domingo, 28 de junio de 2009

INYECTA OXÍGENO

Juan era una lámpara encendida y brillante... (S. Juan 5: 35).

El desanimo es el arma poderosa que utiliza Satanás para destruirnos. No mata al instante, pero es portador de una gran variedad de dardos que acaban poco a poco con su víctima. Una de esas es la desesperanza, otra el descontento, la debilidad. Juan el bautista era lámpara que ardía y alumbraba la esperanza de que venía detrás de él, alguien mayor, y nece­sitaba preparar el camino. ¿Cómo? Animando a todos al arrepentimiento. Tú yo y todas las que por la gracia de Dios hemos conocido el camino de la es­peranza no debemos permanecer con la lámpara apagada o con una luz páli­da. Nos ha sido entregada la antorcha luminosa para romper las tinieblas de este mundo. Ya conocemos el camino. Si tu alma y la mía están bien oxigenadas de entusiasmo, no hemos perdido el camino, a cada lado de él hay otros que caen al abismo eterno. No permitas que los dardos del enemigo los exterminen. Hay tiempo para rescatarlos. Sigamos el camino de Jesús. Sus huellas están bien marcadas y ya lo conocemos. Estamos encomendadas a la tarea de inyectar ese oxígeno a la gente: enseñarles cómo seguir a Jesús, cómo pisar el terreno por dónde camina el Maestro, cómo encontrar la senda del Señor en las encrucijadas de la vida, cómo se alcanza la meta de Jesús: las mansiones celestiales. Usemos el sentido de dirección en medio de esta maraña de pecado y desánimo y abramos la brecha para conducirlo a ese lugar glorioso.
Isabel Zemleduch de Alvarado.
Tomado de la Matutinas Manifestaciones de su amor

HOMBRES DE VERDAD

Tú me proteges y me salvas, me sostienes con tu mano derecha; tu bondad me ha hecho prosperar. Salmo 18:35

Todos sus amigos decían que Eric Álvarez era un imprudente. —Le gustaba fanfarronear y demostrar que era un hombre. —Quería hacer lo que ningún otro muchacho había hecho antes. Tomaba el metro hacia la Chelsea Vocational School de Nueva York y, casi cada día, abría las puertas mientras el tren todavía se movía para saca el cuerpo al exterior. Pero cometió un grave error. Según dijo uno de sus amigos, quiso hacerlo aún más difícil. Un día se quitó la gorra, el jersey y la cadena de plata y se lo entregó a su novia. Eric abrió la puerta tal como había hecho tantas veces; pero esta vez trepó hasta el techo del tren. Pero Eric no había tenido en cuenta los soportes de acero del sistema del metro. Mientras estaba en el techo, el tren pasó bajo uno de esos soportes. Eric recibió un golpe que lo arrojó a la vía y otro tren que venía detrás lo atropello. Ser un hombre no es cosa de correr riesgos. Tiene que ver con hacer lo correcto y vivir según los principios de Dios. Los hombres de verdad no atraen la atención sobre sí mismos, viven cada día para honrar y servir a Dios. Saben que la grandeza procede de ser como Jesús. La mayor necesidad del mundo es la de hombres que no se vendan ni se compren; hombres que sean sinceros y honrados en lo más intimo de sus almas; hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; hombres cuya conciencia sea tan leal .al deber como la brújula al polo; hombres que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos (La educación, p. 54). La grandeza está al alcance de todos, hombres y mujeres, a condición de que pongan a Dios en el primer lugar de su vida.

Tomado de la Matutina El viaje increible

CREYÓ EN JESÚS Y RECUPERÓ LA VIDA DE SU HIJA

Entonces vino un hombre llamado Jairo, que era principal de la sinagoga, y, postrándose a los pies de Jesús, le rogaba que entrase en su casa. Lucas 8:41

La niña tenía doce años de edad y era la luz y la alegría de la casa y del corazón de Jairo, su padre. Jairo era un hombre muy respetado como jefe de la sinagoga. Un día la niña contrajo una extraña enfermedad. Su rebosante salud se fue deteriorando rápidamente. Se puso delgada, pálida y demacrada. Su permanente alegría desapareció. Los mejores médicos de la región, para la desesperación y la angustia de Jairo, fracasaban uno tras otro. Cuando el último de los médicos desahució a la niña, Jairo sintió que su alma también quedaba desahuciada. No podía imaginarse la vida sin la que era la luz de sus ojos. Su corazón de padre sintió que moriría junto a su hija. Precisamente por esos días Jesús había regresado a Capernaúm. Jairo se enteró y, aunque su condición de jefe de la sinagoga no le hacía fácil hablar con alguien sospechoso para los dirigentes espirituales de la nación, fue a buscarlo. Cuando lo vio, se postró a sus pies y, desde el fondo de su desgarrado corazón de padre, sin importarle lo que dijeran quienes lo veían asombrados, le pidió que sanara a su hija. En ese momento, unos mensajeros vinieron y le dijeron: «Tu hija ha muerto». Jairo sintió que una espada gigantesca le atravesaba el corazón. Entonces Jesús le dijo: «No temas; cree solamente y tu niña será salva». Cuando, acompañado de unos discípulos, Jesús entró en la casa de Jairo, contempló el rostro de la niña, que yacía inerte en el lecho. «Está muerta», le dijeron los familiares deshechos en llanto. Jesús dijo: «No, solo duerme». Y los incrédulos se burlaron. Entonces el Maestro se dirigió al lecho donde estaba la niña, y le dijo: «Muchacha, levántate». Jairo comprendió a través de una desgarradora experiencia que hay cosas más importantes en la vida que las riquezas materiales y el reconocimiento social. Ni todas sus riquezas juntas, ni todo su poder, podían devolverle la vida a su hija. Solo el poder de Jesús. Jairo así lo creyó. «Cree solamente», fue todo lo que pidió Jesús, «y tu hija será salva». Cuando estemos frente a cualquier situación, por dolorosa que sea, recordemos las palabras que Jesús le dirigió a Jairo: «Cree». Arrodillémonos delante de Jesús, el dador de la vida y el vencedor de la muerte.

Tomado de la matutina Siempre Gozosos