejos. De repente, Cicoria sintió el deseo insaciable de escuchar música de piano. Lo único que escuchaba era rock, pero ahora estaba obsesionado con el piano. Compró música y se enamoró especialmente de un disco de Vladimir Ashkenazi en el que toca sus piezas preferidas de Chopin. Entonces sintió el deseo de tocar el piano y empezó a tomar lecciones. Después, durante un sueño, comenzó a escuchar música en su cabeza. Cuando despertó seguía escuchándola y se levantó para anotar la melodía, aunque nunca había escrito música. Se levantaba muchas veces a las cuatro de la mañana para tocar hasta que se iba al trabajo. Cuando regresaba, tocaba hasta que se iba a dormir. Cicoria todavía toca el piano y escribe música.
¿No te gustaría que te cayera un rayo para que te empezaran a gustar las cosas que agradan a Dios? Imagínalo. Un rayo para que dejes de comer mucha sal, o mucha azúcar, o sencillamente demasiado. ¿Qué te parece un rayo que borre de tu mente los pensamientos oscuros y sombríos o que te ayude amar a tus enemigos? ¿No sería fantástico?
¿Sabes? En cierta manera eso sí puede ocurrir. Cuando los discípulos oraron a Dios en el aposento alto pidiendo poder, el Espíritu Santo bajó como un rayo de fuego sobre sus cabezas.
Los discípulos fueron transformados. Se amaban unos a otros y tenían todas las cosas en común. Eran una comunidad ideal. Dios quiere darnos su Espíritu para lograr lo mismo en nosotros. Pídele esta mañana el poder transformador del Espíritu Santo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

LAS LANGOSTAS

Entonces Jehová dijo a Moisés: Extiende tu mano sobre la tierra de Egipto para traer la langosta, a fin de que suba sobre el país de Egipto, y consuma todo lo que el granizo dejó. Éxodo 10:12.

Moisés advirtió al monarca que… se enviaría una plaga de langostas, que cubriría la faz de la tierra, y comería todo lo verde…
Los consejeros de Faraón quedaron horrorizados. La nación había sufrido una gran pérdida con la muerte de su ganado. Mucha gente había sido muerta por el granizo…
Se llamó nuevamente a Moisés y a Aarón, y el monarca les dijo: “Andad, servid a Jehová vuestro Dios. ¿Quiénes son los que han de ir?” La respuesta fue: “Hemos de ir con nuestros niños y con nuestros viejos, con nuestros hijos y con nuestras hijas; con nuestras ovejas y con nuestras vacas hemos de ir; porque es nuestra fiesta solemne para Jehová” (ver Éxo. 10:8, 9). El rey se llenó de ira…
¿Cree su Dios que los dejaré ir, con sus esposas e hijos, en una expedición tan peligrosa? No haré tal cosa; solo ustedes, los hombres irán a servir al Señor.
Este rey opresivo y de corazón duro, que había intentado destruir a los israelitas mediante trabajos forzados, ahora aparentaba tener profundo interés en su bienestar y tierno cuidado por sus pequeñuelos. Su verdadero objetivo era retener a las mujeres y los niños como garantía del regreso de los hombres…
Se ordenó a Moisés que extendiera su mano sobre la tierra, y vino un viento del este que trajo langostas “en tan gran cantidad como no la hubo antes ni la habrá después”. Llenaron el cielo hasta que la tierra se oscureció, y devoraron toda cosa verde que quedaba en la tierra y entre los árboles.
Faraón hizo venir inmediatamente a los profetas y les dijo: “He pecado contra Jehová vuestro Dios, y contra vosotros. Más os ruego ahora que perdonéis mi pecado solamente esta vez, y que oréis a Jehová vuestro Dios que quite de mí al menos esta plaga mortal” (vers. 16, 17).
Así lo hicieron, y un fuerte viento del occidente se llevó las langostas hacia el mar Rojo, de manera que no quedó ni una. Pero, a pesar de la humildad que manifestó bajo la amenaza de muerte, tan pronto como la plaga fue quitada el rey endureció su corazón, y nuevamente se negó a dejar salir a Israel -Signs of the Times, 18 de marzo de 1880; ver texto similar en Patriarcas y profetas, pp. 276, 277.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White