sábado, 13 de agosto de 2011

UNA ALABANZA DIRIGIDA

Alabaré a Jehová en mi vida; cantare salmos a mi Dios mientras viva. (Salmos 146:2).

Alabar a Dios no es una tarea difícil. De hecho, toda la naturaleza alaba su Creador. Cada mañana tengo la dicha de que me despierten unos pequeños cantores, unos gorrioncillos que dan la bienvenida al nuevo día y agradecen a Dios de antemano por el cuidado que recibirán a lo largo de él. El danzar de las palmeras al son de la suave brisa, el titilar mágico de las estrellas, el zumbido de una abeja en su afanoso trabajo, lodo, todo proclama que hay un Creador que merece alabanza.
¿Por qué, entonces, resulta tan difícil que los humanos, seres extraordinariamente beneficiados por el misterio de la encamación, dediquen los talentos que el mismo cielo les ha otorgado para adorar a Dios?
El noble y sublime don de la música ha sido ultrajado por personas que han vendido su lealtad al enemigo y le prodigan alabanza situándolo en el lugar de Dios. La recreación sana que puede beneficiar al alma con una melodía de quietud y paz ha sido reemplazada por sonidos estridentes que alteran el sistema nervioso y provocan sensaciones y acciones reprobables. Hombres y mujeres pactan con el enemigo para lograr el éxito en su carrera musical.
Resulta sumamente difícil definir en nuestra época cuál es la música que rinde alabanza a Dios, pues las épocas cambian y con ellas los sonidos. Lo que para mí es una melodía sublime, para mis hijos es una canción de cuna, y lo que para ellos es una canción alegre, para mí se convierte en bullicio. Siendo que la música es uno de los dones más atacados por el enemigo, no debemos descuidar los principios establecidos por Dios, quien es el autor de dicho tálenlo.
Si la letra o la música de tu canto no te inspiran alabanza al Creador, puedes estar segura de que no lo estás adorando a él. Cuando te unas a tu congregación para elevar oraciones musicales, recuerda que los ángeles se unen a ti cuando tu alabanza es sincera y por amor.
La música te acerca más a Dios. Asegúrate de que sea al Dios correcto.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

UNA MUESTRA DE GRATITUD

Y vino todo varón a quien su corazón estimuló, y todo aquel a quien su espíritu le dio voluntad, con ofrenda a Jehová para la obra del tabernáculo de reunión y para toda su obra. Éxodo 35:21.

Si bien la fidelidad a Dios se manifiesta en la devolución del diezmo, la gratitud se demuestra a través de las ofrendas. Esta pauta que muestra que a mayor gratitud es mayor la ofrenda, se vio reflejada en los israelitas que fueron liberados por mano de Moisés del yugo egipcio. Por generaciones habían trabajado obligadamente bajo capataces en tareas de servidumbre, y esa dura esclavitud les amargó la existencia. No podían progresar económicamente, no tenían vacaciones ni feriados, ni tampoco podían respetar el sábado que sus antepasados habían venerado diferenciándose de las culturas idólatras. Simplemente trabajaban para que una nación extranjera se enriqueciera a costa de su esclavitud.
El Dios de sus antepasados se mostró como nunca lo había hecho y les dio la libertad sin ningún precio. Por medio de maravillosas obras, quebrantó a sus opresores y los despojó de sus bienes para dárselos a sus hijos. Fue en ese trayecto, antes de llegar a las cercanías de la tierra prometida, cuando se pidió a todas las familias del campamento que trajeran ofrendas voluntarias para construir el santuario. "Y vino todo varón a quien su corazón estimuló, y todo aquel a quien su espíritu le dio voluntad, con ofrenda a Jehová para la obra del tabernáculo de reunión y para toda su obra".
Día a día, hombres y mujeres agradecidos a Dios por la libertad recibida, agradecidos por tener sueños para el futuro y una vida digna de vivirse, llegaron a la presencia de Moisés con sus ofrendas, y trajeron tal cantidad que "Moisés mandó pregonar por el campamento, diciendo: Ningún hombre ni mujer haga más para la ofrenda del santuario. Así se le impidió al pueblo ofrecer más" (Éxo. 36:6).
Hoy también Dios te da libertad de vivir en Cristo sin el yugo esclavizador del pecado; libertad para que elijas tener un futuro en esta vida y disfrutar de la inmortalidad después que este mundo sea transformado. Y te pregunto: ¿Manifiestas tu agradecimiento a Dios por la libertad que te da? ¿Le muestras con tus palabras, con tus alabanzas y tus ofrendas, que estás feliz por lo que ha hecho por ti? Agradécele a Dios y testifica a todo el mundo lo agradecido que estás por la libertad que recibiste.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

¡SÍGUEME!

Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió. Mateo 9:9.

La Biblia es un libro que llama; una permanente invitación. Desde el Jardín del Edén, cuando Adán y Eva se escondieron del Padre y el Señor llamó: "Adán, ¿dónde estás?", hasta el último libro de la Biblia, que termina diciendo "Y el Espíritu y la esposa dicen: ven".
La Biblia, también, presenta la respuesta de las personas a la invitación divina: muchos aceptaron; otros rechazaron; hubo un tercer grupo, que postergó la decisión. Estos últimos, sin quererlo, pasaron a formar parte del primer grupo: no decidir es rechazar. El propio Jesús lo declaró: "El que no es conmigo, es contra mí, y el que conmigo no recoge, desparrama".
El versículo de hoy presenta el llamado de Mateo. Este hombre fue uno de los que se levantó y siguió a Jesús, sin vacilar. Aceptar la invitación de Jesús implicaba cambiar completamente el rumbo de su vida: él tenía una vida cómoda, dinero, empleo y buena posición social. Es verdad que el pueblo lo despreciaba por ser un funcionario público, pero eso no lo afectaba mucho; al fin de cuentas, tenía todo lo que el dinero es capaz de proporcionar. Pero, no era feliz. Tener no significa ser. Puedes tener abundancia de cosas, pero no ser un hombre o una mujer feliz.
Pero, Jesús llegó a Mateo y le presentó la invitación: "Sígueme". Y Mateo no lo dudó: se levantó, dejó todo y siguió al maestro. ¿Por qué tanta prisa? Porque Jesús "pasaba", afirma el texto; Jesús siempre pasa. En realidad, todo pasa en la vida, y las oportunidades también son pasajeras; se van y raramente vuelven. Bien, Jesús se iba, pasaba. Le presentó la invitación, lo llamó; pero se iba, continuaba su camino, y Mateo no lo pensó dos veces: se levantó y lo siguió.
¿Hace cuánto tiempo que Jesús te llama y tú postergas la decisión de seguirlo? ¿Cuántas veces más crees que el Señor te va a esperar? Recuerda que Jesús pasa. Y, aunque él te espera, la vida no lo hará; se irá, inexorablemente.
Acaba la primavera. Llegará el otoño; y después el invierno. Solo que, tratándose de las estaciones del año, tú sabes que la primavera regresará. Pero, con el corazón humano no sucede lo mismo: cuando se endurece, se endurece para siempre.
Por eso, hoy, decide hacer lo que hizo Mateo. Recuerda: "Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón