martes, 30 de octubre de 2012

¡MMM DELICIOSO!


«Después comió y recobró las fuerzas, y se quedó algunos días con los creyentes que vivían en Damasco» (Hechos 9:19).

Hablemos un poco sobre la comida ideal para ir de excursión. ¿Qué comida llevarías en tu mochila para una caminata? ¿Tal vez sopas instantáneas, o frutas secas, o barras energizantes? ¿Qué? ¿No te suena muy bien? ¿Cuál es tu comida favorita? ¿Pasta? ¿Palomitas de maíz? ¿Frutillas frescas? Sea cual fuere, me imagino que te sientes feliz tras comerlas. Te dan fuerzas, ¿verdad?
El versículo de hoy nos habla de Saulo, quien más tarde se convirtió en Pablo. Él estaba débil debido a su encuentro con Dios. De hecho, cuando esto ocurrió él iba a matar a algunos cristianos. Su encuentro con Dios prácticamente le quitó las fuerzas. Sin embargo, después de otros encuentros con Dios, descansar y alimentarse bien, recuperó sus energías y ahora era un hombre renovado.
La comida nos da las vitaminas, minerales y otros nutrientes que necesitamos para que nuestro cuerpo funcione correctamente. Y permanecer cerca de Dios te da todo lo que necesitas para ser un cristiano fuerte y saludable espiritualmente. Así que no olvides hoy obtener tu alimento espiritual de la Palabra de Dios y hacerte fuerte en él.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

CREADAS CON UN PROPÓSITO


El que halla esposa halla el bien, y alcanza la benevolencia de Jehová. (Proverbios 18:22).

La biblia nos dice que «por su palabra fueron hechas todas las cosas». El mismo Dios quedó complacido ante sus obras, ya que cada una de ellas fue hecha perfecta en su género.
El hombre y la mujer representan una obra única, creados «a imagen de Dios, un poquito menor que los ángeles». El hombre fue formado del polvo de la tierra y la mujer de la costilla del hombre, con un propósito y con una finalidad. Es hermoso saber que fuimos creados para algo; cada uno con su potencial y sus habilidades, aunque también con limitaciones.
Adán enfrentó una primera crisis de identidad cuando, al poner nombre a todos los animales, se encontró solo. No había ayuda idónea para él. En un acto de amor, Dios hizo caer sueño sobre Adán. Luego le extrajo una costilla e hizo a la mujer, y se la trajo como compañera. Alguien que podría identificarse en todo con él.
Desde el punto de vista del sabio Salomón la mujer inteligente es ejemplar (Prov. 31:10-31). Sin embargo, el sabio pregunta: «¿Quién la hallará?». ¿Acaso es que no es posible? Él mismo responde: «El que encuentra esposa encuentra el bien y alcanza la benevolencia de Jehová» (Prov. 18: 22). Luego añade: «La casa y las riquezas, herencia son de los padres, pero de Jehová es la mujer prudente» (Prov. 19: 14). Los tiempos han cambiado, es cierto, pero el papel de la mujer como ayuda idónea para el desem¬peño de los pueblos sigue siendo el mismo.
La historia registra que desde épocas pasadas el papel de la mujer ha tenido grandes y pequeños momentos. Mana, Débora, Esther, Ruth y muchas otras supieron asumir su identidad y sus responsabilidades. Es por eso que hoy la mujer debe ser considerada en virtud de sus oportunidades, así como una fiel e inteligente compañera. Debemos responder a las inquietantes expectativas del mundo en que nos toca vivir, reconociendo que el papel de la mujer es de vital importancia para el desarrollo de las presentes y futuras generaciones.
Tú y yo debemos ocupar nuestro lugar para cumplir el propósito divino; el propósito para el cual hemos sido creadas.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Coraduma Escobar de Villareal

«¿YO, UN FRACASO?»


Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. 2 Corintios 12:9, NVI

¿Te has sentido alguna vez como un fracasado? ¿O que el aporte que haces al bienestar de tu familia, tu colegio o tu iglesia es nulo? Todos hemos estado ahí. Y la sensación no es nada agradable. Pero hay un conocido relato que nos puede ayudar.
Se cuenta de un sembrador que cada mañana acostumbraba a buscar agua de un río. Con él llevaba dos baldes. Uno nuevo, sin defectos. El otro, viejo y lleno de huecos. El balde nuevo permitía que el sembrador llevara a su casa toda la cantidad de agua que recogía. El viejo, en cambio, derramaba la mitad del contenido a lo largo del camino. Por supuesto, el nuevo sentía que era útil. El viejo se sentía fracasado.
Un día, la autoestima del balde horadado alcanzó su punto más bajo.
—Mi vida es un fracaso — dijo al sembrador — . Le pido disculpas por no hacer bien mi trabajo.
—¿Por qué me pides disculpas? — preguntó asombrado el sembrador.
—¿No se ha dado usted cuenta? Cuando regresamos del río derramo la mitad del agua en el trayecto a casa.
En ese momento, el sembrador, sonriendo gentilmente, llevó al atribulado balde al río. De regreso, mientras recorrían la ruta acostumbrada, el hombre le pidió que observara con atención las hermosas flores del camino.
—¿Te das cuenta de que solo hay flores de este lado del camino? — preguntó el sembrador.
—Pues, sí. ¿Pero qué hay de especial en ello?
—Lo especial es que han crecido gracias al agua que tú derramas cada mañana.
Todo este tiempo yo he sabido de tus huecos. Por eso sembré semillas de distintas flores solamente de este lado del camino.
Al compararte con tus amigos, ¿desearías poseer algunas de sus virtudes? ¿A veces sientes que los envidias? Escucha bien: Dios no se equivocó al crearte. Él es muy sabio como para malgastar su tiempo creando algo inservible. Aun tus aparentes «defectos», en manos de Dios, pueden lograr maravillas. Por lo tanto, colócate en sus manos y pídele que haga de ti un instrumento útil, listo para lo que venga, capaz de cumplir cabalmente su misión en esta vida. A fin de cuentas, ¿no dice Dios que su poder se perfecciona en la debilidad?

Señor, usa hoy mis virtudes y también mis defectos, de un modo que glorifiquen tu nombre.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

UN HOSPITAL PARA PECADORES


«Id pues y aprended lo que significa: "Misericordia quiero y no sacrificios", porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento». (Mateo 9:13).

Probablemente usted haya escuchado la expresión: «La iglesia no es una casa de reposo para santos, sino un hospital para pecadores». Durante años, yo no entendía lo que eso significaba. Entendía, sí, que la iglesia no es una casa de reposo. Los que queremos ser santos no tenemos que pensar en la iglesia como en un lugar al que ir, sentarse en una mecedora y dejar que los demás se ocupen de uno. Nunca tenemos que abandonar el servicio cristiano. Pero no tenía claro por qué la iglesia es un hospital para pecadores. Pensaba que significaba que si alguien quiere pecar tiene que ir a la iglesia.
Pero no se trata de eso. Quien está enfermo va al hospital para que lo cuiden y lo curen mientras está ingresado y luego vuelve a hacer vida normal. La gente no se retira a descansar en los hospitales. Un hospital no es una residencia. Todos somos pecadores y la iglesia es donde vamos a curarnos por la gracia de Jesús.
Si bien la iglesia no es una casa de reposo para santos, tampoco es un asilo para pecadores. Una de las funciones de los asilos es acoger a enfermos terminales para que pasen sus últimos días. Pero la iglesia no es un lugar donde los pecadores vienen a quedarse tal como están hasta que mueren. El evangelio de Jesús no nos salva con nuestros pecados, o a pesar de nuestros pecados, sino de nuestros pecados.  (Mat. 1:21).
Cuando nos convencemos de pecado, nos damos cuenta de que no podemos continuar tal como estamos. También sabemos que Dios no excusa nuestros pecados como si no pasara nada. Dios sería débil o injusto si permitiera que persistamos en nuestros pecados. Que, al perdonar nuestros pecados, Dios nos dé una vida nueva y santa es algo magnífico. El apóstol Pablo escribió: «¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?» (Rom. 6:1-2).
Al fin y al cabo, tanto los que se pierden como los salvados tienen algo en común: todos son pecadores.  La diferencia fundamental será que los salvados querían salir del pecado y Jesús los salvó. Los perdidos disfrutaban con el pecado y rechazaron la cura que, misericordiosamente, les ofreció Jesús. Basado en Lucas 19:1-10.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill