martes, 26 de julio de 2011

NUEVA CRIATURA

Por tanto, nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor. (2 Corintios 3:18).

Una mujer creyente fue interrogada en una ocasión por un periodista, quien trataba de escribir un artículo acerca de lo irracional que es creer en los milagros de Jesús. «Dígame, señora, ¿cómo puede usted creer que Jesús convirtió el agua en vino?». La mujer levantó su mirada y respondió: «Los milagros se aceptan, no se explican, pero por mi experiencia puedo añadir que también se sienten». «¿Cómo?», replicó el periodista. «Porque el vino que entraba en mi casa se ha convertido en pan».
Aquella mujer había experimentado la transformación de un pasado de vicio en una vida de paz, alegría y prosperidad. Su familia también había vivido un cambio y desde entonces el Espíritu Santo había obrado en ellos cosas maravillosas. La Biblia presenta numerosos casos de personas que fueron transformadas por ese milagro renovador que produce la presencia de Cristo en el corazón. Entre ellos se encuentra el de una muchacha cuyo nombre no conocemos, pero de la que se dice que tenía un espíritu de adivinación. Sus conciudadanos creían en las habilidades sobrenaturales que esta muchacha tenía y sus alaridos eran recibidos como oráculos, cosa que aprovechaban sus amos para obligarla a responder a todos los que le hacían preguntas.
Aunque el registro bíblico no comenta más acerca del cambio efectuado en ella después de que Pablo, por el poder de Jesús, expulsara fuera a los demonios que la poseían, es difícil pensar que se le hubiera permitido volver a la ignorancia y a la incredulidad. Se cree que se hizo cristiana y que encontró albergue con las mujeres que colaboraban con el apóstol. Lo cierto es que, una vez libre, pertenecía a Cristo.
Sí, Cristo puede y quiere efectuar grandes cambios en tu vida y en la mía. No importa el lugar donde estemos. Si te encuentras con él, deja que su poder te trasforme. Entonces podrás ser una nueva criatura, porque si alguno está en Cristo, nueva criatura es (ver 2 Cor. 5: 17).

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

EL DON DE LA PERSEVERANCIA

El cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad. Romanos 2:6, 7.

Muchos logran el éxito en su vida estudiantil, laboral, económica y sentimental por el don de la perseverancia. Mientras que la gran mayoría se rinde ante los primeros obstáculos que presenta el camino, otros, con tenacidad y esmero, se esfuerzan para transitarlo con el único propósito de llegar a la meta. Es verdad que el talento personal para realizar una determinada tarea es un complemento importante para el éxito, pero este sin perseverancia solo demuestra mediocridad.
Un ejemplo de perseverancia fue el tenista Pete Sampras. Para el año 2002 había alcanzado un record mundial: catorce títulos en torneos de Grand Slam. No es fácil llegar a la cima del mundo en cualquier disciplina deportiva, y mantenerse. Muchos, al llegar a lo más alto, pierden la motivación y no ven nuevos desafíos en su carrera. Sin embargo, este jugador de tenis, después de ganar su primer torneo, trabajó, luchó y se superó hasta demostrar que es posible permanecer durante años como el número uno.
Es normal que alguna mañana nos levantemos sin ánimo de estudiar o trabajar. ¿Quién no ha sentido depresión alguna vez? Pero más allá de estas emociones, el deseo de superación y de alcanzar una meta tiene que ser la prioridad para materializar el éxito.
Más allá de las metas académicas, laborales, financieras y sentimentales, el don de la perseverancia también es necesario en la vida espiritual. Con tenacidad tenemos que enfrentarnos cada día con las tentaciones que el enemigo de Dios pone en nuestro camino; con paciencia debemos humillarnos ante el Creador y solicitar su perdón por las caídas y su fuerza para continuar; con perseverancia debemos proseguir hasta que Cristo nos dé la corona de victoria.
¿Cómo te sientes en tu carrera espiritual hoy? ¿Estás cansado de luchar y perseverar en el camino cristiano? ¿Te encuentras abatido porque las malas palabras, el rencor o el egoísmo parecen dominarte por completo? ¡No te desanimes! Recurre al Dios del cielo para obtener el don de la perseverancia, y el Espíritu Santo te dará la tenacidad suficiente, no solo para vencer el pecado sino también para alcanzar la vida eterna.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

FIDELIDAD

Si fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo. 2 Timoteo 2:13.

Giovanni no entiende la incoherencia de su loco corazón. Ama a la esposa; ella es lo cotidiano, lo estable, lo seguro. Pero, él necesita de la aventura, lo desconocido, lo pasajero; busca una mujer que lo haga sufrir. ¡Triste realidad! Se ha cansado del amor de la esposa, y ansia el dolor, la indiferencia y la culpa.
La infidelidad está entretejida en las propias células de Giovanni; es su naturaleza. "El pecado que habita en mí", diría San Pablo.
Lo peor de la infidelidad no es las terribles consecuencias sociales y personales, sino la incapacidad que genera para creer en las promesas divinas: el infiel cree que Dios también es infiel. Cada vez que piensa en el amor divino, lo hace desde su perspectiva humana de amar.
El amor humano, por más sincero y bonito que parezca, está manchado de egoísmo: ama cuando le conviene, esperando algún beneficio como retorno.
Con Dios, las cosas son diferentes: él ama por el simple hecho de amar. A pesar de lo que el ser humano haga o deje de hacer; simplemente, ama. Su naturaleza es el amor.
El ser humano necesita sentirse amado por Dios, para mirar adelante y vivir la vida victoriosa. Pero, cada vez que piensa en la fidelidad de Dios, mira su propia infidelidad y desespera.
La pregunta que lo desorienta y lo deja confundido es: ¿cómo puede Dios cumplir su promesa, si yo no puedo cumplir la mía?
La respuesta es sencilla: ¡Dios es Dios! Es eterno, y todo lo suyo es, también, eterno. Podrán pasar los años y los siglos; las edades vendrán una detrás de la otra, pero la fidelidad y el amor divinos durarán para siempre. Si dejase de amar, se negaría a sí mismo, menciona el versículo de hoy.
Por eso, hoy, encara los desafíos de la vida sin temor. El amor echa fuera el temor; el amor limpia el pasado, redime y transforma. El amor nunca acaba, a pesar de las incoherencias del corazón humano; a despecho de las locuras de la juventud o de los desvaríos de la adultez. El amor seguirá siendo amor por los siglos de los siglos. Dios es la esencia del amor.
Empieza este día recordando que "si fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón