jueves, 1 de noviembre de 2012

UNA OLA DE MILAGROS


«Pero fue a dar en un banco de arena, donde en barco encalló. La parte delantera quedó atascada en la arena, sin poder moverse, mientras la parte de atrás comenzó a hacerse pedazos por la fuerza de las olas» (Hechos 27:41)

Todavía hay mucho viento aquí afuera. Estamos caminando por la orilla del mar buscando el barco en el que navegaba Pablo. ¡Mira! Está allí, atrapado en un banco de arena cerca de la playa, y las olas están golpeándole fuertemente. ¡Oh no! La parte de atrás del barco se acaba de despedazar y la gente se está aferrando a cualquier cosa para mantenerse a flote. Ahora están nadando hacia la orilla. En pocos minutos se habrán acercado lo suficiente como para poder ayudarlos.
Qué terrible debe de haber sido eso. El barco se despedazó por la fuerza de las olas que lo golpeaban, y a pesar de todos sus tripulantes se salvaron. Nadie se ahogó. Todos están a salvo. Solo Dios puede hacer milagros como ese. ¿Y adivina qué? Dios aún hace milagros hoy.
Todos los días el milagro de la vida ocurre en los hospitales y maternidades del mundo, por ejemplo. La vida surge y nace en todas partes a nuestro alrededor.  Pero lo mejor es que Dios nos da una vida nueva cada día para que vivamos por él. Confía hoy en Jesús y él traerá una «ola» de milagros a tu vida.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

UN DESQUITE



La respuesta suave aplaca la ira, pero la palabra áspera hace subir el furor. (Proverbios 15:1).

Se afirma que las mascotas que son tratadas como un miembro más de la familia tienen la tendencia a adquirir las mismas actitudes de sus dueños. La experiencia de Mambo da fe de ello.
Mambo era un perro que a veces mostraba comportamientos que su dueña no aceptaba del todo, y con razón más que justificada. Cuando lo disciplinaban salía corriendo muy molesto de la casa y se dirigía directamente hacia donde estaban las gallinas. Entonces las correteaba a todas, enojado, y les ladraba furiosamente. Cuando me lo contaron, lo cierto es que me dio bastante risa. Pero no me reía precisamente de la actitud de Mambo, sino porque pensé que ese mismo tipo de actitud también se manifiesta en los seres humanos, lamentablemente con demasiada frecuencia. De hecho, me acordé de que en más de una ocasión yo había «ladrado» y casi «mordido» a varias personas como rebote por una frustración anterior.
¿Has tenido que visitar alguna oficina pública para realizar algún trámite, o has estado en alguna tienda donde has recibido un trato poco cortés o incluso desconsiderado y grosero? Cuando a mí me sucede se me da por pensar que seguramente el jefe o superior de esos empleados los trata a ellos de la misma manera, y ellos se desquitan como pueden. O que tal vez son personas con problemas familiares.
Hay personas que si se sienten agredidas o criticadas tienden a desquitarse con quienes los rodean. Si eso nos llega a suceder a nosotras, evitemos descargar nuestras frustraciones en nuestros niños o en nuestro esposo. Tampoco reflejemos nuestras incomodidades con los compañeros de trabajo, con los clientes, con los alumnos, o con cualquiera que esté cerca de nosotras. Si mostramos la misma actitud agresiva y crítica que pensamos se utiliza en contra nuestra, podríamos ofender o herir a quienes no tienen ninguna culpa de nuestra situación.
Querida amiga, recordemos que los niños imitan a sus padres y que nuestras palabras y actitudes pueden contagiar a los demás. Que Dios nos ayude para que, en nuestro trato cotidiano con los demás, reflejemos el dulce espíritu de Cristo y su amoroso comportamiento.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Lupita Susunaga

EL MONO DE CARA COLORADA


Pero si vivimos en la luz, así como Dios está en la luz, entonces hay unión entre nosotros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado. 1 Juan 1:7

Entre las simpáticas historias que cuenta George Vandeman está la de un faquir de la India que «inventó» una fórmula para hacer oro.
Este pícaro viajaba de un lugar a otro en busca de ingenuos que estuvieran dispuestos a pagar por su milagrosa fórmula. Cuando llegaba a un pueblo, anunciaba su oferta y en poco tiempo la gente lo rodeaba. Echaba agua en un recipiente, añadía un colorante y repetía ciertas palabras «mágicas», mientras agitaba el agua. Entonces, de alguna manera, lograba distraer la atención de los curiosos y aprovechaba para dejar caer algunas piedrecillas de oro en el recipiente. Después vaciaba el agua, y ¡milagro!, en el fondo del recipiente aparecían las pepitas de oro.
Como cada día sale a la calle un tonto, no faltaba quien estuviera dispuesto a pagar para hacerse rico. Y cuando aparecía «la víctima», el faquir compartía su  «fórmula secreta»:
—Usted debe hacer exactamente lo que yo hice. Pero cuando diga las palabras mágicas, no tiene que pensar en el mono de cara colorada.
—¿El mono de cara colorada? —preguntaba el asombrado comprador—. ¿Qué quiere decir?
—Quiero decir que si usted piensa en el mono de cara colorada, las palabras mágicas no surtirán efecto.
No es difícil imaginar el resto de la historia. Cuando el comprador quería aplicar la fórmula mágica, no podía sacarse de la mente al mono de cara colorada (Helpings for the Heart [Raciones para el corazón], p. 70).
Algo similar ocurre en la vida cristiana. Nos concentramos tanto en nuestras faltas y defectos, que a veces olvidamos por completo el poder de Dios para perdonar esas faltas. Y por supuesto, Satanás se regocija, porque cuando nos hace pensar en lo malos que somos, perdemos de vista a Jesús, el Autor y consumador de nuestra fe.
Cuando ores, apreciado joven, no pienses en «el mono de cara colorada» (tus pecados). En cambio, contempla a Jesús. Si has caído pero le has arrepentido, su sangre preciosa te limpia de todo pecado.

Padre Celestial en este día ayúdame a contemplar la belleza del carácter de Cristo y a confiar en su poder para perdonar mis pecados.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

HA LLEGADO LA SALVACIÓN



«Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo» (Romanos 10:9).


¿Cómo puede alguien decir que es salvo? ¿Qué significa: «Soy salvo, me salva, seré salvo» ? Lo primero alude al momento en que le entregamos el corazón a Jesús, lo segundo sucede mientras el Espíritu Santo nos da el fruto del Espíritu y lo tercero tiene que ver con el momento en que Jesús vendrá en las nubes para llevarnos con él al cielo.
¿Qué quiso decir Jesús cuando declaró que la salvación había llegado a casa de Zaqueo? ¿Significa esto que Zaqueo era perfecto? Sí, en aquel momento era perfecto. Decir que no era perfecto sería lo mismo que decir que Jesús no lo había perdonado por completo.  Zaqueo era perfecto, porque Jesús lo había perdonado perfectamente. Cuando nos arrepentimos y lamentamos haber pecado, Jesús nos perdona completamente. De hecho, por fe, creemos que así lo hace. Se echa nuestros pecados a la espalda y no los recuerda más. Luego dice que estamos delante de él como si nunca hubiésemos pecado (ver Nuestra elevada vocación, p. 50). Si hemos seguido esos pasos, entonces, la salvación también es nuestra porque nuestros pies marchan por el camino al cielo. En caso de que nos desviemos del camino y caigamos en el pecado, el Espíritu Santo nos convencerá de nuestro error. Finalmente, si nos arrepentimos, Jesús nos perdonará y nos devolverá al camino, de manera que volvamos a dirigirnos hacia el cielo. Esta operación se llama salvación.
¿Volvió Zaqueo a pecar al día siguiente y al otro? Posiblemente; pero sus pies andaban por el camino adecuado e iba en la dirección correcta. Para él no había vuelta atrás. Mientras llevaba su antigua vida de pecado, el Espíritu Santo lo llamaba desde fuera; pero desde que Zaqueo se convirtió, el Espíritu Santo lo llamó desde su interior, porque ser salvo significa que Jesús vive en el corazón. De igual modo, la ayuda de ese mismo Espíritu Santo está a nuestra disposición; basta con que la pidamos.
Señor, te doy gracias por la salvación que me has dado. Te agradezco la salvación que me das en este mismo momento en que vivo por ti. Finalmente, Señor, ansío esa salvación que me darás cuando vengas. Basado en Lucas 19:1-10.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill