sábado, 8 de enero de 2011

SÍ, CRISTO TE AMA

«Nadie ha visto jamás a Dios, pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece entre nosotros», 1 Juan 4: 12.
Hay muchos cantos que hablan del amor de Dios para sus hijos. Probablemente aprendiste hace años el canto titulado «Cristo me ama».
En cierta ocasión, Susan Warner, maestra de la Escuela Dominical de su iglesia, supo que uno de sus alumnos estaba gravemente enfermo. Ella deseaba cantarle algo especial. Lo comentó a su hermana Ana, quien se inspiró y escribió la primera estrofa. La música la compuso William B. Bradbury. Desde entonces, este precioso canto se ha entonado en diferentes países y en diferentes idiomas con alegría y entusiasmo, porque el amor de Dios ha sido maravilloso a través de todas las generaciones.

Cristo me ama, esto sé,
todo el día él me ve.
Pequeñuelo soy de él,
A portarme siempre fiel.
Sí, Cristo me ama.
Sí, Cristo me ama.
Sí, Cristo me ama,
la Biblia dice así.

Conserva este canto en tu mente el día de hoy. No olvides que Cristo te ama, te cuida y eres de él. La Biblia nos dice que ama a todos los seres humanos, aunque algunos no lo saben. Es necesario contárselos. ¿Se lo dirás a alguno este día?


Tomado de meditaciones matinales para menores
Conéctate con Jesús
Por Noemí Gil Gálvez

¿PIES DESCALZOS? - Parte 2.

Buscad primeramente reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas (Mateo 6:33).

Aquella noche me costaba conciliar el sueño. Las pocas veces que lograba me asaltaban pesadillas, en las que aparecía un bebé con los pies descalzos llorando de frió. Se acercaba la fecha señalada para que naciera mi hijo. Tal vez por los comentarios de otras mujeres que veían aquella como una oportunidad única para comprar medias, o quizás debido a mi falta de fe, las horas se me hicieron eternas. Pero el sábado llegó. Todas se levantaron temprano, algunas se alistaron para salir a comprar, otras les daban el dinero a sus compañeras para que les hicieran el favor.
«¿Cuántas te traigo?», me preguntó una. Respondí: «Ninguna, gracias». Mi respuesta detonó como una bomba inesperada. Todas se quedaron en silencio y me miraban atónitas. «Ya habrá otrá oportunidad», añadí. Pero lo decía solo de dientes afuera. En realidad sentía temor. No solo había perdido la oportunidad de comprar las mediecitas para mi bebé, sino que estaban en juego mi fe y las promesas divinas. Tras aquella afirmación, las vi alejarse.
Me quedé sola en la habitación. Me acosté y, teniendo la pared como única vista, elevé una oración que brotó de lo más profundo de mi corazón: «Señor, sé que me amas y que no vas a permitir que mi bebé tenga los pies descalzos. Ayúdame a confiar en tus promesas». Fue entonces cuando sentí paz y a mi mente asomaron los pececitos de mi pequeño, que nada más llegar a este mundo serían abrigados providencialmente.
Al mediodía todas estaban de vuelta, y traían gran algarabía. Cuando las otras pacientes supieron lo que había sucedido salieron corriendo hacia la tienda, pero no todas llegaron a tiempo. Las medias fueron el único tema de conversación durante todo aquel sábado: sus colores, la forma en que las habían conseguido... Cada palabra que oía parecía poner a prueba mi fe.
¿Te has encontrado en alguna situación similar? ¿Ha sido probada tu fe? ¿Te parece que tu fe necesita urgentemente una ayuda divina? Cuando te sientas así, eleva una oración al ciclo: «Señor, envuelve mi corazón con el tibio calor de la confianza en tus promesas».

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

TIEMPO DE DECISIONES

A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia. Deuteronomio 30:19.

Capellan, ¿podría darme diez minutos para mí sola?", fueron las palabras que Susy me dirigió en aquel recreo, para luego conversar conmigo largo y tendido en privado. Al principio, pensé que se trataba de algún problema con su novio, ya que anteriormente habíamos hablado de eso, pero desde el inicio de la conversación me di cuenta de que el problema se desarrollaba en su hogar.
Yendo directamente al tema me dijo: "Le cuento: estoy harta de los cultos familiares. Ya no aguanto tener que cantar todos los días, que mi padre se ponga a leer la Biblia y que luego tengamos que orar. Capellán, ¿tengo que seguir así? Ya tengo 18 años, no soy una niña para que me obliguen cada día a participar de esos cultos aburridos. ¿Cuál es su consejo para esta situación?"
Al continuar con la charla me di cuenta que Susy sentía un gran fastidio con todo lo relacionado con su vida espiritual. Nacida en un hogar adventista, se había asociado con las actividades de iglesia, las lecciones de Escuela Sabática, el Club de Conquistadores y el culto familiar. Se encontraba en un punto decisivo de su vida, pues tenía que elegir si seguiría la trayectoria espiritual de su familia o se apartaría de ella. Procuré que razonara objetivamente la situación. Sus padres no estaban haciendo otra cosa que seguir la voluntad divina al enseñarle el camino de la salvación, y en realidad no eran culpables de nada. El problema estaba en ella. Debía tomar una decisión: vivir con Jesús o sin él.
Cada ser humano nacido en este mundo, día a día debe decidir la dirección de su vida espiritual. Cada día debe decidir quién tendrá el control de su corazón. Cada día tiene el poder de entregarse a Dios o a su enemigo.
Moisés expresó esta decisión y confrontó al pueblo diciéndoles: "A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia".
También hoy nuestro Padre de amor nos da la oportunidad de elegir. La familia de Susy decidió seguir a Jesús. Susy también optó por una entrega total. El pueblo israelita también eligió seguir al Dios de Moisés. ¿Cuál será tu elección en este día?

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuela

EL SUEÑO DE DIOS

Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones. Jeremías 1:5.

Debe tener aproximadamente veinte años. Demasiado joven para haber perdido el gusto por la vida y para destruirse, como lo está haciendo. En pocos meses, ha descendido a las profundidades más oscuras del vicio y de la degradación. Se prostituye para conseguir dinero, a fin de comprar cocaína.
"Es la única manera de olvidar lo que soy", balbucea, "un poco de basura que alguien encontró en la calle".
Verdad... y mentira. Verdad que la madre biológica la había abandonado en la calle, recién nacida, envuelta en papel de periódico, en un tacho de basura. Mentira que, por eso, ella no tuviese valor, al punto de escoger aquella triste vida.
"No tuve otra opción", farfulla, mordiendo sus labios hasta hacérselos sangrar. Dos lágrimas rebeldes resbalan por su rostro sufrido. Tengo ganas de abrazarla y de decirle: "Hija, no sufras más, estoy aquí; llegué para salvarte". Pero, percibo que soy apenas un ser humano, incapaz de calmar los dolores del mundo. Lloro. Ella no lo percibe: mis lágrimas ruedan por dentro; queman mis entrañas; me provocan el dolor terrible de la incapacidad. Entonces, viene a mi mente el texto de hoy.
A veces, golpeado por la vida, llegas a la conclusión de que eres fruto del acaso y de que tu existencia es una casualidad, un simple accidente biológico o una coincidencia. Pero, Dios asegura que, antes de que nacieses, cuando aún estabas en el vientre de tu madre, él ya tenía un plan para tu vida. Nada sucede en este mundo sin el consentimiento divino. Tú eres fruto del amor maravilloso de Dios.
Suceda lo que sucediere; a pesar de las circunstancias adversas que te rodean; a despecho de las heridas que la vida te haya abierto, el plan de Dios, para ti, continúa en pie. Lo único que necesitas es descubrirlo y seguirlo.
Nadie puede entender lo que sientes; yo sé. Tus dolores son solo tuyos; tus noches interminables, también. Temes que llegue el día. Prefieres vivir en las sombras, escondiendo tu realidad; lo sé. Pero sé, también, que hay un Dios Todopoderoso esperando que solo le digas: "Señor, estoy cansada de sufrir; por eso te entrego mi vida. ¿Eres capaz de hacer lo que yo no puedo?"
Tal vez tu situación no sea, ni por lejos, parecida a la de esta joven pero, ¡en el nombre de Dios!, parte hoy hacia la lucha de la vida seguro de que, "antes que te formases en el vientre de tu madre, Dios ya te conocía".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón