sábado, 4 de enero de 2014

SANTO, SANTO, SANTO

En mi Biblia: “No hagas mal uso del nombre del Señor tu Dios” (Éxodo 20:7).

Tiempo para estar juntos
A algunas personas no les gusta su nombre. Bárbara quería que su mamá le cambiara el nombre. Al papá de Pedro no le gusta decirle a nadie cuál es su segundo nombre, porque la gente se ríe. Pero el nombre de Jesús es especial. A él le gusta que nosotros lo llamemos por su nombre; y podemos hacerlo siempre que queramos.
Podemos hacerlo al orar, y podemos cantar canciones sobre él. El nombre de Jesús es santo, porque él es como Dios. Tu amigo Jesús es santo.

Actividad: Elige un corito de Jesús que te guste mucho, y cántalo con alegría.
Oración: Querido Jesús, yo sé que puedo llamarte en cualquier momento. Por favor, ayúdame a recordar que tu nombre es santo. Amén.

Tomado de LECTURAS DEVOCIONALES PARA PEQUEÑOS
CON JESÚS SOY FELIZ
Por: Gloria Trotman Karen-Mae Trotman Mitchell

UNA LUZ PARA EL CAMINO

«Envía tu luz y tu verdad, para que ellas me enseñen el camino» (Salmo 43: 3).

Vamos a jugar. Imagina que es una noche oscura y que caminamos por el bosque. [Oscurezca la habitación lo más que pueda.] Esta iluminará el camino que queremos seguir. Colocaremos esta sábana sobre nuestra cabeza para que se vea más oscuro. La luz de esta linterna nos ayudará a no perder el camino por el bosque. [Use la linterna para iluminar el sendero trazado por la cuerda.]
Es divertido jugar con una linterna. La luz es útil y nos puede ayudar a encontrar nuestro camino.
La Biblia es como una luz. En ella hay un canto que dice: «Tu palabra es una lámpara a mis pies y una luz en mi camino» (Salmo 119:105).
La Biblia puede enseñarte el camino. Cuando las cosas te perezcan oscuras, es decir, que no las entiendas o no sepas qué hacer, la Biblia puede ayudarte a saber qué tienes que hacer. Puedes recordar las historias de Jesús y de otros personajes. La Biblia es como una luz que puede ayudarte a tomar decisiones correctas.
Querido Jesús, yo quiero seguir tu luz. Amén.

Tomado de MEDITACIONES MATINALES PARA NIÑOS PEQUEÑOS
¿QUÉ DICE JESÚS?
Por: Rosanne C. Tetz

EL BUSCADOR DE ORO

«Por fe, Abraham, cuando Dios lo llamó, obedeció y salió para ir al lugar que él le iba a dar como herencia. Salió de su tierra sin saber a dónde iba» (Hebreos 11:8).

La obsesión de Ed Schieffelin por la minería comenzó a temprana edad, una mañana en la que visitó la mina de su padre en Oregón, Estados Unidos. Ed podía ver el brillo de las pepitas en el agua del río. Hacia el mediodía, ya había recolectado varias. Cuando mostró su tesoro a su padre, este se rió y le dijo: «Eso es mica. La llaman “el oro de los tontos”». A pesar de ello, Ed supo que dedicaría el resto de su vida a buscar aquel tesoro. Muchos años después, Ed se hizo rico al descubrir un yacimiento de plata en Tombstone, Arizona. Con el dinero que ganó les compró una casa a sus padres y se casó con una joven rica de California. Pero la emoción del descubrimiento se pasó, y Ed se cansó de su vida de rico porque quería volver a buscar yacimientos. Preparó su testamento, en el que le dejaba todo a su esposa y a su sobrino favorito, y se fue a Oregón. Construyó una cabaña cerca de un riachuelo y, cuando necesitaba alimento, iba caminando hasta una tienda del pueblo.
En una ocasión, pasaron varios meses sin que Ed fuera al pueblo, y el dueño de la tienda, extrañado de no verlo, decidió ir a su cabaña para ver si estaba bien. Encontró a Ed tirado en el suelo, boca abajo, fuera de la casa.
Había muerto de un ataque al corazón. En una cubeta que estaba tirada junto a su cuerpo, había oro. En su diario, Ed escribió que había encontrado tanto oro, que la mina de Tombstone no era nada en comparación. Dejó instrucciones sobre cómo llegar al yacimiento de oro, e indicó que había dejado una cobija roja para señalar el lugar.
Cuando la noticia de la muerte de Ed llegó a oídos de sus familiares, su sobrino viajó a explorar la zona, pero no encontró nada. Regresó a casa con las manos vacías, y la «mina de la cobija roja» se convirtió en una leyenda por todo el norte de Estados Unidos.
Al igual que Ed Schieffelin, Abraham, el personaje del versículo de hoy, salió sin saber cuál sería su destino. No lo hizo por aburrimiento, sino porque Dios se lo había pedido. Abraham cambió las comodidades de Ur por las incomodidades del desierto, no para encontrar riquezas, sino porque quería encontrar una ciudad de oro, «de la cual Dios es arquitecto y constructor » (Hebreos 11: 10)

TOMADO DE LECTURAS DEVOCIONALES PARA MENORES
EN LA CIMA
POR: KAY D. RIZZO

HAYA LUMBRERAS

“Entonces dijo Dios: Haya lumbreras en la expansión del cielo para separar el día de la noche, y sirvan de señales para marcar las estaciones, los días y los años” (Gén. 1:14).

Es el cuarto día de la Creación, cuando Dios nos dio la luz del sol que sustenta la vida; cuando nos dio la luz de la luna, para que ilumine nuestra senda por la noche.
Cierta noche, Napoleón navegaba por el Mediterráneo, con una compañía de sus fuerzas armadas. Mientras se paseaba por la cubierta, sus oficiales, incrédulos, discutían acerca de la existencia de Dios. Napoléon interrumpió repentinamente su discusión, con esta declaración: “Todo eso está muy bien, caballeros. Pero, díganme, entonces, ¿quién hizo todas esas estrellas?”
El sol, la luna y las estrellas, tal vez, son la representación más poderosa e indiscutible del poder creador y sustentador de Dios.
“Y Dios las puso en la expansión del cielo, para alumbrar la tierra, para regir el día y la noche, y para separar la luz de las tinieblas. Y vio Dios que era bueno” (Gén. 1:17-19).

Tomado LECTURAS DEVOCIONALES PARA MENORES
¡BUSQUEÑOS JUNTOS!
Por: Santiago y Priscila Tucker

A PESAR DE LAS DIFICULTADES

"Así que no temas porque yo contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré y te ayudaré; te sostendré con mi diestra victoriosa”. Isaías 41:10

Fue un trabajo de parto muy difícil porque mi bebé estaba mal ubicado y no podía descender por el canal del parto. La situación exigía una cesárea, pero finalmente el alumbramiento fue por parto natural.
Afronté mucho sufrimiento físico pero al fin nació mi hermoso bebé, un regalo de Dios. Con la felicidad vino también el dolor. Tuve que enfrentar la triste noticia de que mi hijito había nacido con una parálisis cerebral. Cuando los médicos me lo comunicaron, creí que iba a enloquecer, y junto con mi familia entramos en un estado de desesperación y angustia, pensando que nuestro hijito no caminaría, no hablaría ni crecería.
No tuve el coraje de preguntarle al Señor el "porqué". Pacientemente acepté la realidad y le pedí a Dios que me diera la humildad y el valor necesarios para aceptar esta terrible prueba. El Señor, en su infinita misericordia, me dio mucho amor, salud y paciencia. Durante los trece años que pasaron, pude ver la mano poderosa de Dios con nosotros. Nos unimos como familia, nos desenvolvimos con normalidad en el ministerio la vida cotidiana. También tuvimos la oportunidad de testificar ante nuestros vecinos, amigos, la iglesia y las instituciones especiales donde mi hijito era atendido. Cada día recibíamos consolación, la fuerza del Señor. En este mundo pasaremos por experiencias felices, otras desconcertantes, difíciles o tristes, pero no desfallezcas. Jesús dijo: "Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción: pero confiad, yo he vencido al mundo" (Juan 6:33).
La promesa de Jesús es que naciste para ser una vencedora; victoriosa en todas las pruebas y dificultades de la vida. Por tanto, disfruta de los momentos gratos con gozo en tu corazón. Sonríe, consuela al que sufre y sé un lazarillo para el perdido y el desvalido. Mientras caminas en esta vida hacia la Canaán celestial ayuda, sirve, predica, testifica. Las promesas de Dios se cumplirán si las reclamas. Que Dios bendiga tu día y allane tus dificultades.

Bertha Lucana de Chuquimia, Bolivia

Tomado de LECTURAS DEVOCIONALES PARA LA MUJER
DE MUJER A MUJER
Recopilado por: Pilar Calle de Henger

ABEL

Abel también presentó al Señor lo mejor de su rebaño, es decir, los primogénitos con su grasa. Y el Señor miró con agrado a Abel y a su ofrenda. Génesis 4:4.

La historia de Abel es la primera de una serie lamentablemente extensa, en la que siempre el justo muere a manos del desobediente.
Abel no merecía morir. Abel se había portado bien y había obedecido fielmente a Dios; pero nada de eso lo salvó de la mano mortal de su hermano. No pienses que por ser obediente, tomar un baño los viernes de tarde y ponerte una corbata los sábados de mañana, estarás absolutamente fuera de peligro. No pienses que por portarte bien, no ir a ciertos lugares y no comer ciertas comidas, tienes un certificado de "intocabilidad". La historia de Abel debería enseñarnos esto: los justos también sufren y también mueren.
Dios no te prometió un mundo sin espinas. Él dijo que en medio del valle de la sombra de muerte estará contigo. Te podrás lastimar, pero tendrás la promesa de su compañía en todo momento.
La historia de Abel me recuerda la décima plaga de Egipto. El ángel del Señor iba a pasar por la tierra de Egipto cumpliendo con la mortal orden divina. La única manera de salvar al hijo mayor de la familia era pintar con sangre de cordero el dintel de la puerta. No importaba cuan bueno o cuan malo fuera. No importaba si iba a la iglesia o no, si cantaba en el coro de jóvenes o no, si fumaba o no. Lo único que el ángel iba a respetar era la sangre en el dintel. El "curriculum espiritual" de la posible víctima no tenía importancia.
Muchas veces, "los pequeños santos modernos" creen que son tan perfectos que no precisan de la sangre del Cordero en el dintel de sus corazones. Pero, cuando eres consciente de tu verdadera condición, llevas ante el altar de Dios lo que él quiere recibir, y no lo que tú tienes ganas de darle.
Puede ser que a los ojos de algunos estés haciendo una insensatez, pero si es lo que Dios pidió, obedécelo: es lo mejor para ti. Vive el día de hoy llevándole a Dios las ofrendas de gratitud que él desea.

Tomado de MEDITACIONES MATINALES JÓVENES
365 VIDAS
Por: Milton Bentancor

UN CANDIDATO POCO PROBABLE PARA EL MINISTERIO

De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Juan 3:3.

Fue en la euforia optimista y expectante del Segundo Gran Despertar que descubrimos a quien parecía ser un candidato bastante desahuciado para el ministerio.
De hecho, a los veinte años de edad, Guillermo Miller (nacido en 1792) estaba más interesado en burlarse de los predicadores que en imitarlos. En particular, descubrió que aquellos de su familia eran objetivos especialmente buenos para esa clase de diversión. Los “favorecidos” por esa actividad incluían a su abuelo Phelps (un pastor bautista) y a su tío Elihu Miller, de la Iglesia Bautista de Low Hampton.
La imitación que Miller hacía de las peculiaridades devocionales de su abuelo y de su tío aportaba mucho entretenimiento para sus compañeros escépticos. Él imitaba con “seriedad grotesca” las “palabras, los tonos de voz, los gestos, el fervor y hasta el pesar que [sus parientes] pudieran manifestar por personas como él”.
Más allá de funcionar como entretenimiento para sus amigos, esas exhibiciones servían de testimonio de lo que era el joven Miller. Al igual que otros jóvenes en tiempos de rápida transición cultural, Miler había pasado por su propia crisis de identidad. Parte de su rebelión en contra de su familia, indudablemente, había sido un aspecto de la eterna lucha de los adolescentes por discernir quiénes son, en contraposición a sus padres. Esa lucha, desgraciadamente, es igualmente difícil para los padres y los adolescentes. Ese era el caso de la madre de Guillermo, profundamente religiosa, que sabía de sus travesuras, pero lo que menos pensaba era que eran divertidas: para ella, el proceder de su hijo mayor era “la amargura de la muerte”.
Sin embargo, Guillermo no siempre había sido un rebelde religioso. En sus primeros años, había sido intensa y hasta atormentadoramente devoto. La primera página de su diario (que comenzó a llevar en su adolescencia) contiene la declaración: “De chico, me enseñaron a orar al Señor”. Como es la única declaración descriptiva de sí mismo en la introducción de su diario, debió haberle parecido una característica distintiva.
Pero, no duraría demasiado. En su adultez temprana, Miller dejó el cristianismo y se convirtió en deísta agresivo y escéptico, que satirizaba no solo a su abuelo sino también al cristianismo en sí. Pero, el anciano abuelo Phelps nunca se dio por vencido. “No te aflijas tanto por Guillermo”, consolaba a su madre. “Todavía hay algo por hacer por él en la causa de Dios”. Y así era. Pero, desdichadamente para el a, llevaría tiempo hasta que esa profecía llegara a cumplirse.
Phelps nunca dejó de orar por sus hijos y sus nietos. Aquí hay algo importante para quienes vivimos en el siglo XXI. (complementario de la lección de escuela sabática)

Tomado de MEDITACIONES MATINALES PARA ADULTOS
A MENOS QUE OLVIDEMOS
Por: George R. Knight