lunes, 30 de enero de 2012

¡QUÉ BIEN HUELE!

«El Señor le dijo a Moisés: "Toma una misma cantidad de las siguientes especias: resina, uña aromática, incienso puro y galbana aromático, y prepara con ellas un incienso puro y santo, mezclándolo todo bien, como un perfumero al hacer sus perfumes"» (Éxodo 30: 34, 35).

Espera, ¿hueles eso? Estoy un poco sudado después de caminar tanto durante un mes, así que lo que huele así de bien no soy yo. Creo que ya sé qué es. Es incienso. El incienso está hecho de la savia seca molida de varias plantas y árboles. Cuando lo encendemos, huele realmente bien. Bueno, casi siempre.
Dios le pidió al Sumo Sacerdote que usara incienso para un día muy especial llamado el «día de la expiación». Una vez al año el Sumo Sacerdote entraba al lugar santísimo del tabernáculo, donde estaba el arca del pacto. Parece que a Dios le gusta el olor del incienso, porque el sacerdote debía llevar este incienso aromático al lugar santísimo. Eso quiere decir que olía bien.
La Biblia compara nuestras oraciones con e incienso en Apocalipsis 8: 3. Así como a Dios le gusta el olor del incienso aromático, también le gusta escuchar nuestras oraciones. En tus oraciones, puedes hablar con él como con un amigo, pero recuerda, él es también nuestro Dios todopoderoso. ¡Qué maravilloso es tener al Rey del universo como nuestro mejor amigo!

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

EL BUEN CAMINO

Amado, no imites lo malo, sino lo bueno. El que hace lo bueno es de Dios, pero el que hace lo malo no ha visto a Dios (3 Juan: 11).

Los años de la infancia siempre se contemplan con nostalgia. Uno de los recuerdos que conservo es que cuando hacía algo malo, me escondía creyendo que Dios no podría verme y por tanto no me castigaría.
Yo fui educada en un hogar católico, donde temer a Dios equivalía a tenerle miedo. Mis mayores me decían: «Si no te portas bien, Dios te castigará». «Si no estudias, Dios te castigará». Y así una serie de reprimendas que por mi corta edad no comprendía del todo.
En mi corazón albergaba dudas: por un lado me decían que Dios me amaba, y por otro me inculcaban el miedo con castigos. Así que empecé a buscar con todo mi corazón a aquel Dios que no podía comprender. No sabía cómo hacerlo, por lo que rezaba mucho, ya que para aquel entonces aún no sabía orar. Todos los días me dirigía a Dios utilizando la mejor forma que conocía, y sentía que en mi interior surgía una paz que antes no disfrutaba.
Así pasaron muchos años, pero mi búsqueda y mis ansias por conocer a Dios no se extinguían. Un día me llegó la oportunidad de estudiar la Biblia. Al principio no entendía nada, todo era nuevo para mí; pero me llamó la atención un pasaje que decía: «Os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. Quitaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne» (Eze. 36: 26). Me conmoví al leer aquellas palabras. Aunque no las entendía muy bien, sabía que aquella promesa implicaba algo bueno.
Continué estudiando la Palabra de Dios y mi vida fue cambiando. Ya no tenía miedo, tan solo sentía la necesidad de estar con Jesús. Si él me prometía un corazón nuevo era porque el mío no servía: «Dame, hijo mío, tu corazón y miren tus ojos mis caminos» (Prov. 23: 26). Acepté a Jesús, le entregué mi corazón y mis temores se han convertido en amor; en un amor que todo lo puede, todo lo soporta, que no tiene envidia, que es sufrido, como leemos en 1 Corintios 13.
Ese es el amor que deseo para todos los que anhelan seguir a Jesús: el ejemplo de amor más grande en la historia de la Creación.

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Rosita Val es española

CERRAR LA PUERTA Y BOTAR LA LLAVE

Si tu ojo derecho te hace caer en pecado, sácatelo y échalo lejos de ti. Mateo 5:29.

En cierta ocasión, un entrevistador de televisión le preguntó al conocido evangelista Billy Graham si la tentación sexual asalta a pastores y a ministros con la misma fuerza con que ataca a las demás personas. Graham respondió relatando la experiencia que vivió uno de sus colaboradores durante una campaña de evangelización en París.
Una noche, este joven regresaba al hotel tras finalizar el programa de evangelización. Doquiera que mirara, veía escenas que lo invitaban a disfrutar de los placeres de la gran ciudad. Cuando llegó al hotel, sintió un vivo deseo de salir y entregarse a una noche de deleite. Durante un rato estuvo en su cuarto, batallando contra la tentación, hasta que finalmente tomó una decisión: cerró la puerta con llave desde adentro, arrojó la llave por la ventana y se acostó a dormir. Básicamente, se «encarceló» a sí mismo en su cuarto. Cuando se levantó por la mañana y contempló la luz del sol, este joven experimentó una gratísima sensación de bienestar. No solo la tentación había perdido toda su fuerza, sino que él había conservado su pureza al decidir ser fiel a Dios (Ravi Zacharias, I, Isaac, Take Thee, Rebekah [Yo, Isaac, te tomo a ti, Rebeca], p. 81).
Lo que hizo este joven para no caer en pecado puede parecer exagerado, pero ilustra lo que dijo el Señor Jesús con eso de «sacarnos el ojo que nos hace pecar». Supongamos que este joven hubiera decidido «dar un paseíto» por las calles para tomar aire puro. Muy probablemente habría cedido al mal. Pero en lugar de engañarse a sí mismo, decidió cortar el problema de raíz. Hizo lo que Elena G. de White nos aconseja: «No vayan espontáneamente a lugares donde las fuerzas del enemigo se hallan poderosamente atrincheradas» (Mensajes para los jóvenes, p. 57).
Dios no te pide que te saques los ojos. Lo que sí te pide es que seas firme en tu decisión de no negociar con el mal, de no «coquetear con la tentación». Te pide que te niegues a ver, oír, tocar, gustar y aun oler cualquier cosa que te aparte de Dios. Dicho figurativamente, te pide que «cierres la puerta que conduce al pecado y botes la llave por la ventana».
Dame, Señor, fuerza de voluntad para apartarme del mal de manera firme y resuelta.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

ACUÉRDATE DE TOMAR LA MEDICINA

«Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti y esperaré» (Salmo 5: 3).

Me estaba preparando para el ministerio y empezaba un nuevo curso en la universidad. En un examen médico de rutina, el doctor observó que mi corazón latía de forma irregular. Pero no dijo nada más y yo no me preocupé.
Al cabo de algunos años fui a visitar al que fuera mi compañero de habitación en la universidad. Se había especializado en medicina interna y me invitó a su consultorio para hacerme una prueba de esfuerzo. Cuando la prueba terminó, me dijo que padecía fibrilación atrial —o auricular—, lo que provoca un ritmo irregular en el latido. El resultado es que las aurículas, las cámaras superiores del corazón, no pueden vaciar todo su contenido en los ventrículos, las cámaras inferiores; lo que, en última instancia, significa que corro el riesgo de sufrir una embolia cerebral. El riesgo es pequeño, pero no deja de ser un riesgo.
Me sugirió que tomara un medicamento que me diluyera la sangre. Esto reduce enormemente la posibilidad de desarrollar un coágulo que podría paralizarme o costarme la vida. El anticoagulante se llama warfarina. Es un compuesto desarrollado originalmente para matar ratas. A veces, bromeando, digo a la gente que cada día tomo mataratas. Imagínese su reacción. Pero no se preocupe por mí. Cada día tomo la medicina y, una vez al mes, me analizan la sangre para asegurarse de que tiene la fluidez correcta.
Realmente, somos unas criaturas extraordinarias. Ocho semanas después de la concepción, cuando el embrión mide solo dos centímetros y medio, el corazón ya está completamente desarrollado. Incluso antes, hacia la cuarta semana de gestación, ya empieza a latir un corazón rudimentario. A partir de entonces el corazón late 100,000 veces al día, 35 millones de veces al año y un promedio de 2,500 millones de veces a lo largo de toda la vida.
Doy gracias a Dios porque puedo decir que mi problema de fibrilación auricular está controlado. Cada día tomo fielmente mi medicina. Pero me enfrento a otro desafío: mi corazón espiritual. Para mantenerlo sano también tengo que tomar cada día mi «medicina». Eso es, tengo que orar y estudiar la Biblia. Ese medicamento no es solo para mí, sino para toda mi familia. El culto familiar es un tiempo dedicado a cantar, a orar y a estudiar juntos la Palabra de Dios. Si hasta ahora en su casa no existe la costumbre del culto familiar, esta es una buena ocasión para empezar. (Basado en Mateo 5: 8)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill