viernes, 7 de diciembre de 2012

PUEDO VER EL PERDÓN


«Pero el que no las posee es como un ciego o corto de vista; ha olvidado que fue limpiado de sus pecados pasados» (2 Pedro 1:9).

Hace unos meses fui al oftalmólogo. El oftalmólogo es el médico que se especializa en la vista. El doctor me dijo que necesitaba anteojos para leer.  Ahora he comenzado a formar parte del club de personas que necesitan anteojos para poder ver bien.
Algunas personas que usan anteojos son cortas de vista. Esto significa que tienen miopía, es decir, que solo pueden ver bien las cosas que están cerca. A las personas que tienen miopía les cuesta enfocar las cosas que están lejos.
El versículo de hoy nos dice que una persona que ha olvidado que sus pecados han sido perdonados es corta de vista o es ciega. Eso significa que solo puede enfocarse en lo que tiene más cerca, o sea, en sí misma. Y es que cuando solo pensamos en nuestros pecados y en nosotros mismos, simplemente terminamos pecando más. La Biblia dice que debemos enfocarnos en Jesús. Es decir; debemos mirar más allá de nosotros mismos y ver al único que puede salvarnos del pecado.
Si ya le has pedido a Dios que perdone tus pecados, entonces él te ha perdonado. ¿No es agradable saberlo? Si no le has pedido a Jesús que te perdone, detente, pídeselo ahora y cree entonces que él lo ha hecho. Puedes creerlo porque así ha ocurrido. ¡Él lo ha prometido! Ahora puedes ver otra vez.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

ME HA SONREÍDO Y ME DIO SU PAZ


¿No está con vosotros Jehová vuestro Dios, el cual os ha dado paz por todas partes? Porque él ha entregado en mi mano a los moradores de la tierra, y la tierra ha sido sometida delante de Jehová, y delante de su pueblo. (1 Crónicas 22:18).

En cierta ocasión esperaba a una amiga a la sombra de un árbol. Llevaba ya un buen rato allí, mirando fijamente hacia un solitario predio, desprovisto de vida y de movimiento alguno, pero mi amiga no aparecía.
Un tanto cansada se me ocurrió conversar con Dios y le dije: «Señor, ¿por qué no me muestras una de tus sonrisas? ¡Creo que nunca he podido apreciar una de ellas! Eso sería muy fácil para un Dios tan grande como tú. Por favor, sonríeme».
Jamás habría imaginado la forma en que el Señor me iba responder. Lo cierto es que hubo una respuesta instantánea, sorpresiva y graciosa que yo no esperaba. En aquel preciso instante observé que revoloteaban frente a mí dos pequeñas mariposas, con movimientos repentinos y alegres, en una forma muy armoniosa.
Le dije al Señor: «Envía una más y sabré que de veras es tu sonrisa la que contemplo». Acto seguido apareció otra, y esa fue la única. ¡Una risa audible y muy espontánea me embargó, al recibir la certeza de que aquella respuesta colmaba de gracia todo el ambiente a mí alrededor! ¡Las mariposillas estaban frente a mí y eran en extremo sencillas y frágiles! En su vuelo me parecía percibir la sonrisa de Dios a través de un mensaje real. Me sentí feliz por la forma en que el Señor se comunicaba conmigo en una manifestación única de belleza natural: mediante unas pequeñas y sencillas criaturas.
¿Tendrás el valor de entablar una conversación natural con un Dios poderoso, formidable y omnipotente, que crea y sustenta, que perdona y redime? ¿Conoces al Dios que es capaz de hablar con nosotros como con un amigo?
Nuestro Dios reconoce el más pequeño de tus pedidos. Es alguien que en todo momento está dispuesto a servirte, incluso en tu más insignificante necesidad. No temas consultar los más sencillos asuntos con él. Así podría comenzar una gran amistad, al estar junto a él, alimentándote de pastos verdes y reposando en aguas tranquilas.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Griselda Uriegas

«OLER EL PELIGRO»


El que no tiene el Espíritu no acepta lo que procede del Espíritu de Dios, pues pana él es locura. No puede entenderlo, porque hay que discernirlo espiritualmente. 1 Corintios 2:14, NVI

Según nos cuenta Bruce H. Wilkinson, Lalo y Lola eran dos ranitas aventureras. Gracias a su capacidad para saltar grandes distancias, les gustaba enfrentar desafíos. Un día, sin embargo, un científico muy listo se las arregló para capturarlas y las llevó a su laboratorio. El científico colocó a Lola frente a dos recipientes: uno tenía agua caliente; el otro, agua tibia. Mientras la otra ranita observaba, introdujo a Lola en el recipiente de agua caliente. Inmediatamente Lola salió del agua dando un salto espectacular. Y se perdió del mapa.
Luego el hombre introdujo a Lalo dentro del recipiente con agua tibia. La ranita se sintió de lo más bien. Entonces gradualmente el científico comenzó a subir la temperatura del agua. Mientras tanto, Lalo flotaba a placer. «Esto sí es vida —pensaba—. La muy tonta de Lola no sabe lo que se está perdiendo». Así transcurrieron los segundos hasta que el agua alcanzó el punto de ebullición. Entonces Lalo quiso saltar, pero ya era demasiado tarde. Sus patitas quedaron paralizadas (More Family Walk [Caminar en familia, tomo 2], p. 166).
¿Dónde estuvo la diferencia entre las dos ranitas? Lalo esperó demasiado para escapar. Diríamos que le faltó «discernimiento». Esta palabra se relaciona con discernir: «Distinguir algo de otra cosa, señalando la diferencia que hay entre ellas». Es el discernimiento lo que nos permite ver más allá de la apariencia de las cosas. Lo que nos permite ver a las personas y las situaciones como realmente son y no como aparentan ser.
La capacidad de discernir es una valiosa herramienta. Tan valiosa que, cuando Dios le permitió al rey Salomón pedir lo que quisiera, con mucho acierto él pidió «un corazón atento para [...] distinguir entre lo bueno y lo malo» (1 Rey. 3:9). Eso es discernimiento en su máxima expresión. Y es precisamente discernimiento lo que vas a necesitar para distinguir qué lugares y qué clase de actividades son apropiados para ti, qué personas deberían formar parte de tu círculo de amigos y, sobre todo, para «detectar» las artimañas de Satanás.
¿Cómo desarrollar esta habilidad? Al igual que Salomón, pídesela a Dios. Y estudia diariamente su Santa Palabra.  Esta es la fuente de toda sabiduría.

Dame, Señor, «un corazón atento para [...] distinguir entre lo bueno y lo mato».

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

OBEDEZCA POR AMOR


«Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley, pues el pecado es infracción de la ley» (1 Juan 3:4).

Si respetamos la limitación de velocidad o nos detenemos cuando el semáforo está en rojo, nadie nos acusa de legalismo. Cuando nuestro jefe nos dice que debemos respetar las normas de la empresa, no lo tildamos de legalista. Sin embargo, cuando se habla de la obediencia a los Diez Mandamientos, parece que siempre habrá quien nos cuelgue el sambenito del legalismo.
En todos los aspectos de la vida la obediencia es necesaria, por lo que el cristianismo no iba a ser ninguna excepción. Creer que se puede ser seguidor de Jesús y, a la vez, desobedecer su Palabra es una contradicción. Nada podría estar más alejado de la verdad. El pecado es desobediencia. La obediencia es ser fiel a la voluntad de Dios en la vida cotidiana.
Oír que quien quiere hacer la voluntad de Dios es legalista, fariseo o murmurador me desconcierta. Si el propósito de su vida es obedecer la voluntad de Dios y alguien dice que usted es todas esas lindezas, no se deje intimidar. Jesús mismo dijo: «Si me amáis, guardad mis mandamientos» (Juan 14:15). Si alguien no está convencido de querer hacer la voluntad de Dios u obedece solo cuando le conviene, no permita que eso afecte a su compromiso con el Señor. Las Escrituras describen a los que se salvarán: «Aquí está la perseverancia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús» (Apoc. 14:12).
En mi opinión, no hay mayor alegría que hacer la voluntad de Dios y guardar sus mandamientos. Guardar sus mandamientos no es una carga tal que al despertarme por la mañana me resulta penoso pensar que tengo que hacer la voluntad de Dios. Me comprometí a hacer la voluntad de Dios en mi vida sin omitir ni un solo detalle. Eso no me convierte en legalista, porque el legalismo es intentar obedecer la ley de Dios con el propósito de parecer bueno. Sé que si Jesús no gobierna mi vida, desobedeceré. Sé que seré capaz de hacer lo que él me pide únicamente por el poder del Espíritu Santo. Escoja obedecer por amor.  Basado en Juan 14:15.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill