lunes, 5 de octubre de 2009

EL RECHAZO: LA ALEGRÍA DE MI VIDA'

Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron (S. Juan 1: 11).

Antes de conocer a Dios, todos mis proyectos giraban únicamente en torno a las satisfacciones terrenales. Algo me decía, dentro de mí, que no estaba completa, y realmente algo me faltaba. Me casé y tuve tres hijas. Esta etapa en mi vida me ayudó a comprender y descubrir qué me hacía falta: ese algo para completar mi vida era Cristo. Conocí de las promesas de Dios y mi corazón se llenó de alegría, aunque mi decisión para aceptarlo fue muy difícil. La situación con mis padres y hermanos no contribuyó a entregarme al Señor; ellos no comprendían muchas cosas, parecía que no deseaban que yo aceptara a Cristo como mi Salvador personal, creían que lo que vivía sería un daño irreparable en sus vidas. Fue tanta la presión y tristeza que enfermé de gravedad. Fue entonces cuando por primera vez conocí el rechazo; sentí lo que Cristo vivió al venir y morir por un pueblo que no creía en él y que, en lugar de alabarlo, lo rechazaron vilmente, a tal punto que lo crucificaron. A mí no me crucificaron físicamente, pero sí me lastimaron mucho en cuestiones emocionales. Gracias a esta situación comprendí lo que realmente significa su muerte y el valor que ésta tiene cuando nosotras la aceptamos. Sé que el hermoso regalo de la salvación es individual y que aun cuando la actitud de nuestros seres amados nos hiera, el amor que Dios nos ofrece nos ayuda a superar las pruebas y creer que él está y estará a nuestro lado en momentos de victoria o fracaso. Si te has sentido rechazada debido a tus creencias cristianas, déjame decirte que es una buena ocasión para descubrir nuevas dimensiones del amor de Dios. ¡No pierdas esta oportunidad!

Veda Jiménez Casillas
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.

PRESIÓN ATMOSFÉRICA

Los hombres honrados alabarán tu nombre; los hombres rectos vivirán en tu presencia! Salmo 140: 13

Cuando Tom y yo estábamos en el último curso de la universidad, bajábamos en Bill Knapp's, un agradable restaurante familiar cerca de la universidad Andrews. Servir las mesas era una tarea fantástica. Teníamos comí gratis y la gente era generosa con las propinas. Pero había una cosa que nos gustaba. Cuando llegábamos a casa por la noche olíamos a patatas fritas. Teníamos ropa de patatas fritas, zapatos de patatas fritas cabello de patatas fritas. Aunque no trabajábamos con la freidora, la grasa viajaba por el aire y se nos pegaba Estábamos afectados por la atmósfera del restaurante, nos gustase o no. ¿Alguna vez escuchaste a los adultos cuando se quejaban de un lugar porque tenía una mala atmósfera? Lugares como los bares, los billares, los casinos, los salónes de máquinas de juegos, los cines, los salones de baile e incluso algunas instalaciones deportivas. Cuando te metes en lugares con una mala atmósfera, te afectan, aun cuando tú no participes. La Dra. Agatha Tras dice que basta con menos de 35 horas de exposición a una mala influencia para que la aceptemos como buena. Seguro que crees que las apuestas son malas. Pero si pasas el tiempo suficiente en un casino, cambiará de opinión. Cuando Dios hizo entrar a los israelitas en Canaán les dijo que destruyeran todas las personas que vivían en el país. Sabía que la atmósfera de la idolatría tendría un efecto devastador sobre su pueblo. Los israelitas empezaron a barrer a sus enemigos. Pero pronto dejaron de expulsar a los paganos. Por supuesto, la atmósfera de la idolatría acabó rompiendo sus inhibiciones y se unieron a ella, hasta el punto de sacrificar a sus propios hijos a los dioses. Quizá pienses que eres suficientemente fuerte para resistir las malas atmósferas. Pero, en lugar de resistir, es mejor evitarlas y estar en lugar seguro.

Tomado de la Matutina El Viaje Increible.

HABLA MENOS Y ESCUCHA MÁS.

Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse. Santiago 1:19

Hablar menos y escuchar más supone muchas ventajas. Hablar demasiado produce complicaciones y problemas en las relaciones con los demás. En cambio, escuchar es causa de grandes bendiciones. ¿Has pensado cómo fue que llegaste a conocer y a amar a Dios? Llegaste a amarlo por escuchar su Palabra. El apóstol Pablo lo confirma cuando dice: «Así que la fe es por el oír y el oír por la Palabra de Dios» (Rom. 10:17). Escuchar hace que uno llegue a amar. Si aprendemos a escuchar, no solo llegaremos a conocer mejor a nuestros hermanos hijos y cónyuge, sino que llegaremos a amarlos más. El amor de Dios no solo consiste en darnos su Palabra, sino también en darnos el don del oído para que lo usemos ni el ministerio de escuchar a nuestros hermanos. La mayor bendición está en hablar menos y escuchar más. Muchos miembros de la iglesia, especialmente los predicadores, amenudeo se equivocan al pensar que deben tener siempre algo que decir cuando se encuentran con otras personas, y que es el único servicio que deben prestar. Olvidan que escuchar es un servicio más grande y noble que hablar. Muchas personas están buscando oídos que estén dispuestos a escucharlos. He conocido esposas desesperadas porque sus esposos no quieren escucharlas. Dicen: Lo único que deseo es que alguien me escuche». Hay hijos que no estarían hoy donde están si sus padres los hubieran escuchado. Hay miembros de iglesia que desean ser escuchados, pero no encuentran un oído atento entre sus hermanos, porque los cristianos tienden a hablar cuando deberían estar escuchando. Aquellos que no pueden escuchar a su hermano, muy pronto dejarán de escuchar a Dios, porque incluso a Dios le hablan constantemente. A Dios debemos escucharlo hablarnos. Cuando termines de orar, no salgas a la carrera a continuar con el tráfago de la vida. Queda un tiempo en silencio. Deja que el Espíritu Santo hable a tu alma. No será audible, pero escucharás su voz. ¡Qué significativas son las palabras de nuestro texto de hoy! Son como un mandato, como una norma: «Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar». Los cristianos verdaderos hablan menos y escuchan más porque no están centrados en ellos mismos, sino en los demás. Hablar es ser uno mismo. Escuchar es dejar ser a los demás. Hablamos para mostrar algo de nosotros. Escuchamos para dejar que los demás digan algo de ellos. Sigamos hoy el consejo de Dios.

Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.