martes, 5 de abril de 2011

DIOS SABE, DIOS OYE, DIOS VE

No dará tu pie al resbaladero ni se dormirá el que te guarda. (Salmo 121:3)
Uno de los sentidos que yo más valoro es el de la vista. En mi familia ha habido casos de personas que no han gozado de buena visión, afectados por una malformación genética o por la enfermedad, e incluso por accidentes. Mi abuelo materno sufrió la desgracia de no poder ver durante quince años de su vida. Aunque era una persona muy jovial y todos lo queríamos muchísimo, el sufría porque no podía vernos. Por más que nos tocara y tratara de imaginar nuestra sonrisa, no podía disfrutarla como nosotros la suya.
Los médicos, reticentes a la hora de dar un pronóstico alentador, aconsejaban una intervención quirúrgica para evitar complicaciones. Mi madre elevo una oración pidiendo que se cumpliera la voluntad divina; y ante el asombro de la ciencia, mi abuelo no solo pudo ver a sus nietos, sino que volvió a leer los periódicos. Su restauración fue milagrosa.
No sé cuánto valoras tus ojos, pero yo no solo los aprecio mucho, sino que alabo el nombre de mi Dios porque sus ojos no son propensos a ninguna enfermedad ni malformación. Al contrario, los ojos de mi Dios velan por mí en todo momento.
Medita en este mensaje musical: «Tu que te sientes pequeña, / dirige tus ojos a Dios. / No dejes que las sombras te embarguen, / confía tu vida a Jesús. / Tu que muy triste te encuentras, / sumida en la soledad, / no temas clamar al Maestro, / promete a tu lado siempre estar».
Ante las perplejidades de la vida, frente al dolor o el sufrimiento, ¡puedes decir, como el salmista: «Mi socorro viene del Señor? Te invito a que en este momento leas el Salmo 121. Allí donde dice: «No se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel, coloca tu nombre, el de tus hijos, el de tu esposo, los de tus familiares, amistades, y de todos aquellos a los cuales quieras presentar delante del Señor sabiendo que tienes un Dios que sabe, un Dios que oye y un Dios que ve.
El Señor te guarde de todo mal; y guarde tu alma. Jehová guarde tu salida y tu entrada desde ahora y para siempre.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

DEJAR TODO

Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostrare. Génesis 12:1.

A medida que crecemos hay cosas materiales que nos rodean y forman parte de nuestra vida. Esas cosas en alguna medida son parte de nosotros, y algunas veces nos apegamos tanto a ellas, que nos parece que si no las tuviéramos no podríamos vivir.
Piensa un momento en tu propia vida, en aquellas cosas materiales que hoy tienes, quizá desde que eras pequeño, pero que si te faltan te sientes mal hasta que las recuperas. Podríamos enumerar el televisor, el equipo de música, la computadora, tu habitación, tu pelota de fútbol, y tu podrías mencionar algunas más.
Claro, las cosas materiales no son las únicas que nos acompañan en nuestra existencia ni las más valiosas. También están esas otras que no podemos palpar, como el amor de nuestros padres, el tiempo con nuestros amigos in-timos y el cariño de la persona que amamos.
Algunas personas valoran tanto estas cosas, tanto materiales como no materiales, que hasta llegan a contemplar el suicidio cuando les faltan. Quizá te parezca que estoy exagerando, pero para Genaro García fue tan terrible que su padre le prohibiera mirar televisión, que escribió: "En mi corazón llevare mi televisor conmigo. Te amo", para luego quitarse la vida de un disparo (Sunday Times, Londres, 20 de febrero de 1983).
Abram, un hombre que vivía en la ciudad de Ur, en Mesopotamia, recibió el llamado de Dios para abandonar su "tierra", su "parentela", la casa de su padre, sus hermanos, sus amigos, e ir errante al lugar que Dios tenia destinado para él. Supongo que no debe haber sido fácil para el tomar esa decisión, pero confiando en que cuando Dios nos pide algo, lo hace por nuestro bien, se fue confiado en la providencia divina.
Hoy, el mismo Dios de Abram te pide que dejes todo lo que ocupa el primer lugar en tu corazón y vayas tras las huellas de Jesús. Sé que no es fácil, que hay decisiones que son difíciles de tomar. Pero así como con el patriarca, cuando nuestro Padre nos pide algo es para darnos mucho más. Pedro, al contarle a Jesús que habían abandonado todo por seguirlo a él, recibió la respuesta de su Maestro: "Cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces más, y heredara la vida eterna" (Mat. 19:29). Abraham se animó, Pedro también, ¿te animaras tu a dejar todo lo que ocupe el primer lugar en tu corazón, para dárselo a Dios?

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuela

¡HIJOS!

Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo. Gálatas 4:7.

La mente pecaminosa del ser humano ha desfigurado el carácter divino. La tradición le ha hecho creer que Dios es un ser de rostro serio y ceño fruncido, sentado en su trono de santidad con una vara en la mano, vigilando y esperando obediencia estricta de sus vasallos.
"Inclínate delante de él, como el esclavo delante de su señor", le ha ordenado durante siglos. Y el ser humano lo ha creído, y ha vivido con miedo de Dios. Ha tratado de aplacar la ira de su "señor" con penitencias, peregrinaciones y sacrificios. Se ha arrastrado delante de él, como criatura indigna. Ha cargado el fardo horrible de la religiosidad desprovista de gracia.
Lo peor que el pecado consiguió fue desfigurar el amor divino; presentarte a Dios como un ser rencoroso y vengativo. Te hace huir, esconderte, anularte; como Adán y Eva en el Jardín del Edén después del pecado. Desesperados, vacíos, desnudos y ridículos; e intentando cubrir su desnudez con miserables hojas de higuera. Aquella triste tarde, Dios se presentó en el Jardín buscando al hijo amado, pero el pecado gritaba a los oídos de este: "No eres hijo, eres esclavo".
Tal vez, sí; seguramente que sí. Pero, no esclavo de Dios: esclavo del enemigo de Dios. Castigado impiadosamente por el peor verdugo que alguien pueda tener: la conciencia tergiversada por el pecado.
El versículo de hoy, sin embargo, trae la más extraordinaria noticia que alguien pudiera recibir: ya no eres esclavo de nadie; no necesitas serlo: el Señor Jesús pago el precio de tu rescate. Si crees en la promesa divina, pasas a ser hijo, heredero de la promesa. Tus culpas han sido perdonadas; no necesitas vivir huyendo ni escondiéndote. El Señor Jesús te da el derecho de reclamar la promesa y de vivir como hijo del Rey, príncipe en el vasto universo de Dios.
Por eso, hoy, ¡yergue la cabeza! Deja que el Sol de justicia ilumine la penumbra de tu ser. No tienes que vivir como si le debieses algo a la vida; no existe motive para que te sientas esclavo. El Señor Jesús cargo el peso de tu culpa en el Calvario y te liberto. "Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón