martes, 18 de enero de 2011

ES MEJOR TENER MUCHAS AMISTADES

«Con la riqueza aumentan los amigos, pero al pobre hasta su amigo lo abandona», Proverbios 19:4.

En Lucas 15 encontramos la parábola del hijo pródigo. Un joven rico pidió la parte de la herencia que le correspondía. Su padre accedió, y con tristeza lo vio irse de su casa.
Ahí donde se fue a vivir el muchacho, muchas personas se dieron cuenta de que llevaba dinero y le mostraron su «amistad». Se dieron la gran vida. Pero cuando al joven se le acabó el dinero, también los amigos, y terminó cuidando cerdos para sobrevivir.
Las amistades verdaderas no lo son por conveniencia. Siempre están disponibles cuando las necesitas. Es bueno tener amigos y amigas, y es sabio conservarlos. ¿Te digo cómo?
1. Ayúdalos cuando te necesiten.
2. Compárteles tus cosas.
3. Comunícate con ellos; mándales mensajes o platiquen por Internet.
4. Cuando los dejas de ver por algún tiempo, cáeles de sorpresa a su casa, o llámalos por teléfono para saludar.
5. Recuerda sus cumpleaños. Puedes enviarles tarjetas electrónicas por Internet.
6. Presta atención a sus problemas y necesidades. Escucha lo que te cuenten y no lo divulgues.
7. Ora por ellos o ellas cuando tengan problemas, y también cuando no los tengan.

Los amigos y amigas de verdad estarán contigo cuando los necesites.

Tomado de meditaciones matinales para menores
Conéctate con Jesús
Por Noemí Gil Gálvez

CUANDO DIOS CALLA

A ti clamaré, Jehová ¡Roca mía, no te desentiendas de mí! (Salmos 28:1).

Alguna vez has lanzado esa misma súplica ante el «silencio de Dios» en tu vida? ¿Has tenido la sensación de que el Señor no escucha tu clamor? Sin duda alguna, todas hemos pasado por esta experiencia. Ayer hablábamos de la necesidad de ser pacientes y esperar en Dios pero, ¿cómo lo logramos en esos días en los que estamos angustiadas, deseando escuchar la voz de Dios, y lo único que escuchamos es su silencio?
Según los eruditos, David escribió el salmo 28 cuando se hallaba en medio de un fuerte vendaval de tentaciones. Puede ser que en estos momentos tu vida también esté siendo azotada por el látigo de la tentación. Quizás estés clamando porque enfrentas una situación muy dura emocional o económicamente. Puede que ya ni recuerdes qué es tener una buena salud, o que hayas perdido toda oportunidad de estudiar la carrera con la que siempre has soñado. Los días de espera se transforman para ti en una cárcel del tiempo; pasa uno, pasan dos, tres... clamas y vuelves a clamar, pero todo sigue igual.
No solo el salmista sintió el silencio de Dios. Abre la Biblia, y deja hablar a sus protagonistas. Abraham y Sara esperaron muchos años hasta que la promesa de un hijo se hizo realidad. El pueblo de Israel esperó cuarenta años para poder entrar en la tierra prometida. Simeón y Ana vieron sus cabellos encanecerse antes de tener la dicha de tomar en sus manos al Mesías prometido. La lista podría alargarse si dedicas tiempo a encontrar a estos personajes que han vivido circunstancias parecidas a las tuyas. Pero no olvides una cosa: todos recibieron la promesa divina. Todos, como David, entendieron el aparente «silencio de Dios» y pudieron exclamar finalmente: «¡Bendito sea Jehová, que oyó la voz de mis ruegos!».
¿Te das cuenta? Por muy desesperada que pueda parecer tu situación, por muchos días, meses o años en los que solo te parezca escuchar el silencio divino. Dios oye la voz de tu ruego. Dios sigue siendo tu Roca. Cuando Dios calla, es que está trabajando a tu favor.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

EL HERMANO QUE SE QUEDÓ

Entonces se enojó, y no quería entrar. Lucas 15:28.

Ayer nos referimos al "hijo que se fue" y hoy nos ocuparemos del hermano que se quedó. Lo que sabemos de este hermano es lo siguiente: compartía el mismo padre del hijo pródigo y creía que no estaba perdido; durante muchos años había trabajado en los campos de su padre y jamás lo había desobedecido. Así que se enojó y no quiso entrar a la fiesta cuando se enteró de que su hermano había regresado y nunca aprovechó las bendiciones de su padre para alegrarse con sus amigos.
¡Qué triste la vida la de este muchacho! Obediencia, trabajo y sumisión; pero todo eso sin alegría. La parábola no nos dice por qué lo hacía, pero deja entrever que además de no amar a su hermano, no era feliz con la vida que llevaba. Se sentía obligado a trabajar, pero no lo hacía por amor a su padre. Para colmo no lo conocía, ya que cuando le reprochó, "nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos", el padre le contestó: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas" (Lúe. 15:29, 31). De esta parte de la parábola podemos sacar dos lecciones espirituales para nuestras vidas:
1. Si no amas a tu hermano, estás perdido "dentro de la casa". El hecho
de permanecer en el hogar al lado de nuestro Padre no nos hace salvos.
Debemos permanecer a su lado por amor, y ese amor debe demostrarse amando a nuestros semejantes. Juan confirma esto al decir: "Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso" (1 Juan 4:20). ¡Qué distinta hubiera sido la parábola si nos dijera que este hermano se alegró y entró a la fiesta! ¿Y si dijera que lo amaba
tanto, que no aguantó estar en su casa y salió a buscarlo?
2. Estar en casa da felicidad. Estar con Dios produce alegría en el corazón y esa alegría nos impulsa a servirle. Quien cree que estar con Dios es llevar una vida aburrida y desabrida es porque no lo conoce.
En diferentes momentos de la vida cristiana podemos ser el hijo que se fue, o el hermano que se quedó, ya sea porque nos alejamos de nuestro Padre o porque no nos gusta estar a su lado; pero en ambos casos se vive así porque no se conoce totalmente al Padre. Quien conoce al Padre por experiencia no lo abandonará jamás, porque la vida en su casa es una delicia. Su amor, sus bendiciones, su aceptación, todo lo que representa la casa del Padre despierta gozo y paz interior que llevan al ser humano a superarse y a luchar por seguir a su lado.
Hoy no pierdas la oportunidad. Procura conocer más y más al Padre celestial, y tu corazón se llenará de una felicidad que solo tú la podrás describir.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuela

¿POR QUÉ?

¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo? Lucas 6:46.

En los tiempos apostólicos, no era fácil llamar a Jesús "Señor". El emperador era el único que podía llevar ese título, y no aceptaba que los súbditos de su imperio llamasen a otra persona Señor. Por lo tanto, aceptar a Jesús como Señor era realmente jugarse la cabeza; un asunto de vida o muerte. Reunirse en un lugar público y cantar loores a Jesús como Señor era afrentar al emperador. Mucha gente era encarcelada y moría en los circos, despedazada por los leones, como resultado de su desobediencia a la orden del César. Sin embargo, la historia muestra que había cristianos fieles y valerosos que, a pesar de las amenazas de muerte, continuaron adorando al Señor Jesús.
En la actualidad, las cosas han cambiado: hoy, nadie es amenazado por reconocer a Jesús como Señor. Pero, el diablo usa otra estrategia con la generación de nuestros días: ha hecho que la profesión de la fe no vaya más allá que un asunto teórico.
Multitudes cantan a Jesús. Miles se reúnen en estadios y auditorios gigantescos, levantando las manos al cielo y tributando hosannas al nombre de Jesús; pero, ¿cuántos están dispuestos a obedecerlo?
Aceptar a Jesús como Señor es aceptar su soberanía. Su voluntad, expresada en su Palabra, está por encima de mis creencias, preferencias o gustos. Mi humanidad debe caer postrada a los pies de Cristo y, en humildad, debo aceptar sus enseñanzas. No cuenta lo que yo deseo o lo que a mí me parece, sino lo que dice la Palabra de Dios: eso es aceptar su señorío y su soberanía. La pregunta que debo hacerme es: ¿Hasta qué punto Jesús es el Señor de mi vida? ¿Hasta qué punto estoy dispuesto a serle fiel? Hoy, Jesús no me pide que muera por él. Lo que Jesús desea es que viva por él; en medio de la cultura moderna, pero sin contagiarme de ella.
No comiences las actividades de este nuevo día sin examinar las motivaciones de tu corazón para seguir a Jesús. ¿Por qué lo haces? ¿Porque te conviene? ¿Porque lo amas? ¿O, simplemente, porque naciste en la iglesia y siempre dijiste que eras cristiano?
La única seguridad de que andas en los caminos de Dios es conocer su Palabra y obedecer sus enseñanzas. De otro modo, te arriesgas a oír la voz del Maestro, que te dice: "¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?"

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón