martes, 11 de junio de 2013

LA GUERRA DE LOS BIGOTES

De Lugar: Francia
Palabra de Dios: Efesios 4:32

El casamiento debió haber sido un acontecimiento espectacular. El rey Luis VII, de Francia, se casaba con Eleanor, la hija de un duque muy rico. Ella traía consigo una gran dote, dos provincias del sur de Francia, y el rey se convertía, así, en un hombre mucho más rico.
La historia cuenta que, poco tiempo más tarde, el rey se fue de viaje. Durante ese viaje, se cortó la barba. No tenía idea de cuánto le molestaría esto a su esposa.
-¿Por qué te afeitaste la barba? -preguntó Eleanor, cuando su esposo volvió a casa-. Te ves muy feo sin ella.
"¿Cómo se atreve a hablarme así?" pensó, furioso, el rey. Su enojo ganó, y se negó obstinadamente a volver a dejarse crecer la barba.
La reina tampoco estaba dispuesta a ser tratada así. "Merezco más respeto", se dijo a sí misma. Se divorció del rey de Francia y se casó con el rey Enrique II, gobernante de Inglaterra. Entonces, exigió al rey Luis VII que le devolviera la dote y se la diera a su nuevo marido. Cuando el rey Luis VII se negó a hacerlo, el rey Enrique II le declaró la guerra.
Los dos países pelearon la "Guerra de los Bigotes" durante 301 años, hasta que finalmente, declararon la paz en 1453. ¡Cuán necio que todo haya comenzado porque un rey se haya cortado la barba! Un pequeño incidente llevó a una gran guerra; todo, porque dos personas rehusaron ser amigables una con la otra.
¿Qué habría pasado si Eleanor hubiera sido más bondadosa con su opinión? ¿Qué habría ocurrido si el rey Luis VII hubiese sido más comprensivo? ¿Qué habría sucedido si los dos hubieran estado más dispuestos a perdonar? Cuánto mejor habría sido todo si hubieran seguido el consejo del apóstol Pablo: "Sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo". No permitas que las cosas pequeñas se agranden, hasta la desproporción.

Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinson

PARA SER FUERTE

Dichoso el que tiene en ti su fortaleza, que solo piensa en recorrer tus sendas. Cuando pasa por el valle de las lágrimas lo convierte en región de manantiales. Salmo 83:5-6.

Después de que Josué reconociera con humildad que no tenía lo necesario como para continuar la tarea del gran patriarca Moisés, recibió una confirmación de parte de Dios: «Durante todos los días de tu vida, nadie será capaz de enfrentarse a ti» (Jos. 1:5). Con esa promesa, el nuevo líder tomó ánimo y puso su confianza en Dios.
La soberbia es el resultado de pensar que lo tenemos todo y que no necesitamos nada ni a nadie, pues somos autosuficientes. La soberbia nos da un falso sentido de engrandecimiento personal, y nos lleva a sentir que somos superiores a los demás. Ese fue el mismo pecado que llevó a Satanás a suponer que no necesitaba a su Creador. Sin embargo, Josué, no actuó con soberbia, sino que fue humilde y aprendió a depender de Dios en todo momento.
La humildad nos hace reconocer que todo lo valioso que hay en nuestras vidas proviene de la mano de nuestro Creador, y que por lo tanto debemos depender de él para todo, pues nada es fruto de nuestros propios méritos o esfuerzos. La humildad es la virtud que nos lleva a considerar a los demás como personas valiosas y a entender que los necesitamos. Al mismo tiempo nos da un sentido realista de lo que nosotras mismas valemos, y nos ayuda a poner los pies sobre la tierra.
Podemos edificar sobre nuestras debilidades una sólida fortaleza con la ayuda de Dios y de los demás: «El que es sabio tiene gran poder, y el que es entendido aumenta su fuerza» (Prov. 24:5). Cuando aceptemos nuestra necesidad de Dios y lo busquemos, seremos mujeres de poder y estaremos listas para hacer frente a los desafíos.
También quisiera recordarte que, cuando tengas problemas, la alegría de los niños te ayudará a pasar bien los malos momentos, y que la experiencia de los ancianos representa un valioso recurso que te brindará un sinfín de soluciones. Asimismo, la visión de los jóvenes te servirá para renovar diariamente tus perspectivas y objetivos. Cuando «no puedas», mira a tu alrededor y te darás cuenta de que hay muchas manos dispuestas a ayudar. Sobre todo, busca escuchar a cada paso la voz de Dios que te dice: «Sé fuerte y valiente» (Jos:1:6).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

CÓMO LIBRARSE DEL TERROR

Cada uno será como un refugio contra el viento, como un resguardo contra la tormenta; como arroyos de agua en tierra seca, como la sombra de un peñasco en el desierto (Isaías 32:2).

Durante el siglo XIX el mundo cristiano miraba el futuro con grandes esperanzas. Los predicadores proclamaban la Edad de Oro del progreso de la humanidad. Los adventistas eran tenidos como alarmistas porque anunciaban calamidades y terrores.
Pero cuando estalló la Primera Guerra Mundial, seguida de la Gran Depresión de 1929 y luego la Segunda Guerra Mundial, la humanidad comenzó a entender que el progreso natural y la estabilidad internacional estaban muy lejos de alcanzarse. Los días que siguieron al ataque a Pearl Harbor, que obligó a los Estados Unidos a entrar en el conflicto bélico, fueron muy difíciles para Norteamérica. La industria no estaba preparada para construir armamento para una guerra de tales dimensiones. Las batallas se perdían una tras otra, tanto en Europa como en el Pacífico.
En esos momentos de crisis, el presidente Franklin D. Roosevelt repitió una de sus frases favoritas: «No tenemos nada que temer, excepto el temor mismo». Estas palabras dieron ánimo al pueblo norteamericano. Pero si lo analizamos cuidadosamente, veremos que equivale a silbar en la oscuridad, como diciendo que no hay por qué tener miedo. Cuando los temores son imaginarios, de algo sirve silbar en la oscuridad, pero eso no se puede comparar con un haz de luz que penetra la oscuridad y nos muestra que, en efecto, no hay nada que temer.
Dios ha dado su Palabra que es como una lámpara a nuestros pies y «es una luz en mi sendero» (Sal. 119:105). Cuando los Estados Unidos y la Unión Soviética estaban fabricando y probando sus bombas de hidrógeno, alcanzó gran venta el libro titulado No Place to Hide [No hay dónde esconderse], en el que se presentaba el asombroso poder destructivo de las armas nucleares, la futilidad de los refugios contra esas bombas y la facilidad con que un insensato podía desatar una hecatombe mundial.
Si los adventistas han predicado los terrores del fin del mundo, lo cual deben hacer para que nadie ignore que ocurrirá, han predicado con más vigor y elocuencia la gran esperanza de la segunda venida de Jesús en gloria y majestad. No tenemos nada que temer. Él es nuestro amparo y fortaleza. Como dice nuestro texto de hoy: «Cada uno será como un refugio contra el viento, como un resguardo contra la tormenta; como arroyos de agua en tierra seca, como la sombra de un peñasco en el desierto». Confiemos en él. Es la mejor actitud que podemos adoptar al empezar el día.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

JESÚS, EL CUMPLIMIENTO DE LA PROFECÍA

Porque si creyeseis a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Juan 5:46.

Jesús habló con seguridad y reveló una profundidad de pensamiento que superaba por mucho el de los escribas y rabinos más entendidos. Era evidente que tenía un conocimiento esmerado de las Escrituras del Antiguo Testamento y que presentaba la verdad sin mezclarla con dichos y máximas humanos. Las viejas verdades caían en sus oídos como una nueva revelación...
Jesús presentaba sus lecciones a la gente, pero no tenía el hábito de afirmar su elevado derecho a la autoridad. Él había venido a salvar al mundo perdido, y sus palabras y obras, toda su vida humana, habría de hablar a favor de su divinidad. Permitió que su dignidad, su vida, su proceder, testificaran ante la gente que él hacía las obras de Dios. Dejó que ellos extrajeran su propia conclusión respecto de sus aseveraciones en tanto les explicaba las profecías concernientes a su persona. Los dirigía a buscar en las Escrituras, porque era esencial que interpretaran correctamente la misión y la obra del Hijo de Dios. Les señaló el hecho de que él estaba cumpliendo las profecías que hasta ese momento habían sido anunciadas por hombres santos movidos por el Espíritu Santo. Declaró abiertamente que estos habían escrito de él, e iluminó sus palabras y obras con los claros rayos de la luz de la profecía... Se destacó en su ministerio como alguien que se distinguía de todos los otros maestros. El mismo había inspirado a los profetas a escribir de él. La obra de su vida había sido planificada en los concilios eternos del cielo antes de la fundación del mundo... Su vida era la luz de los hombres, y él presentaba su vida ante el pueblo, para que su fe echara mano de ella, y llegasen a ser uno con él.
Aunque presentaba una verdad infinita, dejó sin decir muchas cosas de las que pudo haber dicho, porque incluso sus discípulos no eran capaces de comprenderlas. Dijo: "Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar" (Juan 16:12). El meollo de su enseñanza era la obediencia a los mandamientos de Dios, que obrarían la transformación del carácter e inculcarían la excelencia moral, moldeando el alma a la semejanza divina. Cristo había sido enviado a la tierra para representar a Dios en su carácter. Jesús era el Dador de la vida, el Maestro enviado por Dios para proveer salvación para un mundo perdido, y para salvarnos a pesar de todas las tentaciones y engaños de Satanás. El mismo era el evangelio. El presentaba claramente en sus enseñanzas el gran plan diseñado para la salvación de la raza.— Review and Herald, 7 de julio de 1896.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White