lunes, 22 de octubre de 2012

NUNCA ME CANSO


«Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo. Era cerca del mediodía» (Juan 4:6).

Espera, ¿no estás cansado? Ya hemos caminado bastante este año. ¡Casi estamos en noviembre! ¿Alguna vez has caminado tanto que tus músculos han quedado tan cansados que te duelen? ¿Sabes por qué tus músculos se cansan? Te voy a dar dos razones.
Tus músculos, y de hecho todo tu cuerpo, necesitan aire y agua. Cuando caminas mucho, los músculos necesitan más aire y agua de lo común, y por eso se cansan. Cuando caminas también necesitas combustible. Así como un vehículo necesita gasolina para poder moverse, tu cuerpo necesita alimentos para funcionar adecuadamente. Si no te alimentas bien, tus músculos no podrán funcionar como deberían y pueden quedarse sin combustible.
En el versículo de hoy leemos que Jesús se cansó como cualquiera de nosotros. Eso significa que aunque él era Dios, también era un ser humano. Por eso, él entiende cada cosa que nosotros experimentamos. ¿No te hace sentir bien que Jesús haya venido a esta tierra para salvarnos? A mí me encanta pensar en Jesús. ¡Esa es una cosa de la que nunca me cansaré!

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

AGUDEZA VISUAL


Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. (Hebreros 12:2).

Una de las maravillas de la Creación de Dios es el ojo humano. Este órgano transforma los rayos de luz en impulsos nerviosos que luego llegan al cerebro; concretamente al centro visual, donde se descodifican y se transforman en imágenes. Son millones de células las que envían permanentemente esa detallada información al cerebro.
El ojo humano necesita pequeñas cantidades de oxígeno y de vitaminas A, C y E, así como caroteno. La vitamina A mantiene hidratada y en buen estado la capa que recubre el globo ocular, además de que ayuda a la formación de un pigmento sensible a la luz. Tanto la vitamina C como la E actúan como antioxidantes, que a su vez evitan la pérdida de la visión y la formación de cataratas.
Nuestros ojos nos permiten comprender mejor el entorno en el que nos desenvolvemos. Por eso es de vital importancia mantener la agudeza visual. De esa forma llegarán al cerebro únicamente los impulsos nerviosos apropiados para nuestro crecimiento espiritual. «Un rayo de la gloria de Dios, una vislumbre de la pureza de Cristo, que penetre en el alma, hace dolorosamente visible toda mancha de pecado, y descubre la deformidad de los defectos del carácter humano. Hace patentes los deseos profanos, la incredulidad del corazón y la impureza de los labios. Los actos de deslealtad mediante los cuales el pecador invalida la ley de Dios quedan expuestos a su vista, y su espíritu se aflige y se acongoja bajo la penetrante influencia del Espíritu de Dios. En presencia del carácter puro y sin mancha de Cristo, el transgresor se aborrece a sí mismo» (El camino a Cristo, cap. 3, p. 44).
Permitamos que los rayos de la luz de Cristo entren en nuestros ojos y nos den la agudeza espiritual que necesitamos con el fin de desechar lo malo y escoger lo bueno. Hidratemos nuestros ojos con el agua de vida y mantengamos funcionando adecuadamente nuestra visión al observar la ley de Dios.
Señor, transforma mi manera de ver las cosas de acuerdo con tu santa voluntad.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Perla Edith Sánchez

SOY SOLO UNO


Cuando alguien preste algún servicio, préstelo con las fuerzas que Dios le da. 1 Pedro 4:11

Joanne es una trabajadora social. A simple vista no pareciera ser la más destacada en su profesión. Pero ella posee un don que no desperdicia en absoluto. Cierto día Joanne vio a una madre que cambiaba el pañal a su bebé. La escena no habría tenido nada de extraordinario, excepto por un hecho inusual: el pañal estaba sucio, pero en lugar de lanzarlo a la basura, la madre sacudió el excremento y se lo puso de nuevo al bebé.
¿Por qué la madre hizo eso? Después de averiguar, Joanne supo que los programas de ayuda social de los Estados Unidos no incluyen pañales.  Joanne rápidamente se dio cuenta de las implicaciones. Por el lado de los niños, mayores riesgos de infecciones; y también mayores posibilidades de ser objeto de violencia (los niños lloran más al estar sucios, y al llorar más, los padres tienden a responder con violencia). Por el lado de los padres, menores opciones de conseguir quien cuide del bebé. Y menores posibilidades de conseguir trabajo.
¿Qué podría hacer Joanne ante la situación, no solo de esa madre, sino de miles de otras? Se le ocurrió entonces crear un Banco de Pañales. Y comenzó a pedir donativos. Al principio el proyecto se movió con lentitud. Después de tres años difíciles, el panorama comenzó a mejorar. Para el momento de escribir esta nota, Joanne está distribuyendo unos ciento cincuenta mil pañales al mes. Ya tiene varios empleados de tiempo completo, a quienes les paga de los donativos que recibe. Y otras personas han comenzado a crear otros bancos de pañales en sus ciudades (www.miller-mccune.com/health/clean-start-4232).
¿Cuál es el don que posee Joanne, y que no desperdicia en absoluto? Hay muchas cosas que no sabe hacer, pero lo que emprende lo hace bien. Su ejemplo confirma la gran verdad que expresó Edward Everett Hale:
«Soy solo uno,
Pero al menos soy uno.
No puedo hacerlo todo,
Pero puedo hacer algo;
Y porque no puedo hacerlo todo,
Haré bien lo poco que puedo hacer».

¿Ya descubriste cuál es ese «algo» que puedes hacer? No importa lo que sea, hazlo bien, en servicio al prójimo y para la gloria de Dios. Nunca te conformes con menos. Recuerda que representas a Dios.

Padre celestial, inspira en mí el deseo de hacer siempre lo mejor que pueda.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

LA ORACIÓN NOS CAMBIA


«No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta» (Romanos 12:2).

Para los padres y los abuelos, la angustia por la salvación de sus seres queridos es una pesada carga. Inclúyame a mí. Cada día, a veces con lágrimas, en oración, los presentamos ante el Señor y le pedimos que los haga regresar a la iglesia, que los libere de influencias y hábitos dañinos; en pocas palabras, que los cambie. No obstante, quizá la primera persona a quien debamos presentar ante el Señor seamos nosotros mismos. ¿Cómo? ¿Acaso no sería egoísta? Es cierto que no tenemos que centrar las oraciones en nosotros mismos, pero pedirle al Señor que lo cambie todo y a todo el mundo es incompatible con el espíritu de la oración.
Quizá piense: «Este hombre no entiende nada. Soy como soy por mi esposa. ¿Cómo puede el Señor cambiarme a mí si antes no la cambia a ella?».
Orar para que alguien cambie me recuerda la historia de un jovencito al que lo habían enviado a su habitación porque se había portado mal. Al poco rato, salió y dijo a su madre:
—He estado pensando en lo que hice y he orado.
—Eso está bien —dijo ella—; si le pides a Dios que te haga ser bueno, te ayudará.
—Ah, no. No le he pedido que me ayude a ser bueno —respondió el muchacho—. ¡Le pedí que te ayude a soportarme!
Nuestra vida, la de usted y la mía, puede cambiar tanto si nuestros cónyuges o nuestros hijos cambian como si no. He visto muchos casos en los que las esposas y los esposos, antes de que se produjera un cambio, han tenido que orar por su cónyuge a veces durante años. Pero el cambio más importante de todos fue el cambio que el Señor obró en ellos durante esos años de oración.
Cuando nos cambia, el Señor no se limita a remodelarnos. La nueva vida en Cristo no se aplica sobre la antigua. «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; todas son hechas nuevas» (2 Cor. 5:17). No se limite a «repintar» su experiencia cristiana, vívala. Basado en Lucas 18:1-8.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill