martes, 17 de julio de 2012

MUÉVETE ÁGILMENTE PARA DIOS


«Como la grulla y como la golondrina me estoy quejando; gimo como la paloma y alzo hacia lo alto mis ojos. Jehová, violencia padezco, ¡fortaléceme!» (Isaías 38:14, NVI).

¿Has visto eso? ¿Qué era? Ahí está de nuevo. Vuela muy rápido. Lo que hemos descubierto en nuestra aventura de hoy es una golondrina. El mes pasado estuvimos hablando de ellas. Esta ave es una de las más rápidas de todas las aves pequeñas. Cuando vuela lo hace rapidísimo, gira y se deja caer.  Esta ave come, bebe, se baña e incluso busca pareja mientras vuela. Algunas veces vuela de noche y casi nunca deja de moverse.
La Biblia narra la historia de un hombre que se llamaba Gedeón. Gedeón tuvo que escoger a algunos hombres para defender a Israel, y para hacerlo les pidió que tomaran agua del río. Algunos se pararon frente al río, se arrodillaron y tomaron. En cambio, hubo otros que tomaron el agua con su boca y bebieron mientras caminaban y permanecían alerta. Esos fueron los que Dios escogió para ir a la batalla. Él sabía que siempre estarían en movimiento para él.
Dios quiere que siempre permanezcamos en «movimiento» para él.  Él quiere que, a través de nuestras palabras y acciones, hablemos a otros de él. Muévete ágilmente hoy para que los que te rodean aprendan del Dios al cual sirves.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

¿PREOCUPACIÓN O CONFIANZA?


«Paz, paz para el que está lejos y para el que está cerca», dice Jehová. «Yo lo sanaré» (Isaías 57:19).

La paz y la tranquilidad deben acompañar a quienes creemos en Jesús. Una de las bendiciones que el Maestro nos dejó es precisamente su paz. Aunque sabemos que no todos los seres humanos disfrutan de esa dicha en su diario vivir.
Mi hijo siempre ha sido un joven alegre y de buen ánimo. No hace mucho me llamó para informarme de que había roto su compromiso de cinco años con la chica que creía sería su esposa. Le dije que me gustaría estar a su lado para consolarlo. Sin embargo, me contestó que prefería que no lo viera en aquel estado tan triste. ¿Qué madre puede estar tranquila sabiendo que la angustia oprime el corazón de un hijo? Aunque estemos acostumbradas a responder a las circunstancias de la vida apoyándonos en Dios, cuando se trata de un hijo, la desesperación podría apoderarse de nosotras.
Tras escuchar la noticia caí sobre mis rodillas, sintiendo un gran dolor por mi hijo, así como por la distancia que nos separaba. Pedí a Dios que nos concediera a ambos su paz y consuelo. De pronto una pregunta me vino a la mente: ¿Acaso podemos estar preocupados y confiar en Dios al mismo tiempo?
En la época en que vivimos es casi imposible vivir sin preocupaciones. La salud, el matrimonio, los hijos, e incluso nuestra vida espiritual, requieren nuestra atención. Pero, ¿ofenderá a Dios una actitud de preocupación cuando su Palabra dice: «Echad toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros» (1 Ped. 5:7)? ¿O acaso debemos dejarle a Dios toda carga y mostrarnos despreocupadas ante las circunstancias adversas? La vida centrada en Cristo implica que debemos depender de él.  Dios se preocupa por nuestras necesidades al igual que una madre une sus sentimientos a las circunstancias difíciles que atraviesa un hijo.
La unión con Jesús es el bálsamo que nos permitirá confiar enteramente en Dios. La oración, la voz que clama diciendo «¡ayúdame!», debe ir acompañada de la confianza. Calmemos nuestra ansiedad recordando que él no nos dará una prueba mayor de la que podamos soportar.
¡Confío en ti, Señor, y dependo únicamente de ti!

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Mayda Pardillo de Cortés

ALGO PARA RECORDAR EN TIEMPO DIFÍCILES


En el año en que murió el rey Uzías, vi al Señor sentado en un trono muy alto. Isaías 6:1.

Si tuvieras que animar a un amigo que no logra entender por qué el mundo está tan convulsionado, ¿qué le dirías? El siguiente relato bíblico te puede ayudar en un caso así.
Hace muchos siglos vivió un hombre llamado Isaías. Cuando era joven, Isaías se preguntaba por qué en Judá, su país, había tanta maldad. No entendía por qué los líderes del pueblo no defendían a las viudas, a los pobres y a los huérfanos (ver Isa. 1:21-26). Tampoco comprendía por qué Dios permitiría que Asiria, un pueblo pagano, estuviera a punto de invadirlos. Para colmo de males, el rey Uzías acababa de morir (Isa. 6:1). ¡Peor, imposible!
En medio de circunstancias tan adversas, Isaías fue llamado para ser profeta de Dios. Sin embargo, ¿cómo podría cumplir él con esta responsabilidad en un tiempo cuando parecía que Satanás, no Dios, estaba sentado en el trono del universo?
Cierto día cualquiera Isaías fue al templo, sin imaginar la sorpresa que allí lo esperaba: Isaías vio al Señor sentado sobre un trono alto y sublime (Isa. 6:1), y pudo escuchar que los ángeles exclamaban: «Santo, santo, santo es el Señor todopoderoso; toda la tierra está llena de su gloria» (vers. 3).
Ese día, cuando salió del templo, Isaías ya tenía la respuesta a todas sus dudas: «No puedo entender por qué hay tanta maldad, pero una cosa sé: Dios está sentado en su trono y desde ahí gobierna los asuntos de todo el universo».
Te invito a volver ahora a la pregunta inicial: ¿Qué le dirías a tu amigo desanimado? Podrías decirle algo así:
«Cuando escuches hablar de guerras y de ataques terroristas; cuando oigas del colapso de los mercados financieros; cuando veas sufrir a un inocente o prosperar al impío, recuerda: Dios está sentado en su trono.
«Y cuando sientas que tu mundo se desploma porque tu mejor amigo te dio la espalda, porque no pudiste ingresar a la carrera profesional de tus sueños o porque otra vez caíste en ese pecado, recuerda Dios está sentado en su trono».
Si Dios todavía reina. Y debido a que él reina, puedes confiar en que manejará  con acierto los asuntos de este mundo; y en el que también cuidará de ti, hoy y siempre.
Señor, ayúdame a vivir hoy confiando porque tu estas sentado en tu trono.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

¡NO SE RINDA!


«Jesús le dijo: "Yo soy. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del poder de Dios y viniendo en las nubes del cielo"» (Marcos 14:62).

No hace mucho, en la ciudad donde vivo, un hombre regresó a la oficina donde había trabajado y disparó su arma, matando a uno de los empleados e hiriendo a varios otros. Más tarde, cuando la policía lo detuvo, dijo que había hecho lo que había hecho porque había perdido el empleo y, por lo tanto, «me obligaron a hacerlo».
El asesinato y la violencia no son cosa nueva en este mundo. Hace aproximadamente dos mil años, al Hijo de Dios lo golpearon, lo escupieron y ciñeron su cabeza con una corona de espinas. Sus enemigos se felicitaban de tenerlo en su poder y condenarlo a muerte. De haber estado aquella noche con los discípulos, usted y yo habríamos temido que la muerte nos arrebatara a Jesús, nuestra única esperanza.
Pero, más allá de la tumba, tenía que haber algo más.  Puesto que vive, más allá de la resurrección, hay aún algo más: Jesús regresará con poder y gloria.
A veces parece como si el mal terminará imponiéndose. Pero, amigo, no se desanime. Tan cierto como que Jesús resucitó, regresará. En palabras del himno: «Amanece ya la mañana de oro, pronto el Rey vendrá; y su pueblo a la mansión del cielo Cristo llevará» (Himnario adventista, ed. 1962, N° 161).
Jesús vio más allá de la tortura y la crucifixión. A veces, el dolor y el sufrimiento que padecemos parecen no tener fin. Pero llegará un día mejor. Como Abraham, nosotros también buscamos «la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios» (Heb. 11:10).
Por tanto, amigo mío, levante la vista. Recuerde a aquellos dos hombres que se asomaron a los barrotes de la misma celda y, donde uno solo veía barro, otro veía las estrellas. Las estrellas nos recuerdan que un poco más allá de Orión empieza el camino a la Canaán celestial. Ya casi estamos en casa. Casi podemos escuchar el canto de los ángeles. Casi podemos ver el árbol de la vida. Casi podemos oler las flores inmarcesibles. No se rinda, levante la vista. Pronto diremos: «¡He aquí, este es nuestro Dios! Le hemos esperado, y nos salvará» (Isa. 25:9). Basado en Marcos 14:61-72

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill