viernes, 8 de febrero de 2013

EL PRÍNCIPE QUE VIENE


Lugar: Japón
Palabra de Dios. Apocalipsis 22:20.

El anuncio se hizo una mañana, durante la hora del culto. "Su Alteza Imperial, el príncipe Takamatsu, estará visitando nuestro colegio el 6 de mayo a las 11 de la mañana". Los alumnos quedaron boquiabiertos y asombrados ante la idea de que alguien tan importante visitara su pequeño colegio cristiano.
Las siguientes seis semanas fueron un frenesí de actividad en el Colegio Misionero de Japón, mientras alumnos y profesores trabajaban juntos para prepararse para la visita del príncipe. Podaron árboles, cortaron el pasto, recogieron basura; algunos repararon edificios y fregaron pisos. Hasta la actitud de todos en el colegio parecía ser más positiva.
La mañana del 6 de mayo de 1952, todo estaba preparado. Los alumnos y los profesores vestían sus mejores ropas, esperando, emocionados, la llegada del príncipe. Algunos funcionarios del gobierno los mantenían al tanto de la ubicación exacta del príncipe Takamatsu, mientras recorría los ochenta kilómetros desde su palacio. Cuando el príncipe bajó del auto, la multitud que lo esperaba lo saludó cálidamente.
El trabajo duro de todos había valido la pena. Toda la espera había terminado. El príncipe había venido, tal como había prometido, y la visita había resultado ser un acontecimiento exitoso.
Imagina cómo reaccionarías si un príncipe viniera a verte. ¿Estarías listo para recibirlo, o ignorarías su venida? Jesús, el Príncipe de Paz, visitó una vez la Tierra como un bebé, pero la mayoría de la gente no le dio la bienvenida; de hecho, la mayoría ni se acordaba de que vendría.
Eso ocurrió hace dos mil años, y ahora ha prometido regresar. "Sí, vengo pronto", dice. Él quiere verte. La pregunta es: ¿estarás listo para encontrarte con tu Príncipe?

Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinson

NO SIENTO A DIOS


Dice el necio en su corazón: «No hay Dios». Están corrompidos, sus obras son detestables; ¡no hay uno solo que haga lo bueno!  Desde el cielo Dios contempla a los mortales, para ver si hay alguien que sea sensato y busque a Dios. Salmo 53:1-2.

En una maraña de contradicciones, con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada nublada por las lágrimas, me dijo con gran desesperación en sus palabras: «Erna, no siento a Dios».
Acabábamos de concluir un retiro espiritual para mujeres y ella se encontraba ahí porque una de sus amigas le había recomendado que asistiera, con la esperanza de que pudiera tener un encuentro con Dios. Sumida en una profunda depresión, no podía sobreponerse al divorcio por el que había pasado hacía cuatro años, y a la muerte de su única hermana, víctima de cáncer hacía apenas unos meses.
Siendo que yo había sido la oradora del retiro, su reclamo iba directo a mí. Parecía decirme: «Tú me prometiste que me encontraría con Dios, pero no ha pasado nada, y ahora me vuelvo a casa, de nuevo con mi dolor a cuestas». La miré a los ojos con compasión. Entendía cómo se sentía, pues yo también había experimentado lo mismo en varias ocasiones. Entonces le pregunté: «¿Corno esperas sentir a Dios?». Guardó silencio, no pudo responderme.
Durante el retiro, en varias ocasiones la vi llorar. La observé sobre sus rodillas bajo un árbol, orando a solas. Vi cómo sus labios se movían tímidamente para entonar los cantos que escuchaba por primera vez. «¿No es ese el toque de Dios?», le pregunté.
Amiga, Dios no es un sentimiento. Cuando así pensamos, limitamos su poder; lo bajamos a la esfera humana y quedamos desprotegidas. Los sentimientos se generan en la mente, y las maravillas de la mente son creación de Dios; pero él no está encerrado en sentimientos que nosotras generamos de acuerdo a nuestros estados de ánimo.
En medio del dolor, Dios está presente. Cuando el sufrimiento aprieta el corazón, también está ahí; y por supuesto, dispuesto a tomar el mando de esos estados de ánimo si se lo permitimos. No debemos esforzarnos por «sentir» a Dios, solamente hemos de abrir nuestra alma para que tome posesión de ella, eso es todo. Lo demás corre por su cuenta; él produce en nosotros paz y gratitud, manifestadas en acciones que exaltan el nombre del Señor.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

DIVISIÓN EN LA IGLESIA - 2


Como les he dicho a menudo, y ahora lo repito hasta con lágrimas, muchos se comportan como enemigos de la cruz de Cristo (Filipenses 3:18).

Una especie de hilo negro une a todos los disidentes. Son muy críticos con la iglesia, con sus creencias y con sus dirigentes. Son «acusadores de los hermanos». Si las energías que invierten en destruir almas la dedicaran a salvarlas, ¡qué iglesia más amable, bondadosa y unida tendríamos! Como dice Leo R. Van Dolson, ¡cuánto más eficaz sería nuestro testimonio para los que buscan el amor de Cristo!
En su artículo «Keepers of the Springs» [Guardianes de las fuentes], el pastor Cyril Miller lo describió así: «Hoy, la Iglesia Adventista se enfrenta a un dilema. Está en conflicto consigo misma. Constantemente surgen ataques contra los dirigentes que ha elegido, contra su estructura administrativa, contra sus disposiciones doctrinales, contra su conducción profética, contra su misión evangelizadora y contra su sistema de financiación. La atacan a la vez la izquierda liberal y la derecha radical [...].
«Pareciera que los extremistas de derecha quisieran reformar la iglesia (y es verdad que necesita reforma), mientras los extremistas de la izquierda quieren liberarla ( y necesita algo de liberación también). Por desgracia, los liberales de izquierda contemplan a los extremistas de la derecha y llegan a la conclusión de que la mayor parte del cuerpo de la iglesia es legalista, tradicionalista, y carece de una fe progresista. Por otro lado, los radicales de derecha, al observar a los radicales de la extrema izquierda, consideran que la mayor parte del cuerpo de la iglesia está constituido por mundanos, que se han apartado de la fe [...].
»Es verdad que uno puede ser adventista e inclinarse todavía un poquito a la izquierda o la derecha. Tal vez la mayoría de nosotros se inclina de una manera u otra.  Pero cuando se va muy lejos, se traspasa un límite y se deja de ser adventista. Muchos que así actúan terminan en una total oposición a la iglesia y se preguntan por qué».
Cristo es la cabeza de la iglesia. Como tal, es responsable de poner y quitar a los dirigentes de la iglesia. Por lo tanto, deberíamos tener temor de atacar y criticar a los dirigentes. Cuando atacamos a la iglesia y a sus líderes, atacamos aquello que el Señor dijo era el objeto de su suprema consideración. Cuando atacamos a los dirigentes, también atacamos a Aquel que es la cabeza de la iglesia. Lo mejor es promover el cumplimiento de la misión de predicar el evangelio en este mundo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

LA CARRERA CRISTIANA


Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante. Hebreos 12:1.

En este texto se utiliza uno de los juegos públicos famosos en el tiempo de Pablo para ilustrar la carrera cristiana. Los competidores en la carrera se sometían a un doloroso proceso de entrenamiento; practicaban la negación propia más rígida para que sus facultades físicas estuvieran en la condición más favorable, y entonces probaban dichas facultades hasta lo sumo para ganar el honor de una corona perecedera. Algunos nunca se recobraban de los efectos. Como consecuencia del terrible esfuerzo, los hombres a menudo caían al lado de la pista, sangrando por la boca y la nariz. Otros exhalaban su último aliento, aferrándose a la pobre chuchería que les había costado tanto.
Pablo compara a los seguidores de Cristo con los competidores de otra carrera. El apóstol dice: "Ellos... [corren] para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible" (1 Cor. 9:25). Aquí Pablo hace un contraste marcado, para avergonzar los débiles esfuerzos de cristianos profesos que defienden sus indulgencias egoístas y se niegan a colocarse en una posición en la que puedan tener éxito por la negación propia y hábitos estrictamente temperantes. Todos los que se añadían a la lista de los juegos públicos estaban animados y emocionados por la esperanza de un premio si tenían éxito. De una manera similar se ofrece un premio a los cristianos: la recompensa de la fidelidad hasta el fin de la carrera. Si ganan el premio, su bienestar futuro está asegurado; se reserva un "cada vez más excelente y eterno peso de gloria" (2 Cor. 4:17) para los vencedores...
En las carreras, se colocaba la corona de honor a la vista de los competidores, para que si alguno se veía tentado a relajar sus esfuerzos, la vista cayera en el premio y fuera inspirado con nuevo vigor. Así se presenta el blanco celestial a la vista del cristiano, para que tenga su influencia debida e inspire a todos con celo y ardor...
Todos corrían en la carrera, pero solo uno recibía el premio... No sucede así con la carrera cristiana. Nadie que sea ferviente y perseverante dejará de triunfar. La carrera no es del veloz, ni la batalla del fuerte. El santo más débil tanto como el más fuerte, puede obtener la corona de gloria inmortal si es verdaderamente ferviente y se somete a la privación y la pérdida por causa de Cristo.— Review and Herald, 18 de octubre de 1881.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White