domingo, 16 de septiembre de 2012

EL HERMOSO DADOR DE VIDA


«Ese día no hará frío ni habrá heladas» (Zacarías 14:6).

Hoy hemos salido muy temprano, aún no ha salido e sol. ¿Oyes ese crujido que suena a cada paso que damos? ¿Sabes qué es? No, no estamos caminando sobre caramelos, lápices ni cereal. Hoy ha habido una helada y estamos caminando sobre una fina capa de hielo. Todo el piso está cubierto, y cuando salga el sol podrás darte cuenta de cuan hermoso se ve, especialmente cuando el sol se refleja en los pequeños cristales de hielo. ¿Sabes de dónde ha salido este hielo? El aire que nos rodea está lleno de pequeñísimas gotas de agua. En algunas partes del mundo, cuando hace frío en la noche y la temperatura llega al punto de congelación, estas pequeñas gotas se congelan y caen al piso formando hermosos cristales de hielo en todas las superficies.
A pesar de lo hermosas que puedan ser las heladas, a los granjeros no les gustan mucho porque pueden dañar sus plantaciones. ¿Por qué algo tan hermoso puede ser tan destructivo? Así es también el pecado. Satanás hace ver el pecado como algo agradable, pero lo cierto es que solo causa problemas y finalmente la muerte. Sigue hoy la única cosa hermosa que puede dar vida, y vida eterna. Esa cosa es, ¡por supuesto!, una persona: ¡Jesús! Él es el hermoso dador de vida.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

LIBRES EN JESÚS


Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres y no estéis otra vez sujetos al yugo de la esclavitud. (Gálatas 5:1).

«El mes de la patria», de esta forma es conocido el mes de septiembre en todo México. Para la ocasión las calles, los edificios y las casas se visten de verde, blanco y rojo, los colores de la bandera mexicana, para celebrar la independencia del país. El sacerdote Miguel Hidalgo fue quien, con su ejemplo y con su voz, estimuló al pueblo para que luchara por su libertad e independencia. El llamado a la libertad, a liberarse del yugo de la dominación española, lo dio aquel fogoso cura un mes de septiembre del año 1810.
Así como la historia universal está plagada de luchas y de conflictos entre naciones, de igual forma existe una gran lucha entre Cristo y Satanás a causa de la esclavitud del pecado y del mal que sufren los seres humanos. Nuestro enemigo, el diablo, se apoderó de este mundo cuando logró que nos convirtiéramos en esclavos del pecado. Pero Dios, en su infinito amor, preparó un plan para salvar a la humanidad. Dicho plan requería la presencia o figura de un libertador, de alguien capaz de obtener la libertad de todos los cautivos del pecado. El nombre de ese libertador es Jesús. Él fue quien rompió las cadenas, quien derramó su sangre en la cruz del Calvario por amor a todos nosotros, para que pudiéramos gozar de una libertad real y eterna.
Nuestra liberación la conmemoramos al celebrar el rito de la Santa Cena. Lo hacemos con recogimiento y con devoción, no con desfiles, con marchas ni con trompetas. Nuestra independencia finalmente se concretará cuando Jesús se manifieste en las nubes de los cielos para llevarnos a una patria nueva, a una tierra donde no habrá más guerras, muerte ni dolor.
Amiga, si anhelas la libertad; si quieres ser del todo libre, recuerda que Jesús ya pagó el precio de tu salvación. Jesús te ama eternamente, y si hoy decides darle el control de tu vida, podrás comenzar a vivir en él la ver-dadera libertad.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Vanesa Méndez

CONSTRUCCIÓN EN PROGRESO


El trabajo de cada cual se verá claramente en el día del juicio. 1 Corintios 3:13.

Se cuenta la historia de un carpintero a quien llamaremos Juan. Durante muchos años, Juan trabajó con fidelidad para un adinerado constructor. Su lealtad y devoción no pasaron desapercibidas, por lo que cierto día, su patrón decidió dejar en manos de Juan la responsabilidad de supervisar la construcción de la siguiente casa.
—Juan, he observado tu trabajo durante todos estos años y creo que ya estás en condiciones de dirigir la construcción de una casa. Dirigirás todo el proceso, incluida la compra de materiales.
¡Dirigir la construcción de una casa! Sin pérdida de tiempo, Juan se dedicó a su trabajo con el mayor entusiasmo. Un día, sin embargo, un pensamiento maligno llegó a su mente. «¿Qué tal si construyo esta casa con materiales baratos?  Nadie se dará cuenta. Así podré quedarme con una buena suma de dinero».
Un instante después se sintió mal por haber pensado así, pero luego razonó que él ya había dado a su jefe los mejores años de su vida, y sin embargo seguía siendo un pobre carpintero. Decidió, pues, llevar a cabo su plan. Compró materiales de segunda categoría y ahorró dinero en detalles que creyó que difícilmente se notarían. Cuando terminó la construcción, el dueño de la empresa se acercó a Juan con una amplia sonrisa en el rostro.
—Juan, durante todos estos años has sido un fiel y abnegado trabajador, y ya es tiempo de mostrarte mi gratitud. ¡Te regalo esta casa que acabas de construir! (Adaptado de God"s Little Devotional Bookfor Teens [Pequeño libro devocional de Dios para adolescentes], pp. 38,39).
Así es la vida: cosechamos lo que sembramos. Sembramos engaño, cosechamos desilusiones. Sembramos rectitud, cosechamos satisfacciones. 
Ahora mismo tú también estás construyendo, no una casa, sino un carácter. Dios te ha encargado la responsabilidad de dirigir la obra, incluyendo el tipo de materiales que usarás. ¿Es de primera clase el material de construcción que estás usando?  La honestidad, la integridad, el respeto, la rectitud: estos son los materiales de primera clase. Están a tu disposición. Y vale la pena usarlos. A fin de cuentas, es tu carácter lo que está en juego. Esa es tu mayor posesión. De hecho, es lo único que podrás llevar contigo a la patria celestial.
Padre amado, dame sabiduría para edificar, no solo para este mundo, sino para la eternidad.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

«DAD A CONOCER SUS OBRAS»


«¡Alabad a Jehová, invocad su nombre, ¡dada conocer sus obras entre los pueblos!» (Salmo 105:1).

Cuesta imaginar que aquellos diez hombres que habían estado enfermos juntos y habían sido sanados juntos no hubieran mostrado su agradecimiento juntos. Al darles la bienvenida a casa, sus familiares les debieron preguntar cómo fueron sanados, a lo que los hombres debieron responder que Jesús era el autor de su sanación. ¿Se acordarían entonces de que ni siquiera le habían dado las gracias?
Jesús mismo debió entristecerse por su negligencia, porque preguntó: «¿No son diez los que han quedado limpios? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviera y diera gloria a Dios sino este extranjero?» (Luc. 17:17,18). Puedo percibir un tono de decepción en su voz. No cabe duda de que nuestro desagradecimiento apena al Señor. Ante lo que Jesús ha hecho por nosotros, nada que no sea el agradecimiento y la alabanza de todo corazón es adecuado.
En cierta ocasión, una mujer que deseaba estar bien con Dios le dijo a Charles Spurgeon, el famoso predicador del siglo XIX: «Si Jesús me salva, jamás oirá el final». Lo que quería decir era que ella nunca dejaría de dar las gracias a Jesús por lo que había hecho. Todos tendríamos que sentirnos así.
En cierta ocasión, dos viejos amigos se cruzaron por la calle. Uno de ellos parecía apenado, casi al borde del llanto. Su amigo le preguntó: —¿Qué te ha hecho el mundo? El que estaba triste le respondió:
—Deja que te cuente. Hace tres semanas, mi tía abuela, a quien apenas conocía, falleció. Me dejó casi cien millones de dólares en herencia. 
Su amigo le respondió:
—Eso es mucho dinero. El amigo triste continuó
—Luego, hace dos semanas, falleció un primo al que ni siquiera conocía y me dejó ochenta y cinco mil dólares libres de impuestos. 
—Es una bendición.
—No me entiendes —lo interrumpió—. La semana pasada murió un tío y me dejó cuarenta mil dólares.
Llegados a este punto, el otro amigo estaba completamente confundido. 
—Entonces, ¿por qué estás tan triste? 
El amigo triste respondió:
—¡Esta semana no ha caído nada de nada, ni un centavo! 
«Bueno os alabarte, Jehová, y cantar salmos a tu nombre, oh Altísimo" (Sal, 92:1). Basado en Lucas 17:11-19

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

EL AMOR CAUSA UNA BUENA IMPRESIÓN


Saludaos unos a otros con un beso de amor (1 Pedro 5:14).

Hasta ahora, hemos tratado muchos temas importantes en este ciclo de 50 días de oración. Aprender a demostrar aspectos del amor como la paciencia, la bondad y el aliento no siempre es fácil, pero sin duda es fundamental para una relación saludable. Así que quizá parezca intrascendente hablar sobre la manera en que saludas a tu cónyuge todos los días, pero esta pequeña cuestión tiene una importancia sorprendente.
La manera en que una pareja se saluda dice mucho de su relación. Se puede ver en la expresión, el semblante y en la manera en que se hablan. El contacto físico lo hace aún más evidente. ¿Pero cuánta importancia deberías darle a un saludo?
La Biblia tiene para decir sobre los saludos más de lo que quizá supongas. El apóstol Pablo se tomó tiempo para alentar a sus lectores a saludarse con calidez cuando se encontraran. Es más, cerca del final de su carta a los Romanos, les pidió a los creyentes que saludaran de su parte a 27 de sus amigos y seres queridos. Incluso se tomó el tiempo para designarlos por sus nombres.
Sin embargo, no se trata solo de tus amigos. Jesús observó en el Sermón del Monte que aun los paganos les hablan con amabilidad a las personas a quienes quieren. Este acto es sencillo para cualquiera. Sin embargo, Jesús fue más allá y dijo que para ser piadoso, también había que ser lo suficientemente humilde y misericordioso como para tratar con bondad a los enemigos. Esta declaración plantea una pregunta interesante: ¿Cómo saludas a tus amigos, a tus compañeros de trabajo y a tus vecinos? ¿Y a tus conocidos y a los que encuentras en público? ¿Estás proyectando el amor de Dios al saludar a alguien? ¿Cómo luce tu rostro cuando saludas? Quizá te encuentras con alguien que no te agrada demasiado, pero lo saludas por cortesía. Así que si eres tan agradable y educado con las demás personas, ¿no se merece tu cónyuge lo mismo? ¿Diez veces más?
Toma tiempo para evaluar y pedirle a Dios que te ayude a mejorar en esta área.

Tomado del 50 días de Oración
Por Pr. Juan Caicedo Solís
Secretario Ministerial, Dir. Hogar y Familia
Unión Colombiana del Sur