domingo, 17 de enero de 2010

ENFRENTANDO MI JERICÓ

Por la fe cayeron los muros de Jericó (Hebreos 11::30).

Los israelitas enfrentaron la batalla de Jericó con temor. La situación parecía increíble. Las murallas eran imposibles de traspasar. El enemigo que estaba dentro era invencible. Nosotras también enfrentamos Jericós en la vida -problemas que son imposibles de traspasar, enemigos que parecen invencibles, o una situación que nos parece increíble-, y nosotras también tenemos temor. Yo enfrenté mi propio Jericó en diciembre de 2006. Me habían diagnosticado cáncer. El enemigo que estaba adentro era invencible. La situación me parecía increíble; y tenía temor. Comenzó como un dolor de muelas. Pero el dentista dijo que mis dientes estaban bien, así que me recomendó ver a un neurólogo. Una resonancia magnética reveló que era un pequeño crecimiento en el nervio trigémino izquierdo, cerca del cerebro. Una biopsia reveló que era un linfoma no Hodgkin. Después de una cirugía de aproximadamente cinco horas, el crecimiento desapareció. Luego le sucedieron una serie de tratamientos de quimioterapia. Los israelitas tenían temor de enfrentar Jericó, pero Dios les ordenó que marcharan. Así que ellos marcharon por fe durante siete días, y "por la fe cayeron los muros de Jericó". Mi marcha alrededor de los muros de mi Jericó no duró siete días, sino siete meses. Marché por fe, y por la fe los muros de mi cáncer se derrumbaron. Pero no fue sólo por mi fe, sino por la fe de miles de personas en el mundo que oraron por mí. Fue la fe de mis colaboradores, de mis hijos y mi esposo. Durante esos siete meses Ron no se apartó de mi lado. Tantas veces quise abandonar la marcha. Era un viaje terrible. Quería que terminara. Deseaba morir. Pero no lo hice. Por la fe -y la fe de una multitud de amigos- continué la marcha. Por la fe -la fe de mis hijos que a menudo me llamaban para darme ánimo- continué la marcha. Por la fe -la fe de mi esposo- continué la marcha. Cuando estaba débil, flaca, sin cabello, con los ojos hundidos y la piel arrugada, él me dijo que estaba hermosa y lograría salir con éxito de esta situación porque él estaba orando por mí. Alabo a Dios por la fe de mis amigos y mi familia, que creyeron que las murallas de mi Jericó finalmente caerían.

Dorothy Eaton Watts
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken

LA ORACIÓN EN EL NOVIAZGO

Una tarde, salió a dar un paseo por el campo. De pronto, al levantar la vista, vio que se acercaban unos camellos. Génesis 24:63.

¿Recuerdas el instante en el que tu mundo se detuvo al primer cruce de miradas con el amor de tu vida? Isaac estaba ahora a punto del primer intercambio, sabía que la decisión había sido tomada y su futuro estaba ahora ligado para siempre a la viajera que se aproximaba. Isaac estaba seguro de que si Dios la había elegido, era el regalo perfecto para él. Sabía también que cuando Adán despertó de su sueño, Dios le tenía preparado el regalo perfecto. Estaba convencido de que la ayuda idónea viene de Dios.
No es de extrañar que Isaac estuviera en una sesión de oración, en comunicación con Dios, para asegurarse de sus indicaciones en este momento tan importante de su vida. Rebeca, la viajera, ya había recibido las indicaciones, pues muchas pruebas habían confirmado que su futuro estaría para siempre ligado a un desconocido que vivía lejos de la casa de su padre. Ella había actuado con amabilidad natural, sin saber que el cumplimiento de esos sencillos deberes, confirmaban su idoneidad para incorporarse a la línea familiar que había de constituir el más noble de todos los árboles genealógicos, el del Mesías.
La oración es fundamental ante las grandes decisiones de la vida, sobre todo cuando se presentan varias opciones, pues no conocemos el futuro, y a menudo ignoramos qué es lo que nos conviene. Dios tiene a la mejor persona cuando se trata de elegir quién te acompañará el resto de tu vida. De esta elección depende mucho el éxito y tu felicidad.

«Si los hombres y las mujeres tienen el hábito de orar dos veces al día antes de pensar en el matrimonio, deberían orar cuatro veces diarias cuando tienen en vista semejante paso. El matrimonio es algo que influirá en sus vidas y los afectará tanto en este mundo como en el venidero. El cristiano sincero no llevará adelante sus planes en este sentido sin el conocimiento de que Dios aprueba su conducta». MJ 456, 457.

Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna

MUERTE PROPICIATORIA

Por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó. Dios lo ofreció como un sacrificio de expiación que se recibe por la fe en su sangre, para así demostrar su justicia (Romanos 3: 24, 25).

La palabra «propiciación» es otro de los términos que no agrada a muchos estudiantes modernos de la Biblia cuando se aplica a la muerte de Cristo. Se relaciona con el verbo propiciar, que significa básicamente aplacar, apaciguar. En las religiones paganas, los sacrificios ofrecidos tenían la finalidad de apaciguar la ira de los dioses. Como esto no sucede en la adoración bíblica, se concluye que la muerte de Cristo no puede ser propiciatoria sino expiatoria; es decir, expía, limpia, purifica el pecado, pero no propicia a Dios, porque él no necesita ser aplacado o apaciguado.
Pero si nos fijamos detenidamente, nos damos cuenta de que en los primeros capítulos de Romanos, el apóstol Pablo trata acerca de la ira de Dios, la culpa del pecado y la maldición de la muerte. De acuerdo a sus razonamientos, el ser humano está bajo la ira de Dios. «Todos han pecado y están privados de la gloria de Dios» (Rom. 3: 23). Si él aplicara su justicia estrictamente, no habría esperanza para el ser humano.
Sin embargo, como decíamos antes, la ira de Dios es la reacción de la santidad divina ante el problema del pecado, no es un sentimiento. La ira del Señor tiene que ver con su justicia y santidad, no con sus emociones. Cuando la Biblia habla entonces de que hubo un apaciguamiento de Dios por la sangre de Cristo, no se refiere a que la muerte de Cristo apaciguó las emociones de Dios contra el ser humano. De lo que Pablo habla es que la muerte de Cristo apaciguó la ira de Dios porque se descargó sobre el Hijo. La ira debió haber sido dirigida sobre el pecador, pero se descargó en Cristo. Aunque este no tenía pecado, fue considerado por Dios como pecador. De este modo, la justicia del Señor quedó satisfecha. Su ira fue propiciada. Dios encontró la manera de vindicar su carácter y salvar al pecador (Rom. 3: 26). Él halló la forma de unir su amor con su justicia.

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C.