viernes, 11 de mayo de 2012

BRILLA COMO EL ORO


«La tierra, por encima, produce trigo, y por debajo está revuelta como por fuego. Allí se encuentran zafiros, y oro mezclado con tierra» (Job 28:5,6).

En nuestra caminata de hoy vamos a recoger piedras. Estamos buscando una preciosa gema que Job en su tiempo llamaba zafiro, y que hoy se conoce como lapislázuli.
El lapislázuli es una hermosa piedra que tiene un color azul muy intenso. La gente la pule y hace joyas con ella debido a su belleza. Pero el lapislázuli no es solo bello por su color azul intenso. También suele tener pirita en su textura. La pirita es conocida como el «oro de los tontos» porque muchos han sido engañados por su parecido con el oro real. Imagínate lo asombroso que es el lapislázuli: de color azul  intenso con pequeñas partículas de pirita doradas. Algunas personas lo han comparado con la apariencia de un cielo nocturno repleto de estrellas.
Dios puede brillar en ti mucho más que la pirita en el lapislázuli. Él quiere poner su carácter en ti. Él quiere que la gente vea que hay algo especial en ti, que no es otra cosa que el amor de Dios.
Sé hoy como el lapislázuli. Brilla como las estrellas para que los demás puedan volar en su camino hacia el cielo.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

CIUDADANOS DEL REINO


Por nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo. (Filipenses 3:20).

Por lo general quienes tenemos el privilegio de viajar cuidamos de que nuestros documentos estén vigentes, ya que si no lo están no podremos llegar a nuestro destino. En cierta ocasión acudí a solicitar mi pasaporte. Al llegar al departamento de información me pidieron los documentos para que los revisaran en la sección jurídica, a lo cual accedí con mucha confianza. Poco después me llamaron para comunicarme que no podían extenderme un pasaporte ya que mi padre era extranjero. El oficial me dijo: «Antes de que podamos extenderle su pasaporte usted necesita primeramente obtener su ciudadanía». Inicié los trámites y después de dos años el mismo oficial me llamó para decirme: «¡Felicitaciones! A partir de este momento es usted ciudadana de nuestro país». ¡Cuán feliz me sentí!
Aunque necesitamos validar nuestra ciudadanía en este mundo, todo aquí es efímero y pasajero. Nuestra verdadera ciudadanía está en el cielo, donde esperamos vivir por siempre con el Señor. Debemos entender claramente el valor de las promesas que Dios ha manifestado en su Palabra, así como valorar el privilegio de esa ciudadanía celestial que se nos ha conferido.
Elena G. de White nos recuerda: «Somos extranjeros y peregrinos en este mundo. Hemos de esperar, velar, orar y trabajar. Toda la mente, toda el alma, todo el corazón y toda la fuerza han sido comprados por la sangre del Hijo de Dios. No hemos de creer que tenemos el deber de usar un ropaje de peregrino precisamente de un color o de una forma tales, sino que hemos de emplear el atavío prolijo y modesto que la Palabra inspirada nos enseña a usar. Si nuestros corazones están unidos con el corazón de Cristo, tendremos un deseo muy intenso de ser vestidos de su justicia. Nada se colocará sobre la persona para atraer la atención, o para crear polémica» (La maravillosa gracia de Dios, p. 57).
Te invito hoy a que le digas al Señor Jesús: «Gracias por darme el privilegio de tener la ciudadanía celestial. Ayúdame a vivir como una verdadera ciudadana del reino que representa una herencia inmortal. Permíteme ser un digno miembro de la familia celestial, no olvidando que soy una hija del Rey de reyes y Señor de señores».

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Yolanda Fernanda

VIVIR PARA AMAR


Y todo lo que hagan, háganlo con amor. 1 Corintios 16:14

Amy tenía unos 17 años cuando vio a una mujer harapienta que caminaba con dificultad bajo una pesada carga. Sin vacilar, ella y sus dos hermanos corrieron en auxilio de la mujer. Llevaron su carga y recorrieron con ella el trayecto necesario ante la mirada sorprendida de la gente.
Y es que a Amy le gustaba servir, y esa vocación de servicio se profundizó cuando supo de las condiciones en las que trabajaban miles de muchachas en los molinos de Irlanda. Sin mucho apoyo, pero convencida de que Dios proveería los medios, comenzó en las dependencias de su iglesia un ministerio en favor de estas jóvenes. En poco tiempo la obra creció tanto que tuvo que buscar un local donde acomodar a unas quinientas muchachas, muchas de las cuales luego entregaron su vida a Cristo. Sin que Amy lo supiera, Dios la estaba preparando para desafíos cada vez mayores, y no precisamente en Irlanda.
Mientras estaba en Inglaterra, en 1892, sintió el llamado del Señor para ser misionera. Inspirada por la obra de Hudson Taylor, quiso ir a la China, pero su solicitud fue rechazada por problemas de salud. Finalmente fue aceptada para ser misionera en la India, adonde llegó en 1895, gravemente enferma de dengue. Algunos misioneros predijeron que Amy no aguantaría ni siquiera seis meses en la India, pero ella permaneció allí ¡durante 55 años!
Mientras estaba en la India, una niña de siete años llegó a la estación misionera en busca de protección. Tenía las manos quemadas y huía de un templo hindú. La niña informó que la estaban preparando para «casarse con uno de los dioses». Las averiguaciones que siguieron sirvieron para desenmascarar un sistema de tráfico de niñas que luego serían dedicadas a la prostitución. ¡Muchas de esas niñas eran vendidas por sus propios padres! A pesar de las amenazas de arresto y amenazas de muerte, Amy fundó La Comunidad Dohnavur, una organización cuyo objetivo era albergar a los centenares de niños — entre ellos, muchos bebés — que lograban rescatar de esa red infame ( Warren W. Wiersbe, Victorious Christians You Should Know [Cristianos victoriosos que usted debería conocer], pp. 105, 106).
Amy Carmlchael murió en 1951, a la edad de 83 años. Quizás no hay mejor manera de resumir lo que fue su vida que usando sus propias palabras: «Se puede dar sin amar, pero no amar sin dar».
Señor al igual que Amy, ayúdame a «amar para vivir, y vivir para amar».

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

CORAZONES ESPINOSOS


«Sobre toda cosa que guardes, guarda tu corazón, porque de él mana la vida» (Proverbios 4: 23).

Cuando veo que los tallos de ciertas malas hierbas sobresalen del césped sé que ha llegado el momento de cortarlo. ¿Por qué, me pregunto, las malas hierbas crecen más rápido y con más fuerza que el césped? Es hora de esparcir algo de herbicida antes de que se adueñen del jardín.
La mundanalidad es como las espinas, los cardos y la maleza. La Biblia dice que, como las malas hierbas ahogan a las plantas beneficiosas, las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida ahogan la Palabra de Dios en nuestros corazones. ¿Por qué no pueden crecer juntos y en paz? Porque el más fuerte ahoga al más débil. ¿Quién es el más fuerte? El que se alimenta más y mejor.
El terreno espinoso es un suelo fértil, porque está lleno de plantas sanas, aunque sean zarzas. Quizá conozcamos a alguien a quien no parece importarle demasiado todo lo que tiene que ver con la religión; que, aparentemente, está absorto en sus asuntos y las cosas del mundo. Pero nos equivocaríamos. El suelo que da una maleza lozana también puede dar abundante trigo.
Supongamos que hemos permitido que algunas malas hierbas de mundanalidad crezcan en nuestro corazón y la semilla de la verdad cae en él. Al principio, la buena semilla germinará y comenzará a crecer; pero, al cabo de un tiempo, las plantas empiezan a prosperar juntas. Nosotros estamos contentos porque, en apariencia, tenemos lo mejor de ambos mundos y confiamos en que las plantas buenas acaben por ahogar a las malas sin demasiado esfuerzo por nuestra parte.
Sí pensamos así, no comprendemos la fuerza del mal. Cuando menos lo esperemos, veremos que el trigo se encuentra en estado crítico; en cambio, las zarzas, los cardos y los espinos se habrán entrelazado de tal manera que el pobre trigo apenas si consigue captar un rayito de sol y la planta se muere.
Escuchamos la Palabra y la entendemos, pero nos apegamos a este mundo. Seguimos asistiendo a la iglesia y, mientras, la pobre y raquítica brizna de la religión sigue creciendo. Pero, poco a poco, Cristo y su iglesia van quedando fuera de nuestra vida porque la maleza del mundo los ha apartado. ¡No deje que le suceda! No seamos cristianos de suelo poco profundo. Basado en Mateo 13:1-9

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill