domingo, 27 de mayo de 2012

SÉ FUERTE


«La vida se me va en angustias, y los años en lamentos; la tristeza está acabando con mis fuerzas, y mis huesos se van debilitando» (Salmo 31:10 NVI).

¡Ay! ¡Parece que duele! El versículo de hoy habla de huesos débiles. Imagina lo difícil que debe de ser caminar con los huesos debilitados. Con toda seguridad te cansarías más rápido.
Algunas personas sufren de una enfermedad llamada osteoporosis. Cuando los huesos no reciben todas las vitaminas, minerales y el ejercicio que necesitan, se debilitan. Pueden volverse tan débiles y frágiles que pueden romperse sin mucho esfuerzo.
A veces la gente también puede sentirse débil y frágil. No estoy hablando de su cuerpo, sino de su valentía. La valentía es algo que nos fortalece cuando tenemos que permanecer firmes en lo que creemos. La verdadera valentía solo proviene de Dios.
¿Cómo podemos asegurarnos de permanecer firmes en nuestras creencias y no mostrarnos débiles o frágiles? Así como los huesos necesitan de una buena alimentación y ejercicio para permanecer sanos, nosotros necesitamos el «alimento» de la Palabra de Dios y ejercitar nuestro «músculo» espiritual a través de la oración. Permanece cerca de Jesús y él le dará la valentía que necesitas para hacer lo que es correcto y evitar que te resquebrajes como un hueso debilitado.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

UN LIBRO QUE CAMBIA VIDAS


Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino.

Transcurría el año 1994 y en nuestro país la situación era algo difícil. Teníamos dos hijos pequeños y la ansiedad embargaba mi alma. Una mañana que jamás olvidaré llegó a nuestra casa un campesino. Tras comentar las noticias del momento dijo en forma tranquila: «Mi madre tiene noventa años y dice que hay un libro llamado Biblia que puede transformar la vida. Además, que dicho libro menciona todo lo que está sucediendo en la actualidad, e incluso lo que sucederá en el futuro».
Aquellas palabras retumbaban en mis oídos. Decidí comentarlo con mi esposo, aunque con algún temor. Debido a que él era profesor universitario pensé que su respuesta sería negativa ante la posibilidad de conseguir aquel libro.  Para mi sorpresa me contestó: «Si lo consigues lo voy a leer». Después de muchas gestiones llegó a nuestras manos una selección de textos titulada La Biblia del joven.
Mi esposo quedó cautivado al leerlo y sintió deseos de conocer más acerca del Dios verdadero. Nuestro hijo mayor comenzó también a leer con avidez aquel libro, probablemente estimulado por sus hermosas láminas. Aprendía rápidamente las historias encontradas en sus páginas y luego las compartía con los vecinos.
Al fin encontramos un ejemplar de la Biblia y fue entonces cuando comenzó nuestro maravilloso viaje a través de aquellas páginas repletas de conceptos e ideas. A veces nos reíamos al encontrar algún pasaje que considerábamos extraño. La aventura resultaba cada vez más impresionante y el punto culminante fue leer lo sucedido en el Monte Sinaí. Con asombro reconocimos nuestros errores. Ahora conocimos la verdad respecto al día de reposo consagrado a Dios.  Una vez que encontramos al Dios que satisface las carencias humanas, nuestros temores comenzaron a desaparecer. Las tinieblas que nos envolvían fueron disipadas por la admirable luz proveniente del trono de la gracia. Aprendimos que el Cordero tenía el poder para librarnos del pecado y para devolvernos la confianza que necesitaba nuestra familia. Aquel libro cambió el derrotero de un viaje sin retorno hacia el más ansiado destino: la patria celestial.
Querida hermana, sin saberlo comenzamos a ascender los peldaños de la escalinata que conduce a la eternidad, mediante la lectura de aquel maravilloso libro que tiene el poder para transformar vidas.
Señor, ayúdanos a permanecer fieles a las verdades encontradas en tu libro.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por  Marisol Fernández 

¿ORGULLOSO YO?


Tras el orgullo viene el fracaso; tras la altanería, la caída. Proverbios 16:18

Pensemos por un momento en personas que son muy orgullosas. ¿Qué tienen en común? Tienen en común que se creen superiores a los demás. Se ven a sí mismos como más bonitos, más inteligentes, más talentosos, más simpáticos que el resto de la gente que los rodea.
Con mucha razón C. S. Lewis afirmó que el orgullo tiene su base en la comparación o la competencia (Cristianismo 31 nada más., p.123). El orgulloso siente placer, no tanto por ser poseedor de algo valioso, sino por tenerlo en mayor medida que los demás. Es así como la mujer orgullosa de su hermoso cuerpo se vanagloria, por sobre todas las cosas, porque es más bonita que «la competencia». Y el talentoso jugador de fútbol se jacta, no tanto por dominar este deporte, sino porque es el mejor del grupo.
Esta actitud, sin embargo, no es buena. De hecho, la Biblia condena el orgullo y sus similares (la vanagloria, la altivez, la arrogancia, etc.) en forma contundente. Dice, por ejemplo, que el orgullo acarrea deshonra (Prov. 11:2), va seguido del fracaso (16:18) y de la humillación (29:23).
¿A qué se debe esto? Basta pensar en la caída de Lucifer para saberlo: «¡Cómo caíste del cielo, lucero del amanecer! Fuiste derribado por el suelo, tú que [...] pensabas para tus adentros: "Voy a subir hasta el cielo; voy a poner mi trono sobre las estrellas de Dios; voy a sentarme allá lejos en el norte"» (Isa. 14:12-13).
Yo, yo y solamente yo. El problema de Lucifer no fue su belleza, ni su inteligencia. Su problema fue que se comparó con los demás y se vio a sí mismo como la súper maravilla de la creación. Subió tanto que la caída no pudo ser más estrepitosa.
Y tú, ¿sientes que eres brillante? ¿Tienes muchos talentos? ¿Un bonito cuerpo? ¿Un rostro atractivo? Ten en cuenta dos cosas. En primer lugar, no te compares, porque no eres ni mejor ni peor que nadie. Todos somos hijos del mismo Dios. En segundo lugar, dale gracias a tu Creador, porque nada tienes que él no te haya dado.
Gracias, Señor, por los talentos y dones que me has dado. Me propongo usarlos para tu gloría

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

NO MIRE HACIA ABAJO


«Cree en el Señor Jesucristo,  y serás salvo tú y tu casa» (Hechos 16:31).

Mi esposa Betty y yo habíamos pasado tres años y medio como misioneros en Pakistán. De regreso a casa, hicimos escala en Israel. Para nosotros fue muy inspirador conocer la región del mundo donde vivió Jesús de Galilea.
Un día nos inscribimos en una excursión que incluía la visita al Mar de Galilea. De pie, junto a la tranquila orilla, imaginábamos cómo andaban y hablaban Jesús y sus discípulos. Pero la apacible calma del Mar de Galilea puede tornarse rápidamente en una violenta tempestad.
Mientras estaba junto a la orilla, recordé la noche de la gran tormenta. Los discípulos estaban solos en la barca y, como no amainaba, en lo peor de la tempestad, temieron morir ahogados. En medio de la oscuridad de la tormenta vieron que alguien  venía hacia ellos.  Pensaron que era un fantasma. Pero Jesús dijo: «Soy yo, no temáis».
Cuando Pedro oyó esto, dijo: «Señor, si realmente eres tú, déjame caminar sobre el agua» ¡Craso error!  Aunque Jesús les había dicho que era él, Pedro estaba diciendo: «¡Ah, no! Si no haces que yo ande sobre las aguas no creeré que eres quien dices que eres». Jesús no lo reprendió, sencillamente dijo: «Ven».
«Mirando a Jesús, Pedro andaba con seguridad; pero cuando con satisfacción propia miró hacia atrás, a sus compañeros que estaban en el barco, sus ojos se apartaron del Salvador. El viento era borrascoso. Las olas se elevaban a gran altura... Durante un instante, Cristo quedó oculto de su vista, y su fe le abandonó. Empezó a hundirse. Pero mientras las ondas hablaban con la muerte, Pedro elevó sus ojos de las airadas aguas y fijándolos en Jesús, exclamó: "Señor, sálvame". Inmediatamente Jesús asió la mano extendida, diciéndole: "Oh hombre de poca fe, ¿por qué dudaste/"» (Conflicto y valor, p. 310).
Muchas veces, cuando nos alcanzan los problemas, actuamos como Pedro. En lugar de mantener los ojos puestos en el Salvador, miramos a las olas. Dios nos enseña día a día. Con las situaciones de la vida diaria nos va preparando para que desempeñemos nuestro papel en la escena más amplia para la que nos ha escogido. El resultado de la prueba diaria determina la victoria o la derrota en la gran crisis de la vida.  Basado en Mateo 14:22-32

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill