martes, 13 de octubre de 2009

EL CANTO ALEGRA EL CORAZÓN

Firme está, oh Dios, mi corazón; ¡voy a cantarte salmos, gloria mía! [...] Te alabaré, Señor, entre los pueblos; te cantaré salmos entre las naciones (Salmo 108: 1-3).

Casi en todas las iglesias hay una hermana que canta tan fuerte que retumba su voz por todo el templo, sin embargo, lo hace de una manera no muy afinada. Cierta vez, una dama con las características antes mencionadas quiso entrar al coro que yo dirigía. Al haber sufrido muchas veces en la iglesia debido a su manera de cantar, decidí no aceptarla en el grupo vocal. De la manera más sutil que pude le comuniqué mi decisión, pero en sus ojos pude ver el desencanto y tristeza que mi respuesta le había ocasionado. Esa noche puse en oración lo sucedido. Yo me sentía tan culpable por la reacción de la hermana que tardé varias horas en conciliar el sueño. Entonces algo increíble sucedió: soñé que la congregación entonaba un hermoso y grandioso canto cual nunca he oído jamás. De pronto mi atención se interrumpió al mirar que entre esa congregación se encontraba la dama que yo había rechazado para estar en el coro. Súbitamente desperté. Ahora me sentía peor. Oré de nuevo y al poco rato me quedé dormida. Al día siguiente, el Espíritu Santo puso en mi mente una interesante reflexión: a veces en nuestras congregaciones estamos tan preocu­pados por crear coros y preparar cantos especiales para los servicios, eso no está mal si hay una preparación debida, que hemos descuidado a los creyen­tes de las bancas, aquellos que van con un corazón dispuesto a recibir al Espíritu Santo y alabar el nombre de Dios. En ocasiones estas personas participan en un par de cantos y lo demás es ob­servar el desfile de cantantes, grupos corales bien ensayados, que a veces hacen playback, instrumentistas virtuosos que sorprenden a más de uno; todos ellos miembros de la farándula cristiana que, si el sonido falla, no hay micrófono o monitoreo, o bien las condiciones de la iglesia o del foro no son adecuadas, se quejan airadamente o se niegan a alabar a Dios. Es triste el cuadro, ¿no es así? Este es un llamado a todos los encargados del ministerio de la música para que no falte un buen servicio de canto congregacional por las mañanas.

Dulce Nayeli Lazada Alcántara
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.

INVITA A COMER A UN ENEMIGO

Pero yo les digo: «Amen a sus enemigos, y oren por quienes los persiguen». Mato 5:44

El rey de siria estaba desesperado. Atacara donde atacara, los israelitas se anticipaban a sus movimientos. ¿Sería que un espía les vendía los secretos militares de Siria? —Es ese Elíseo —dijeron sus generales—. No sabemos cómo, pero descubre nuestros planes y luego se lo dice al rey. Tenemos que eliminarlo. Él es el problema. Enviaron soldados a Dotan, donde se rumoreaba que estaba Elíseo. Sitiaron la ciudad; estaban decididos a capturar a Elíseo, vivo o muerto. Elíseo los vio venir. Sabía qué buscaban. Elíseo oró para que el Señor dejara ciegos a los soldados. No sabemos si los dejó completamente ciegos o solo los confundió. Pero cuando Elíseo salió a su encuentro, les propuso dirigirlos donde necesitaban ir y ellos lo siguieron. Los llevó dieciocho kilómetros hacia Samaría, la capital de Israel. Cuando llegaron, Elíseo oró para que recuperaran la vista. Imagina el terror que sintieron los soldados al descubrir que estaban en manos de su enemigo. El rey de Israel estaba tan sorprendido como los soldados sirios. —¿Qué se supone que tengo que hacer con ellos, matarlos? —preguntó a Elíseo. —De ningún modo —dijo el profeta—. Son nuestros invitados. Celebremos un banquete antes de que regresen a su casa. Y eso es lo que sucedió. El rey no les dio una rebanada de pan y unas pocas uvas. Preparó un banquete para sus enemigos y los dejó regresar a casa. El relato de la Biblia termina con las palabras: «Desde entonces los sirios dejaron de hacer correrías en territorio israelita». Al final, subieron al trono nuevos reyes y ambos países volvieron a estar en guerra. Pero durante años vivieron en paz, La mejor manera de destruir a nuestros enemigos es hacerlos amigos nuestros.

Tomado de la Matutina El Viaje Increíble.

NO LO VEMOS

Respondiendo Jesús, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?» Y el ciego le dijo: «Maestro, que recobre la vista». Y Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino. Marcos 10: 51, 52.

Esta es la inspiradora historia del ciego Bartimeo. Aquí se ven las peculiaridades de la historia de los Evangelios. En Mateo 20: 29 dice que eran dos ciegos. Pero aquí y en Lucas 18: 35 dice que era uno solo. Nuestro texto de hoy proporcióna una valiosa información. Dice que el ciego se llamaba Bartimeo. Hay quienes aseguran que esa palabra significa "hijo de Timeo", es decir, "hijo de un ciego". El ciego Bartimeo era hijo del ciego Timeo.
Bartimeo preguntó qué ocurría, pues el gentío que se movía a su alrededor no era normal en Jericó. Cuando le dijeron que Jesús de Nazaret estaba pasando por la ciudad, Bartimeo se estremeció. Hacía tiempo que esperaba esta oportunidad. Jesús estaba cerca y él creía que podía devolverle la vista. Sin perder tiempo, sin ninguna inhibición comenzó a gritar: «Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí». Los gritos eran estridentes, casi ofensivos, para un personaje tan importante como Jesús de Nazaret, quien se encontraba en el apogeo de su fama y de su popularidad. La gente comenzó a reprenderlo, diciéndole que se callara. Pero Bartimeo no estaba dispuesto a desaprovechar mi única oportunidad de ser sanado por Jesús, y siguió gritando.
«Entonces Jesús, deteniéndose, mandó llamarle». ¡Qué gloriosa oportunidad! La Biblia Reina-Valera dice: «Él, arrojando su capa, se levantó». Pero la Biblia de Jerusalén dice que Bartimeo «dio un brinco» para acercarse a Jesús.
«Era el hijo ciego de un padre ciego, lo cual empeoraba el caso, y hacía la curación más maravillosa, y, así, más apropiada para tipificar la curación espiritual realizada por la gracia de Cristo en aquellos que no solo nacieron ciegos, sino de padres que eran ciegos» (Mattbew Henry's Commentary, t. 5, p. 423).
Después de caminar entre sombras, abrir los ojos y observar el rostro de Jesús y las cosas maravillosas de este mundo tiene que ser algo indescriptible. Es algo similar a lo que sucede cuando acudimos a Dios en oración y rogamos: «Señor, ten piedad de mí, que soy pecador», y Dios responde con su inigualable misericordia.
El ruego de Bartimeo fue: «Maestro, quiero ver». ¿Por qué no hacemos una petición así de sencilla? Necesitamos ver la voluntad de Dios en nuestra vida; necesitamos ver las necesidades físicas y espirituales de quienes nos rodean y, sobre todo, necesitamos ver nuestros pecados. Gritemos, como Bartimeo, «Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí».

Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.