domingo, 21 de octubre de 2012

SOLO UNA MIRADA


«Y así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también el Hijo del hombre tiene que ser levantado» (Juan 3:14).

¿Alguna vez te has preguntado por qué es tan importante llevar botas cuando caminas por la naturaleza? De hecho, hay varias razones: proteger tus pies de las afiladas rocas, mantener los pies secos y evitar que las serpientes te muerdan. Pero no dejes de salir a explorar por miedo a que una serpiente te muerda. No es común que eso ocurra.
Lo mejor que puedes hacer si una serpiente venenosa te llegara a morder es quedarte tranquilo mientras alguien consigue ayuda o te llevan al hospital. Tratar de no moverte mucho. Al llegar al hospital los médicos te darán un antídoto. El antídoto es una medicina que ayuda al cuerpo a deshacerse del veneno de la serpiente.
Los israelitas habían caído nuevamente en pecado y Dios había permitido que las serpientes venenosas los mordieran. Pero Dios en su misericordia les dio una cura. Le pidió a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y que le dijera al pueblo que la mirara cada vez que fueran mordidos por una serpiente.  Lo único que tenían que hacer era mirar la serpiente y serían curados.
Nosotros hemos sido «mordidos» por el pecado, pero Jesús quiere que lo miremos a él para curarnos. Mira hoy a Jesús y deja que te dé el antídoto para el pecado.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

LOS DESEOS DE TU CORAZÓN


Deléitate asimismo en Jehová y él tu concederá las peticiones de tu corazón.  (Salmo 37:4).

Una noche, aprovechando las temperaturas del otoño, invité a mi nieta para que nos sentáramos en el balcón y desde allí contemplar el cielo. En cierto momento mi nieta me dijo: «Abuelita, mira una estrella fugaz, pide un deseo y se cumplirá». Es una creencia popular que si pedimos un deseo en el momento que cae un meteorito es posible que lo obtengamos. Sin embargo, el mensaje de nuestro texto nos enseña algo diferente. Para lograr los deseos de nuestro corazón tenemos que aprender a deleitarnos en el Señor.
«Es una ley de la naturaleza que nuestros pensamientos y sentimientos resultan alentados y fortalecidos al darles expresión. Aunque las palabras expresan los pensamientos, estos a su vez siguen a las palabras. Si diéramos más expresión a nuestra fe, si nos alegrásemos más de las bendiciones que sabemos que tenemos: la gran misericordia y el gran amor de Dios, tendríamos más fe y más gozo» (E! ministerio de curación, p. 195).
Tal vez surja una pregunta: «¿Qué significa deleitarse en el Señor?». El diccionario define la palabra «deleite» como algo que produce placer. Deleitarse en el Señor significa sentir un inmenso placer al estar en su presencia. Implica buscar intensamente su compañía, porque a su lado nos sentimos muy bien; consultarlo cuando tengamos necesidad de hablar con alguien, ya que el Señor nos dará una paz que de ninguna otra forma podríamos experimentar. Deleitarnos equivale a depender de él, a vivir para él, y a tener el deseo de estar siempre con él. Ese es el deleite que necesitamos para que nuestros deseos sean cumplidos. Dios conoce muy bien los deseos de nuestro corazón. Él sabe todo aquello que quizá nunca le hemos dicho a nadie, pero que nos gustaría que algún día forme parte de nuestra realidad. Sin embargo, él sabe lo que más nos conviene y conoce también el tiempo adecuado para concedemos dichos deseos. Si mantenemos una relación permanente con el Señor y somos sumisas al momento de seguir sus indicaciones, no tendremos que mirar las estrellas para conseguir lo que deseamos. Todo lo que hemos anhelado y soñado, y aun mucho más, estará a nuestra disposición de acuerdo con su divina providencia.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Evelyn Herrera de Omaña

LA «OFRENDA» DEL LADRÓN


El Señor es mi ayuda; no temeré. ¿Qué me puede hacer el hombre? Hebreos 13:6

Una simpática historia que nos llega desde Brasil y que nos cuenta Adriel D. Chilson nos ilustra que Dios dispone todas las cosas para bien de sus hijos. El caso es que los miembros de una iglesia recogieron una ofrenda especial para contribuir con la construcción del Hospital Adventista de Belén. La ofrenda fue de unos cinco mil cruzeiros, la moneda brasileña de esa época (por entonces, unos doscientos cincuenta dólares). Se decidió que el tesorero llevara el dinero a las oficinas de la misión al día siguiente.
Muy temprano en la mañana, el tesorero partió rumbo a la misión en su automóvil. Al llegar a un lugar desértico, observó a la distancia la figura solitaria de un hombre. Pensando que se trataba de alguien que necesitaba ayuda, le permitió subir.
—¿Quién es usted y hacia dónde se dirige? —preguntó el extraño.
—Soy el tesorero de mi iglesia y voy a la misión para llevar una pequeña ofrenda.
Al escuchar estas palabras, el hombre sacó una pistola.
—Le puedo ahorrar el viaje —dijo, mientras apuntaba al tesorero—. Solo imagínese que yo soy el tesorero de la misión.
Con tristeza, nuestro hermano le entregó el dinero al ladrón. Pero el asunto no quedó ahí. También tuvo que entregar hasta la ropa que llevaba puesta.
Después de completar el despojo, el hombre desapareció. Y allí quedó nuestro hermano, triste, sin dinero, sin ropas y sin saber qué hacer. Entonces oró y se vistió con los harapos del ladrón. De repente, sintió un pequeño bulto en uno de los bolsillos. Era un rollo de billetes equivalente a unos trescientos dólares. Luego palpó otro bulto: otro rollo de billetes. ¡Era dinero que el ladrón seguramente había robado a otros! Después de apartar el diezmo, el tesorero se compró ropas nuevas en el pueblo, entregó a la misión una cantidad superior a la que le habían robado, dio cien dólares adicionales al fondo de construcción del hospital, ¡y todavía le sobró dinero! (When God Provides [Cuando Dios provee], pp. 78,79).
¿Imaginas la cara que pondría el ladrón cuando se dio cuenta de lo ocurrido? ¡Quizás se consoló pensando en que él también había dado su ofrenda a la iglesia!
Al iniciar este nuevo día, recuerda que el Dios Omnipotente está a tu lado. Por lo tanto, ¿por qué habrías de temer lo que pueda hacerte cualquier ser humano?
Gracias, Padre celestial, porque dispones todas las cosas para el bien de quienes te aman.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

LA ORACIÓN CAMBIA LAS COSAS


«En él vivimos, nos movemos y somos» (Hechos 17:28).

La oración jamás estuvo destinada a ser un fin en sí misma o un acontecimiento más en la vida diaria. La oración es un medio para un fin; nos ayuda a vivir en santidad.
Nicolás Hermán de Lorena nació en la Francia del siglo XVII. En su juventud fue soldado, pero más tarde ingresó en un monasterio. Se lo recuerda como el hermano Laurent y su contribución a nuestra vida es que nos inspiró a «practicar la presencia de Dios». Para el hermano Laurent, las horas de oración no eran distintas de las demás. Comía a una hora determinada, trabajaba a una hora precisa, se bañaba a una hora concreta y oraba a una hora exacta. Para él la oración se convirtió en un estilo de vida, un hecho inamovible de su día a día.
Mi esposa y yo llevamos casados ya cincuenta años. Además de nuestra relación, el compromiso mutuo que Betty y yo tenemos también afecta a todo lo que hacemos. Aunque es evidente que los matrimonios en los que hay poca o ninguna comunicación están en peligro, tampoco es necesario que mi esposa y yo hablemos continuamente. Nuestra comunión es más que solo palabras, es un estilo de vida. Y lo mismo ocurre con nuestro compromiso con Jesús. Nuestra vida tiene que ir más allá de las oraciones y pasar a los actos. No basta con hablar con él, es preciso vivir para él.
Se han realizado encuestas preguntando a la gente por qué ora. Los resultados son a la vez alentadores y decepcionantes. Si bien la mayoría de las personas entrevistadas dijeron que oran —la mayoría de ellos cada día— la oración parece tener poco efecto en la dirección que toma su vida.
Muchas personas han dividido su vida en dos compartimentos. Por un lado tienen lo que ven como vida espiritual y por otro, una vida secular. La vida espiritual está centrada en Dios y la vida secular gira en tomo al mundo. El equilibrio es imposible. Somos una cosa o la otra, pero no las dos a la vez.
Una vida verdaderamente espiritual será aquella que, además de empezar el día con Dios, incluye andar con él todo el día. La verdadera vida religiosa del cristiano es una demostración práctica del texto que dice que «en él vivimos, nos movemos y somos» (Hech. 17:28).  Lleve a Dios consigo en todo lo que haga.  Basado en Lucas 18:1-8

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill