martes, 1 de mayo de 2012

¡AUXILIO!


«Él hace que la tierra se sacuda y que sus bases se estremezcan» (Job 9:6).

¿Alguna vez has vivido un terremoto? Si la respuesta es sí, seguramente sabes lo terrible que es. Los terremotos ocurren cuando dos capas externas de la tierra se mueven y chocan entre sí. Todo tiembla, las cosas se caen, y a veces se abren grandes grietas en el suelo. No conozco a nadie a quien le gusten los terremotos, porque causan gran destrucción.
Los equipos de rescate son muy importantes cuando se produce un terremoto. Una de sus labores es buscar sobrevivientes debajo de los escombros de los edificios caídos. A veces se necesitan días para encontrar personas que han estado sin comida y sin agua y que muchas veces están heridas. Pero los equipos de rescate nunca se rinden. Ellos continúan buscando día y noche hasta que están seguros de que todos los sobrevivientes han sido rescatados.
¿Sabías que Dios también es un «rescatador»? La Biblia dice en 2 Pedro 3:9 que él no quiere que nadie muera. Eso significa que quiere que todos escojan ir al cielo con él. Pídele ayuda a Jesús. Pídele que te rescate del pecado. Escoge la vida eterna y Dios te rescatará del «terremoto» del pecado.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

RETEN LO QUE TIENES


Vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona. (Apocalipsis 3:11).

Hace años una agraciada joven fue coronada como la ganadora de un reconocido concurso de belleza. Sin embargo, la alegría le duró muy poco, pues unos minutos después de la coronación, en medio del asombro de las participantes y del público, los organizadores indicaron que se trataba de un error. Fue un momento de gran confusión y perplejidad.
La Biblia nos cuenta la triste historia de un joven que también perdió su corona, aunque en circunstancias muy diferentes. Este muchacho, a pesar de haber sido educado en los principios correctos, se apartó de las enseñanzas de sus padres al ser atraído por las tentaciones del medio que lo rodeaba.
Sansón, como muchos jóvenes, era inquieto y estaba lleno de vida. Su fuerza y sus talentos lo hacían sobresalir entre sus compañeros. Sin embargo, empezó a relacionarse con personas que no tenían sus mismos principios ni compartían su fe.
El primer error de Sansón fue olvidar sus raíces. Había sido elegido por Dios desde antes de nacer; era una persona con un propósito y una misión que cumplir. Al olvidar su identidad se desvió del plan que Dios tenía para él y se entregó a los deseos de la carne. Sansón es un ejemplo de cómo, cuando se pierde la identidad, por lo general uno olvida sus objetivos y su derrotero.
Es lamentable ver a personas talentosas que han servido a Dios en el pasado y que hoy en día están desperdiciando sus vidas. Sus esfuerzos caen en la nada porque se han apartado de la «fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen el agua» (Jer. 2:13).
Al olvidar su linaje real se transforman en seres vacíos y llenos de amargura. 
Amiga, tú tienes una misión que cumplir y, aunque te parezca demasiado sencilla, para el Todopoderoso es de gran valor. No permitas que el enemigo te susurre que no vale la pena continuar la lucha, o que es muy tarde para regresar al redil. Dios te ha escogido para salvación. Jesús ya pagó el precio y te ha convertido en una princesa.
¡Retén lo que tienes y no permitas que nadie te despoje de tu corona!

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Alejandra Araya

UN POQUITO CADA DÍA


Dejemos a un lado todo lo que nos estorba [...] y corramos con fortaleza la carrera que tenemos por delante. Hebreos 12:1.

«Cada día —escribió alguien— es un regalo del cielo. Es nuestro privilegio abrir ese regalo, usarlo bien y darle gracias a Dios por su gran bondad». Juan Sebastián fue uno de esos que sacaron el mayor provecho del regalo que nuestro buen Padre celestial nos da con la llegada de cada nuevo día. Según relata Dorothy Watts, Juan Sebastián era todavía un adolescente cuando decidió aprender a tocar en el clavecín y el órgano las obras de los grandes maestros. Solo había un problema: su hermano mayor, Cristóbal, las guardaba celosamente bajo llave en un armario.
Una noche Juan Sebastián logró abrir el armario y sustraer el libro que contenía esas obras majestuosas. Sin pérdida de tiempo, comenzó a copiar su contenido, nota por nota, un poquito cada día. En seis meses completó la labor. Entonces su hermano lo descubrió, pero para ese momento, ya Juan Sebastián había «guardado» la información en «el disco duro» de su memoria (Peldaños de superación, p. 100).
¿Cómo lo logró? Copiando un poquito cada día. Y fue precisamente trabajando un poquito cada día, como Juan Sebastián Bach logró componer las obras que lo hicieron merecedor de un lugar entre los grandes.
Durante años, este virtuoso de la música trabajó como maestro y organista en la Escuela Santo Tomás, en Leipzig, Alemania. Allí dirigía el coro de niños y era el encargado de tocar el órgano en los servicios religiosos, las bodas y los funerales. Nada espectacular, podríamos pensar. Pero fue durante esos años de trabajo, en un lugar que podríamos llamar «ordinario», donde Juan Sebastián Bach logró componer 265 cantatas para iglesia, 263 arreglos corales, 356 piezas para órgano y 24 cantatas seculares (William Barclay, Day by Day [Día a día], p. 203).
¿Puedes pensar en un proyecto al cual dedicarle un poquito de tiempo y de esfuerzo cada día.  Por supuesto, tiene que ser algo en lo que puedas usar los talentos que Dios te ha dado. Y no tiene nada espectacular. Basta que contribuya al bienestar de otros y que glorifique el nombre de Dios. ¿Estás listo para comenzar?
Ayúdame, Señor, a realizar los sueños que tienes para mí, avanzando un poquito cada día.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

TRADICIONES FAMILIARES



«¿Quién como tú, Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?» (Éxodo 15:11).

Desde hace muchos años, nuestra familia tiene la costumbre de reunirse en una cena especial todos los viernes por la noche. Ponemos la mejor vajilla y el mejor juego de cubiertos. Adornamos la mesa con velas. La noche del viernes me gusta que en casa haya velas. Después de todo, Jesús es la Luz del mundo y nos dice que tenemos que hacer que nuestra luz brille. Antes de comer, nos sentamos alrededor de la mesa y cantamos. Si solo estamos mi esposa y yo, el resultado es penoso; pero cuando nos acompaña alguno de nuestros hijos o algún otro invitado, de manera que se pueda hacer un poco de armonía, puede ser muy agradable. Después de cantar algunos himnos, seguimos una de las lecturas antifonales que se encuentran al final del himnario. Finalmente cantamos el himno «No te olvides nunca del día del Señor» (Himnario adventista, ed. 2010, n° 543).
Después de los cantos, recitamos el mandamiento del sábado, oramos y empezamos a comer. Nunca adivinará cuál es nuestra comida especial del viernes por la noche... ¡Pizza! Mi mujer la confecciona con una base precocinada o, a veces, con un pan de pita redondo. Cuando vivíamos en el extranjero, para prepararla, tenía que partir de cero. Pero ahora reúne cosas de aquí y de allí, nada extravagante, difícil o caro, y las junta. Cuando nuestros hijos vienen a casa de visita esperan que el viernes por la noche coman la «pizza de mamá».
Por cierto, si se quiere, es posible hacer una pizza vegana. Después de la cena, nos sentamos juntos en la sala de estar y hablamos; algo para lo que, por lo general, no tenemos tiempo durante los otros días de la semana. Entonces celebramos un corto culto familiar y nos vamos a la cama. Así pasan la tarde y la noche del viernes para nosotros. Como ve, las tradiciones son agradables porque permiten que las ocasiones puedan ser muy especiales.
Unas palabras para las familias con niños: Si los niños tienen edad suficiente, permítanles que participen en el culto familiar. Todos pueden tener una Biblia y leer un versículo o dos. Luego canten un himno y continúen con una oración. Sería bueno que animaran a los niños para que cada uno dijera una oración. Cuando llegue el turno de los mayores para orar, no se alarguen demasiado y pidan cosas con las que los niños puedan estar familiarizados. En casa siempre cerramos el tiempo de oración recitando el Padrenuestro juntos. El culto familiar tendría que ser un momento interesante y alegre. Basado en Mateo 12:8.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill