viernes, 11 de diciembre de 2009

GRATITUD VERDADERA

Arraigados y edificados en él, confirmados en la fe como se les enseñó, y llenos de gratitud (Colosenses 2: 7).

Hace algunos años, cuando una de mis hermanas y yo todavía estábamos solteras, acompañamos a mi mamá a visitar a una amiga de su juventud. Además, preparamos una cesta con comida para llevársela, ya que sabíamos que pasaba por momentos muy difíciles.
Cuando esta mujer era joven se casó con un hombre que la golpeaba. Tuvo hijos, pero él la dejó por otra mujer y, por si fuera poco, la echó de su casa. Unas personas caritativas que tenían una casa de una sola pieza se compadecieron de ella y de un hijo adolescente que vivía con ella y se la prestaron.
La vivienda estaba completamente vacía, de modo que empezaron a ver cómo conseguían algunos muebles. Para cuando nosotras fuimos a visitarla, tenían ladrillos en lugar de sillas, cajas de madera en lugar de mesa, cartones en el piso en lugar de cama y una hornilla para cocinar. Por supuesto, la casa estaba muy limpia, barrida y ordenada. A Licha le dio mucho gusto vernos y a la vez un poco de vergüenza por las circunstancias. Claro que a nosotras nos dio mucha tristeza verlos en esa situación. Se acercó a una venta¬na muy pequeña que tenía la casita y nos dijo: «Estoy tan agradecida con mi Dios por esta ventanita, porque entra una brisa tan agradable que no me canso de agradecerle».
En medio de tantas privaciones, aquella mujer agradecía a Dios por algo que muchas de nosotras no apreciamos. En aquel tiempo nosotras no pertenecíamos a ninguna iglesia y ella tampoco. Pero después pensamos que a veces nos quejábamos por cosas que realmente no valen la pena. La gratitud de aquella dama fue una gran lección para nosotras.
¿No crees que Jesús merece toda nuestra gratitud? ¿De qué forma puedes agradecerle hoy a Dios por lo que te ha dado? Puedes corresponder al amor del cielo en tu familia, casa, trabajo, amigos, alegrías y tristezas. Oremos a Dios en este momento y pidámosle que nos dé un corazón agradecido.

Gloría de Turres
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su Amor.

JUZGAR A TRACY

No juzguen a otros, para que Dios no los juzgue a ustedes. Mateo 7:1

Un refrán dice: «Justicia, pero no para mi casa». En otras palabras, exigimos que los demás se comporten como nosotros creemos que deben de hacerlo. Detesto tener que decirlo, pero tengo cierta experiencia en esto.
Soy una más entre los organistas de mi iglesia. Durante el canto inicial, toco la introducción. Luego se me une el pianista cuando los miembros empiezan a cantar.
Hace unas semanas, estaba acabando la introducción cuando me di cuenta de que Tracy, la pianista, todavía estaba sentada junto a sus amigas. «Sabía que hoy tocaba, ¿por qué no está sentada al piano?», pensé iracunda.
Cuando la congregación empezó la segunda estrofa, Tracy ya estaba en el piano. Pero mi conversación conmigo misma duró todo el canto.
Cuando acabamos, aparté mis manos del teclado. Miré en el boletín que venía después. Pero algo iba mal. La gente todavía cantaba.
Bueno, no cantaron mucho tiempo antes de darse cuenta de que el órgano se había detenido. Me di la vuelta y todos tenían la vista fija en mí.
El anciano me miró por encima del himnario y dijo:
-Estamos en la última estrofa.
Una situación embarazosa, sí.
Tal como nos advierte el texto de hoy, cuando criticamos nos exponemos a ser criticados. Estuve tan ocupada en juzgar a Tracy por no estar atenta que no presté atención a lo que se suponía que tenía que hacer.
Antes de disparar nuestras críticas a los demás, asegurémonos de que hacemos lo correcto. Aun así, hay que evitar destacar los errores de los demás.

Tomado de la Matutina El Viaje Increíble.

REPOSO EN SION

¡Ay de los reposados en Sion, y de los confiados en el monte de Samaría, los notables y principales entre las naciones, a los cuales acude la casa de Israel! Amos 6:1.

La autocomplacencia y la indiferencia espiritual eran las características distintivas de los pueblos de Israel y de Judá en los días del profeta Amos. El profeta sentía intensamente en su corazón el peso del pecado del pueblo hebreo en su conjunto. Predicó sus mensajes proféticos a tanto a los habitantes del reino del norte como a sus paisanos del reino de Judá, gente, en su mayoría, orgullosa de su posición social. Confiaban más en sus logros que en el Dios de Abraham, Isaac y Jacob.


En aquella época, las clases hebreas más acomodadas estaban entregadas a la música, al placer y a los finos vinos que bebían. Tal como denuncia el profeta, dormían en camas de marfil, y no les preocupaban los pobres ni los afligidos. En su extraña y exuberante adoración, se olvidaban del sufrimiento de sus hermanos. Se aislaron de aquellos que estaban perdidos sin el conocimiento del Dios verdadero y en esclavitud. Inesperadamente, en medio de los banquetes y las danzas con las que se entretenían aquellos creyentes profesos, Dios les envió al profeta Amos con el siguiente mensaje: «¡Ay de los reposados en Sion y de los confiados en el monte de Samaría!» (Amos 6: 1).
Aunque vivamos más de dos milenios y medio después de aquella época, el mensaje del profeta Amos resulta especialmente pertinente para nosotros y para nuestro tiempo. Debemos ser cuidadosos para no caer en la complacencia e indiferencia del pueblo de Israel en los días de Amos.
Los actos de adoración en la iglesia no son el final de la gloria de Dios, son solamente el comienzo. Debemos salir para demostrar al mundo que hemos tenido un encuentro con el Altísimo. Ese mundo vacilante lleno de desigualdad, al borde de la eternidad, en el gran valle de la decisión, como si fluctuara entre el cielo y el infierno, necesita más que un nuevo CD o un libro: necesita una demostración de Jesucristo. A la puerta de nuestras iglesias hay una cantidad de obstáculos que mantienen a los perdidos fuera.
Cuídate hoy para que no te veas desviado de tu curso, del propósito para el cual hemos sido llamados como pueblo de Dios. Vigila todos tus pasos. No des lugar a la complacencia, ni dejes que las cosas de este mundo te distraigan de tu cometido.

Tomado de la Matutina Siempre gozosos.