miércoles, 4 de enero de 2012

MÁS FUERTE QUE UNA COSTILLA

«Entonces Dios el Señor hizo caer al hombre en un sueño profundo y, mientras dormía, le sacó una de las costillas y le cerró otra vez la carne» (Génesis 2:21).

¡Ten cuidado! Hoy vamos a dar un paseo por el Jardín del Edén. Caminemos en silencio, porque Adán está durmiendo en algún lugar y podrías pisarlo. ¡Mira cómo Dios le saca una costilla a Adán para crear a Eva! ¡Qué Dios tan maravilloso!
¿Puedes palpar tus costillas? ¿Sabes para qué sirven? Las costillas protegen tus órganos internos. Si no tuviéramos costillas, nuestro corazón, pulmones y demás órganos importantes se dañarían cada vez que nos caemos. Nuestras costillas están hechas de hueso, y están conectadas al esternón por un cartílago. El esternón es un hueso que va de arriba abajo por el medio de nuestro pecho. El cartílago hace que nuestra cavidad torácica sea flexible, de manera que no se rompa cada vez que nos caemos de espalda, de frente o de lado. Sin duda nuestras costillas son una importante protección.
Pero nosotros tenemos otros protectores a nuestro alrededor: los ángeles de Dios. Él los envía a cuidarnos y protegernos cada día de nuestra vida. Me alegra tanto saber que los ángeles siempre están ahí para protegernos. ¿No es maravilloso saber que somos protegidos y amados?

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

EL PODER DEL SERVICIO

Es espíritu del Señor [...] me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres [...] y vista a los ciego. (Lucas 4:18)

Hay establecimientos e instituciones en los que, en circunstancias normales, no se nos permitiría la entrada por causa de nuestras creencias adventistas. Sin embargo, Dios ha utilizado la abnegada y magnífica labor de los médicos misioneros como un excelente medio de acceso a muchos lugares a los que sería difícil acceder de otra manera.
En cierta ocasión acompañé a mi esposo, capellán de un hospital adventista, a una jornada de salud que se realiza cada año en un hospital católico dirigido y atendido por monjas. Hacía algún tiempo que yo deseaba conocer aquel centro médico que está ubicado en un pintoresco pueblo de montaña. El objetivo de dicha jornada de salud era operar de cataratas a más de doscientos pacientes de bajos recursos económicos.
Me sentí impresionada por la limpieza y el orden que había en aquel hospital. Las monjas atendían con sumo cuidado a los pacientes y, en forma especial, se preocupaban por los niños huérfanos que allí mismo se hospedaban. En la sala de operaciones mi esposo cantó algunos himnos y leyó a los pacientes textos de la Biblia. «¡No sabía que existiera un lugar así!», exclamó un paciente entre lágrimas tras escuchar una oración. «¡Me parece que estoy en el cielo!», dijo otra señora. Yo me gozaba al escuchar todo aquello.
Un día entré al quirófano para ayudar a varios pacientes y tuve la oportunidad de compartir con ellos algunas promesas espirituales. Se veían tranquilos y agradecidos. Uno de ellos me dijo: «Señora, ¿quiénes son los que cantan esos himnos tan hermosos?». Y acto seguido nos invitó para que cantáramos en una concurrida celebración católica.
Aquellos pacientes no solo escucharon voces humanas. Creo que los ángeles se unieron a nuestras voces, porque los rostros de aquellas personas reflejaban la paz y el gozo que únicamente imparte la presencia de Dios. Instantes después, mientras observaba una operación quirúrgica, sentí de nuevo la presencia del Señor guiando las manos de los médicos adventistas de una manera patente y real. Elevé una oración de gratitud al Señor por el ministerio médico y por el ministerio pastoral.
Dios también te puede utilizar a ti para compartir el mensaje de salvación con quienes de otra forma parecerían inalcanzables. Prepárate para ese servicio abnegado que volverá los corazones a él.

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Margarita Calixto Pertuz es Colombiana. Psicóloga Educativa.

LO MEJOR Y SIEMPRE LO MEJOR

Y todo lo que esté en tu mano hacen hazlo con todo empeño. Eclesiastés 9:10.

«¿Qué significa que una persona siempre haga lo mejor que pueda?», preguntó el profesor a sus alumnos el primer día de clases del nuevo año escolar. Luego señaló hacia un lugar del salón donde estaba un letrero bien grande con el mensaje:
HAZ SIEMPRE LO MEJOR QUE PUEDAS
Cuando los alumnos le preguntaron a qué actividades específicamente se refería y durante cuánto tiempo debían hacer lo mejor, el profesor contestó mostrándoles otro cuadro: «No importa cuál sea la actividad, dondequiera estés, con quien quiera estés, haz siempre lo mejor que puedas».
Luego explicó con más detalles que hacer lo mejor equivale a establecernos altos ideales en la vida y luego esforzarnos por vivir a la altura de esos ideales.
El profesor del cual estoy hablando es Hal Urban. En uno de sus libros, él cuenta que cierto día, después de clases, uno de sus alumnos pidió hablar con él.
—¿Recuerda profesor aquella clase en la cual nos preguntó lo que significa hacer siempre lo mejor?
—¡Claro que sí! —respondió el profesor—. Hago la misma pregunta todos los años.
—Pues le confieso que no he podido sacarla de mi cabeza. He pensado y pensado en esa pregunta y la verdad es que siempre he llegado a la misma conclusión: Si uno tiene algo que hacer, ¿por qué no hacerlo de la mejor manera posible?
Cuenta el profesor Urban que doce años más tarde recibió un correo electrónico de parte del mismo joven. En ese mensaje el joven le contó de sus éxitos profesionales y de sus planes de contraer matrimonio. Luego le preguntó al profesor si recordaba aquella conversación que habían tenido sobre la intención de hacer siempre lo mejor. Al final escribió: «Hoy soy lo que soy porque aprendí que siempre tengo que hacer lo mejor que pueda. Espero que todavía siga enseñando lo mismo a sus alumnos» (Chotees that Change Lives [Elecciones que transforman vidas], pp. 139, 140).
Y yo espero que tú, apreciado joven, estimada jovencita, tampoco olvides que siempre tienes que hacer lo mejor que puedas. No importa cuál sea la actividad, dondequiera que estés, con quien quiera estés, haz siempre lo mejor que puedas.
Jamás te conformes con menos. Dios espera lo mejor de ti. Y el mundo lo necesita. ¿Cuál es tu decisión?

Hoy resuelvo, Señor Jesús, al igual que tú, hacer siempre lo mejor.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

MUCHO MÁS QUE UN VERSÍCULO PARA MEMORIZAR

«Me regocijaré en tus estatutos; no me olvidare de tus palabras» (Salmo 119:16)

Cuando de niño asistía a la Escuela Sabática, cada semana aprendía un versículo de memoria. Al final del trimestre, teníamos el sano orgullo de ser capaces de recitar los trece versículos, de memoria y sin cometer un error.
Memorizar la Palabra de Dios es una bendición magnífica porque conocer la Palabra de Dios:
  • Nos ayuda a obtener más beneficios del estudio de la Biblia.
  • Nos hace crecer espiritualmente.
  • Nos ayuda a estar conscientes de la presencia de Dios y adorarlo.
  • Nos ayuda a conocer sus preceptos y responder al llamamiento de Dios.
  • Nos ayuda a darnos cuenta de que la Palabra de Dios transforma la mente, a fin de que andemos en los caminos de Señor.
  • Nos abre a la acción del Espíritu Santo para que nos guíe con más poder
  • Nos inspira a orar más y a tener una relación. más íntima con Dios
  • Proporciona un conocimiento útil y efectivo de la Biblia.
  • Proporciona sabiduría práctica, guía y orientación para la vida.
  • Permite que Dios nos use de manera más poderosa.
  • Nos ayuda a compartir nuestra fe.
  • Ayuda a vencer el pecado y las tentaciones.
  • Proporciona confianza para dar testimonio.
  • Capacita para guiar a otros a la salvación.
  • Nos ayuda a animar a otros a crecer espiritualmente.
  • Ayuda a superar los problemas y los obstáculos de la vida.
  • Aumenta nuestro gozo y nuestra paz interior.
  • Ayuda a discernir las falsas doctrinas.
Hace años asistí a un seminario cuyo tema era «Cómo vivir una vida cristiana práctica». El orador nos enseñó la importancia de memorizar la Biblia, no solo un versículo de memoria cada día, como lo estamos haciendo en este libro de devoción, sino capítulos enteros.
Sugirió que comenzásemos con el primer capítulo de Santiago. Nunca imaginé que fuera capaz de hacer tal cosa, pero oré para que el Señor me ayudara. ¡Y lo hizo! Dedique media hora al día a memorizar las Escrituras, unos versículos cada día. No se desanime. Al final de la semana estará encantado con el resultado. (Basado en Mateo 4: 4)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill