lunes, 30 de noviembre de 2009

COMPASIÓN POR LOS QUE SUFREN

Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso (S. Mateo 11: 28).
Cristo identifica su interés con el de la doliente humanidad. Condenó a su propia nación por su equivocado comportamiento con sus prójimos. El descuido o el abuso de los más débiles, de los creyentes más descarriados, Jesús los menciona como hechos a sí mismo. Los favores prodigados a ellos, los considera como conferidos a sí mismo. No nos ha dejado en tinieblas respecto a nuestro deber, sino a menudo repite las mismas lecciones mediante diferentes ilustraciones y bajo diversos aspectos. Lleva a los actores adelante hasta el último gran día y declara que el trato dado al más pequeño de sus hermanos es alabado o condenado como si hubiera sido he¬cho a él mismo. Dice: «A mí lo hicisteis» o «ni a mí lo hicisteis».
Él es nuestro sustituto y garantía. Él se pone en lugar de la humanidad, de modo que él mismo es afectado en la medida en que el más débil de sus segui¬dores es afectado. Tal es la compasión de Cristo que nunca se permite a sí mismo ser un espectador indiferente de cualquier sufrimiento ocasionado a sus hijos. Ni la más leve herida puede ser hecha de palabra, intención o hecho que no toque el corazón de aquel que dio su vida por la humanidad caída. Recordemos que Cristo es el gran corazón del cual fluye la sangre de vida hacia cada órgano del cuerpo. Él es la cabeza, desde la cual se extiende cada nervio hacia el más diminuto y más remoto miembro del cuerpo. Cuando sufre un miembro de este cuerpo, con el cual Cristo está tan misericordiosa-mente conectado, la vibración del dolor es sentida por nuestro Salvador.
¿Despertará la iglesia? ¿Sus miembros alcanzarán la simpatía de Cristo, de manera que tengan su misma compasión hacia las ovejas y corderos de su redil? Por ellos la Majestad del cielo se humilló a sí misma; por ellos, él vino a un mundo agostado y estropeado con la maldición; se esforzó día y noche para enseñar, para elevar y dar eterno gozo a los ingratos y los desobedientes. Por ellos él se hizo pobre, para que por medio de su pobreza ellos fueran hechos ricos. Por ellos se negó a sí mismo; por ellos soportó la privación, el escarnio, el desprecio, el sufrimiento y la muerte. Por ellos él tomó la forma de un siervo. Este es nuestro modelo, ¿lo imitaremos? ¿Tendremos cuidado por la heredad de Dios? ¿Fomentaremos una tierna compasión por los que yerran, los tentados y los probados? (El ministerio de la bondad, pp. 26, 27).

Elena G. de White
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su Amor.

UN DÍA DE GRATITUD

Siempre damos gracias a Dios por todos ustedes, y los recordamos en nuestras oraciones. 1 Tesalonicenses 1:2.

Durante este tiempo de acción de gracias, piensa en las personas que ha sido una bendición especial para ti. Escribe los nombres de al menos treinta personas por las que estes agradecido. Cuando escribas tus peticiones especiales, acuérdate de incluir peticiones que tengas para otros.

Di, gracias Señor, por estas personas.

Tomado de la Matutina El Viaje Increíble.

LA VERDAD DE LA AMARGURA

Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad. 1 Juan 1: 6.

Una de las maneras de andar en las tinieblas es atesorar amargura en nuestros corazones hacia los demás. La amargura crea confusión en nuestra mente y opresión en nuestro corazón. Tal vez digas: «Yo no pertenezco al club de los amargados, porque estoy en comunión con Dios». Pues permíteme decirte que muchos de nosotros no estamos en comunión con Dios, sino que sencillamente presumimos de estarlo. Es un hecho que no podemos tener plena y verdadera comunión con Dios si ni nuestro ser guardamos cualquier tipo de amargura. La amargura no puede ser parte de la vida de los hijos de Dios. Pero, ¿cómo saber si estamos amargados? Sencillo: si aún nos cuesta perdonar o aún hay alguien a quien creemos que no es posible perdonar, entonces todavía hay amargura en nuestra vida. Cuando decidimos no perdonar, podemos pasar horas leyendo la Palabra de Dios, podemos cantar himnos durante el día, podemos pasar interminables horas en oración, pero la verdad es que no estamos teniendo una comunión genuina con nuestro Salvador. Si aún estamos dubitativos de si perdonamos a nuestro ofensor o no, entonces seguimos andando en la oscuridad. Si no podemos perdonar a esa persona que habló mal de nosotros y nos perjudicó, entonces hemos perdido nuestra comunión con el Padre. En el caso de los ministros, podemos seguir predicando y la gente podrá decirnos: «¡Qué sermón más maravilloso! ¡Usted sin duda debe de caminar con Dios!», pero lo cierto es que, si no perdonamos, tales predicaciones serán en vano. La Biblia cataloga de mentirosos a quienes obren así. Jesús enseñó en el Padrenuestro que debemos perdonar a nuestros ofensores. A veces pensamos que perdonar a cierta persona es imposible, especialmente si se trata de alguien de quien nunca pensamos que nos iba a fallar y nos decepcionó enormemente. Cuando recordemos a las personas que nos devolvieron el mal por el bien que les hicimos y nos preguntamos: «¿Aun hay que perdonar a personas tan ingratas?», demos la respuesta bíblica a ese interrogante: ¡Sí! Al hacer esto hay una gran promesa de Dios: cuanto mayor sea la ofensa que tengas que perdonar, más grande será la medida del Espíritu Santo cuando perdones. Echa mano de la ocasión de perdonar hoy la mayor ofensa, la injusticia más grande, y recuerda que, al hacer esto, el Espíritu Santo te ungirá con una mayor unción.

Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.