jueves, 13 de octubre de 2011

UN TEMOR INFUNDADO

Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. (1 Tesalonicenses 4:13).

Cuando estudiamos lo que dice la Biblia acerca del origen de la vida humana, encontramos que su enseñanza es sencilla: nuestro autor es Cristo y los ingredientes que empleó para formarnos fueron el polvo y un soplo de vida. No existe vida humana si falta uno de estos componentes, y cuando alguno falla, el cuerpo baja a la tumba, donde lo único que queda es el recuerdo.
Si analizamos nuestra vida desde un punto de vista no espiritual, vemos que no es más que vanidad. Vivir unos cuantos años sufriendo en este mundo de pecado para finalmente morir y que no quede nada más de nuestro paso por la vida es verdaderamente frustrante. ¿Te has parado a pensar en cuántas personas han existido en el mundo y cuan pocas han quedado plasmadas en las páginas de la historia? Para esos seres humanos también hubo alegrías y tristezas. Muchos se casaron y tuvieron su propia familia. Unos fueron buenos, otros malos; unos serviciales, otros egoístas; unos generosos, otros ladrones; unos tuvieron dignidad, otros fueron delincuentes. Aunque sus biografías hayan sido diferentes, ahora todos tienen algo en común: duermen el mismo sueño y un día se despertarán para recibir justicia.
El apóstol Pablo nos presenta en el versículo de hoy una promesa llena de esperanza. Nos dice que no debemos temer a la muerte ni entristecernos por causa de ella, pues el mismo Dios que nos ha dado la vida, tiene poder para volver a dárnosla. No necesita la materia, sino únicamente pronunciar una palabra llena de amor.
Cuando Cristo cambie sus vestiduras sacerdotales por las de Juez y Rey de toda la tierra, hará revivir a todos los seres humanos que han existido, no importa dónde ni cuándo ni el lugar donde estén sus cuerpos. La misma voz que hizo el universo resonará con poder para que las criaturas la obedezcan. Es ahí donde debemos poner nuestra mirada. Es ahí donde tú y yo debemos estar para recibir la bienvenida a la vida eterna. No temas, confía en tu Hacedor.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

DESEO DESMEDIDO

No codiciarás... cosa alguna de tu prójimo. Éxodo 20:17.

El último mandamiento es considerado por algunos el resumen de los otros nueve. En este caso, Dios no prohíbe ningún tipo de acto visible a los ojos humanos, sino que apunta directamente a las intenciones del corazón. La raíz de la transgresión de algunos de los mandamientos anteriores se debe al quebrantamiento del precepto que dice: "No codiciarás".
La codicia, es el deseo desmedido por obtener algún bien que pertenece al prójimo; y es un pecado oculto a los ojos humanos. Mientras Lucifer vivía en el cielo, germinó en su corazón la codicia, y llegó a dar un fruto terrible: el pecado. Este ser majestuoso había sido creado con dones y talentos preciosos a la vista de los seres celestiales. "En el cielo, antes de su rebelión, Lucifer era un ángel honrado y excelso, cuyo honor seguía al del amado Hijo de Dios. Su semblante, así como el de los demás ángeles, era apacible y denotaba felicidad. Su frente alta y espaciosa indicaba su poderosa inteligencia. Su forma era perfecta; su porte noble y majestuoso. Una luz especial resplandecía sobre su rostro y brillaba a su alrededor con más fulgor y hermosura que en los demás ángeles" (La historia de la redención, p. 13).
Todos estos regalos que este ángel poderoso había recibido, no despertaron agradecimiento ni humildad ante su Creador, sino que codició la majestad celestial. Lucifer se dijo a sí mismo: "Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo" (Isa. 14:13, 14). Por ese deseo diabólico de llegar a ocupar un lugar que no le correspondía, Satanás introdujo el pecado en el universo.
Desde que el pecado llegó a nuestro planeta, la codicia se alojó en el corazón humano. La codicia de los grandes y poderosos ha acarreado guerras, asesinatos, robos, familias destruidas y dolor en diferentes escalas. Muchos, impulsados por una ambición pecaminosa, han traspasado los límites morales para irrumpir en la vida de miles, llevando angustia y desolación.
Pero, a pesar del daño que haya producido este pecado, Jesús vuelve a invitarte para que le entregues tu vida. Solo él, la Majestad divina, puede otorgar santidad, sanidad y el desarraigo completo de la codicia.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

POR LA FE

Por la fe [Moisés] dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible. Hebreos 11:27.

La puerta está abierta. Hay un silencio que aterra, y Agustín no logra vencer el temor. "¿Por qué no entras, de una vez?", le dice una voz, desde adentro.
El joven estudiante toma aire, como lo hacen los cantantes líricos, y con paso firme atraviesa la puerta. Sabe que será difícil anunciar al jefe que, por causa de su conciencia, no podrá hacer lo que le pide. Sabe también que, si pierde el empleo, no estará en condiciones de continuar pagando la universidad. ¿Qué hacer? Tal vez, otra persona no tendría los conflictos interiores que tiene Agustín; pero, él conoce la Biblia y respeta sus principios, porque sabe que vienen de Dios.
Agustín no fue la única persona que tuvo que enfrentar momentos difíciles por respetar los principios. A lo largo de la historia, Dios siempre tuvo hijos extraordinarios, que hasta prefirieron morir antes que traicionar su conciencia. El versículo de hoy nos habla de Moisés: el líder del pueblo de Israel no solo perdió el empleo, sino también fue perseguido. El texto registra que no tuvo miedo de la ira del rey.
Creo que la expresión "no tuvo miedo" es una frase retórica, para expresar la decisión que Moisés tomó, a pesar de las dificultades. El miedo es natural; está en lo recóndito de la naturaleza humana. Una persona sin miedo se vuelve imprudente. La fe no te vuelve insensato: te da valor para que, a pesar del miedo, seas capaz de enfrentar a tus enemigos.
El secreto está en ver lo que es invisible: tus ojos físicos solo logran ver lo que está delante de tu vista; pero los ojos de la fe llevan a visualizar las promesas de Dios hechas realidad. Y él ha prometido que podrán caer mil a tu lado y diez mil a tu otro lado, pero tú no serás tocado. Eso puede parecer una utopía, para quien no vive una vida de compañerismo diario con Jesús. Pero, mediante la fe, tú lo ves como una realidad.
Por eso, hoy, no te amedrentes delante de los "faraones" que te persiguen y amenazan destruirte. Nada podrán en contra de ti: tu vida está escondida en las manos de Dios. Recuerda: "Por la fe [Moisés] dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón