domingo, 6 de febrero de 2011

UNA MADRE COMPASIVA

«Vivan en armonía los unos con los otros; compartan penas y alegrías, practiquen el amor fraternal, sean compasivos y humildes», 1 Pedro 3:8.

Muchas veces creemos que nadie más tiene carencias, y queremos solucionar nuestros problemas en primer lugar, en vez de compartir nuestras bendiciones. Por eso quiero contarte la historia de una madre compasiva.
Su familia pasaba por momentos muy difíciles. Ni siquiera tenían comida en casa. Una persona se dio cuenta de la situación tan precaria, y lo comentó a una señora que conocía debido su interés en ayudar a los demás. Cuando se enteró del problema, aquella dama rápidamente fue a su despensa, llenó varias bolsas con alimentos, y se dirigió a la casa que le indicaron.
La madre que te mencioné recibió las bolsas que la otra señora le entregó tan generosamente; esta última permaneció un rato en el hogar. La madre se puso a preparar una comida para sus hijos. Mientras ellos comían, empacó cierta cantidad de los alimentos que sobraban y salió un momento, llevándolos consigo.
A la benefactora le llamó la atención ese comportamiento. Estaba intrigada, no entendía lo que sucedía. Cuando la madre regresó, le preguntó a dónde había llevado la comida. Ella respondió que había ido a la casa de otra vecina para dársela, pues sabía que tampoco tenían algo qué comer.
La señora quedó sorprendida ante la compasión de esa madre, que no solamente se preocupaba por los suyos, también por otros que padecían lo mismo. Núestro mundo sería diferente si nos interesaon las necesidades de los demás, ¿no te parece?

Tomado de meditaciones matinales para menores
Conéctate con Jesús
Por Noemí Gil Gálvez

LUZ EN LA OSCURIDAD

Porque los montes se moverán y los collados temblaran pero no se apartara de ti mi misericordia ni el pacto de mi paz. se romperá», dice Jehová, el que. tiene misericordia de ti (Isaías 54:10).

Corrían tiempos sumamente difíciles. Nuestros esfuerzos cotidianos parecían no dar abasto para cubrir todas nuestras necesidades diarias. Los alimentos escaseaban y cada sábado a nuestra mesa se sentaban varias personas que venían de lejos para asistir al culto sabático. Un viernes por la tarde, como tantas mujeres adventistas, me disponía a preparar la comida para el sábado cuando me percaté de que en casa no había casi nada, por no decir nada, apropiado para dar a aquellos hermanos que después de comer emprenderían una jornada agotadora de regreso a sus hogares.
Lo único que podía hacer era orar. A mi mente llegaban relatos bíblicos de milagros, y yo albergaba la esperanza de que alguno de ellos se hiciera realidad en mi situación. No tuve necesidad ni tan siquiera de salir de casa. Al poco rato, un hermano me trajo pescado y otro me proporcionó unos deliciosos tamales. Sintiendo una emoción indescriptible, miré entonces la botella de aceite, y vi que no quedaba suficiente para preparar aquellos alimentos. Así que volví a orar. Di las gracias por las provisiones que Dios me había hecho llegar, pero también rogué para tener más aceite, pues lo necesitaba imperiosamente.
Con esa fe que solo Dios puede depositar en nosotros en momentos difíciles, comencé a preparar aquella comida, que finalmente fué todo un éxito. El aceite no se terminó hasta días más tarde, cuando tuvimos la posibilidad de comprar más. No aumentaba su volumen, pero tampoco disminuía. ¡Qué muestra más auténtica del amor de Dios para con sus hijos!
Si estás pasando por el valle de la escasez y no tienes en tus manos la solución, recuerda que hay un Dios de los imposibles que tiene compasión de ti. Simplemente dirígete a él en oración y da el primer paso para hacer tu parte, confiada en que la provisión llegará a su debido tiempo.
El amor es capaz de ver aun en medio de la más absoluta de las oscuridades.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

ACEPTÓ SER EL SEGUNDO EN EL REINO

Y le dijo: No temas, pues no te hallará la mano de Saúl mi padre, y tú reinarás sobre Israel, y yo seré segundo después de ti; y aun Saúl mi padre así lo sabe. 1 Samuel 23:17.

Qué hermoso sería un mundo donde el éxito ajeno produjera alegría y satisfacción en los demás. Algunas veces, especialmente en los corazones inconversos, el éxito de otros produce envidia. La envidia es la tristeza causada por el bien de otro, y fue lo que nació en el corazón de Lucifer cuando Dios Padre exaltó al Hijo por sobre todas las huestes creadas.
Fue envidia lo que sintió Saúl cuando volvió de la guerra con los filisteos y las jóvenes israelitas corearon: "Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles... Y desde aquel día Saúl no miró con buenos ojos a David" (1 Sam. 18:7, 9). Impulsado por la envidia, persiguió y procuró la muerte de David, uno de sus más fieles soldados, solo porque estaba alcanzando el éxito que Dios quería darle. La envidia del rey hizo que David pasara varios años como prófugo y peregrino, víctima de traiciones y desengaños, ocultándose de la "justicia" de su época como si fuera un criminal.
Jonatán podría haber adoptado el mismo sentir de su padre y traicionado a David para evitar que el reinado saliera de la familia. Podría haber engañado a su mejor amigo para ayudar a Saúl y terminar con la amenaza de un usurpador del reino.
Pero, ante la evidencia del favor de Dios en la vida de David, en lugar de rebelarse contra la voluntad divina, Jonatán se alegró con el éxito de su amigo e hizo un pacto con el que sería el rey de Israel. Se conformaba con que David tomara el primer lugar en el reino y él fuera el segundo, y la Biblia confirma que en varias oportunidades salió en defensa de su amigo para protegerlo de la tiranía de su propio padre.
En nuestros días, el pecado de la envidia persiste en muchos corazones y las razones son diversas y hasta inexplicables. Están los que sienten envidia porque su amigo es muy inteligente y avanza a paso veloz en sus estudios, o también aquellos que envidian la prosperidad material del otro, la belleza, la conquista de un amor o simplemente la felicidad ajena. El diablo continúa obrando hasta el presente en las personas para que la envidia arruine y manche amistades que podrían haber sido una bendición para ellos.
Jonatán no permitió que este pecado lo dominara y se alegró porque David iba a ser el rey de Israel. Hasta hoy, su gran ejemplo nos inspira a cultivar amistades genuinas y desinteresadas, porque en el corazón donde reina Jesús no puede existir la envidia. El verdadero amigo jamás sentirá pesar por el éxito del otro.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuela

¡RESPLANDECERÁS!

Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga. Mateo 13:43.

Cristian quería brillar. Como estrella en medio del cielo azul nocturno; como explosión del firmamento, en el despertar de la mañana. Brillar con luz propia. Ser aplaudido, aclamado, homenajeado.
En sus interminables noches de delirio, se soñaba andando por las calles; las multitudes corriendo detrás de él, en busca de un autógrafo. Se imaginaba rodeado de chicas guapas, sonriendo para las cámaras, relumbrado por los flashes, agitando la mano para sus admiradores.
Y brilló. Su deslumbramiento fue corto; estrella fugaz. Se apagó, consumida por el tiempo.
¡Cuántas estrellas, como Cristian, brillaron en esta vida! Unas más, otras menos. Aplaudidas, aclamadas, casi idolatradas. El tiempo las apagó. Hoy solo quedan recuerdos.
¡Tiempo! ¡Oh, tiempo inexorable! Tiempo impiadoso, implacable, cruel. Nadie escapa de tus manos. Tu sombra avanza, atemorizante, sobre cualquier mortal.
Pero, el texto de hoy habla de un brillo que jamás acaba. Nada tiene que ver con aplausos, fama o dinero. Tiene que ver con vida y con justicia; tiene que ver con el Reino del Padre.
El Reino del Padre no es un reino material; no lo puedes ver ni tocar. Los sentidos no lo perciben; es necesario mirarlo con los ojos de la fe. Fe es creer, confiar, sacar el pie del barco y colocarlo en el agua.
Para brillar en el Reino del Padre, necesitas salir del materialismo que te rodea. Debes abrir tus alas y volar hacia la dimensión de los valores eternos. Está lejos de la carne; tiene que ver con el espíritu.
Pero ¿cómo hacer todo eso más fácil, más comprensible, más humano?
Haz de Jesús el centro de tu experiencia diaria. Búscalo cada mañana, antes de correr detrás de tus sueños. No vayas solo persiguiendo el brillo; el brillo seduce, engaña y mata. Si no, pregúntale a la mariposa. Te responderá, con sus alas heridas, con su dolor y con su muerte.
Hoy es un nuevo día. ¡Brilla! No te intimides frente a las nubes oscuras que te rodean. No retrocedas, sino avanza, lucha, trabaja. Pero recuerda que, cuando esta vida acabe, solo "los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos para oír, oiga".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón