viernes, 25 de diciembre de 2009

ÉL ME AMA

Él es mi Dios amoroso, mi amparo, mi más alto escondite (Salmo 144: 2).

Aquel viernes todo parecía indicar que Samuel, de nueve años, tenía un resfriado común. Sin embargo, a las dos de la mañana del domingo tuvimos que llevarlo de emergencia porque tenía dolores en las piernas. Dijeron que se debía a una infección en la garganta, pero a pesar del tratamiento la temperatura no cedía. Para el martes, casi no hablaba, estaba como sedado, no sabía quién era yo y tampoco recordaba el nombre de su padre y de sus hermanos. Temimos lo peor. Al cabo de unas horas de observación y de exámenes, su pediatra nos dijo que ya había llamado a un neurólogo.

No era meningitis, como mi esposo y yo habíamos pensado, pero era igualmente delicado: encefalitis. Ahora, lo que los médicos y nosotros esperábamos era que la encefalitis fuera viral y no bacteriana, ya que una bacteria es mucho más agresiva, difícil de erradicar y además deja secuelas. Desde el inicio de la enfermedad oramos; comencé a suplicar al Señor más que nunca por la salud de mi hijo. Posteriormente le imploraba por un milagro. Casi desde que llegamos al hospital llamé a mi madre para informarle lo sucedido y pedirle que orara por Samuel, y que les comunicara a todos los que conocía para que oraran también.
Mi esposo y yo queríamos que Samuel sanara completamente. Pero también sé que, en su infinita sabiduría, el Señor puede decidir algo diferente a nuestros deseos. Eso me aterraba. Para mí, lo peor que podía pasar no era que Samuel muriera, sino que quedara mal de sus facultades mentales o motoras; después de todo, era una posibilidad. Sin embargo, mi fe no derivaba de la manera como Dios contestara a mis súplicas. Confiaba en él y lo que le pedía era que si su voluntad era diferente a la mía, me ayudara a soportarlo.
Dios sanó a mi hijo. Una vez más me demostró que me amaba, que llevaba a mi niño en la palma de su mano. De la misma manera puede hacer contigo. No importa por lo que estés pasando, nunca olvides esto aun cuando su respuesta difiera de tus deseos. Dios, es un Dios de amor.

María Guadalupe Ávila de Vülarreal
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su Amor.

Y EL REGALO CONTINÚA

Den gracias a Dios por todo, porque esto es lo que él quiere de ustedes como creyentes en Cristo Jesús. 1 Tesalonicenceses 5:18.

Después de pasar un verano enseñando ingles en Japón, nos disponíamos a regresar a los Estados Unidos. Dos días antes de emprende: el viaje, un esposo tuvo un accidente. Su automóvil se metió en la trasera de un taxi. Nadie salió herido, pero unos amigos sugirieron que le hiciéramos un regalo al taxista. Era una manera de pedir disculpas por el accidente. Así que compramos una caja de caramelos y bombones para regalar y la llevamos a su casa.
El hombre no estaba en casa, pero su esposa aceptó la caja y nos pidió que esperásemos un momento. Mi primer pensamiento fue: «Espero que no me saque los papeles del abogado diciendo que nos van a demandar».
En lugar de eso, volvió con un regalo para nosotros, una hermosa pintura japonesa de un niño volando una cometa. Aprendimos que a los japoneses les encanta hacer regalos, incluso a la gente que causa accidentes.
El día de Navidad pensamos más en los regalos que cualquier otro día del año. Pero para un cristiano, dar y recibir regalos dura todo el año.
Cada día que vivimos es un regalo de Dios. Cuando nos despertamos por la mañana, nuestra primera respuesta tendría que ser de agradecimiento por otro día de vida. La segunda respuesta debería ser: «¿Qué regalo puedo dar yo a cambio?»
Lo que Dios desea más que nada es tu amor. No hay mejor manera de demostrarle que lo amas que permitir que su amor fluya de ti hacia alguien. De eso tratan los dos mayores mandamientos, el amor a Dios y el amor al prójimo.
En este día especial para dar regalos, busca maneras de dar uno a Dios bendiciendo la vida de alguien.

Tomado de la Matutina El Viaje Increíble.

HAY UNO QUE SÍ PUEDE

Porque muchas veces había sido atado con grillos y cadenas, mas las cadenas habían sido hechas pedazos por él, y desmenuzados los grillos; y nadie le podía dominar. Marcos 5: 4.

El relato del endemoniado presentado por Marcos 5: 1-20 retrata a un joven con el que cualquiera de nosotros podría encontrarse únicamente en la peor de las pesadillas. Se trataba de un hombre poseído por los demonios, quienes lo encaminaban a la violencia. Lo habían desfigurado, lo habían privado del uso de la razón, lo tenían desnudo, y vivía en el cementerio, con los muertos como única compañía. Su lamentable estado no difería mucho del de un animal rabioso, y era perfectamente natural que la sociedad lo rehuyera.
No había casa en Israel para una persona como él. Tampoco había hospital o asilo que lo pudiese acoger. ¿Cómo pudo desfigurarse de tal modo física y, sobre todo, moralmente ese hombre? ¿Cómo es posible que se echase a perder así la imagen de Dios en aquel habitante de Gadara? ¿Cómo llegó aquella persona a la terrible condición en que se encontraba? ¿Cómo llegó a hacer del cementerio su morada y de los cadáve¬res y los demonios sus únicos compañeros? ¿Es que en algún tiempo no fue un niño amado y mimado por sus padres, un niño que jugaba inocentemente con otros niños? Por circunstancias que desconocemos, ahora había caído en el abismo donde no hay memoria del pasado ni esperanza del futuro. Su única parte debajo del sol era la tortura del presente.
El relato dice que nadie podía con él: «Nadie le podía dominar». Ni médicos ni taumaturgos podían hacer nada con su mal. Sus antiguos vecinos lo dieron por un caso perdido. Su familia había perdido toda esperanza. Ni los hombres más fuertes del lugar eran capaces de reducir la furia incontenible del morador endemoniado del cementerio.
Quizá hemos escuchado palabras semejantes: «Su enfermedad es incurable», «Ya no hay remedio para su mal», «Ese hijo es un caso perdido», «Ese esposo jamás se convertirá». Pero el relato que nos presenta el segundo evangelista muestra una salida del túnel de la imposibilidad y nos dice que hay Uno que sí puede: Jesús. Para él no hay nada imposible. Él puede hacer todas las cosas.
Acude hoy al Señor con tu problema. Aunque no haya nada que se pueda hacer desde el punto de vista humano para solucionarlo, hay Uno que sí puede. Jesucristo, que destruyó a los demonios, puede destruir cualquier mal de tu vida.

Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.