miércoles, 14 de diciembre de 2011

UN HOGAR ETERNO

Os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. (2 Pedro 1:11).

Hoy me he despertado a las tres y he elevado una oración de agradecimiento a Dios por su cuidado protector sobre mi hogar. Le he pedido que nos tome bajo su protección durante el día de hoy y que haga brillar su rostro sobre nosotros. Oro humildemente para que honre nuestra morada con su presencia y para que cada miembro de la familia experimente el poder de Dios «que convierte cada día el corazón y el carácter». Con palabras como estas, registradas en el libro A fin de conocerle (ver p. 145), se manifiesta la preocupación de una madre que, como tú y como yo, deseaba que su hogar pudiera ser trasladado al cielo. La imperiosa necesidad que sentía Elena G. de White de que Cristo fuese el huésped permanente de su familia le hacía interrumpir su sueño para clamar a Dios por su presencia.
Aunque sabemos que la presencia de Dios en nuestro medio es vital para nosotras, no siempre dedicamos tiempo para pedirla. El engranaje despiadado de las obligaciones, el trabajo y los compromisos, nos convierte en máquinas que no descansan. Agotadas, caemos sobre la cama y balbuceamos una oración a medias antes de afrontar las agitaciones del nuevo día. Satanás conoce bien el estrés con el que vivimos, y por eso está tranquilo.
Haz un alto en el camino. Saca a tu familia de la vorágine de esta montaña rusa y muéstrales la senda hacia el verdadero hogar, ese hogar que está más allá de los interminables galimatías del presente.
El pastor Ted Wilson contaba la anécdota de un cacique que debía elegir su sustituto entre tres aspirantes. Pidió a cada uno que apuntara a un ave que surcaba el cielo. «¿Qué ves?», preguntó a cada uno de los valientes cazadores. Todos aseguraron ver el ave, pero los dos primeros también vieron otras cosas, a diferencia del tercero, que soto veía el ojo del ave. Este llegó a ser el nuevo cacique. ¿Por qué? Porque no desvió su vista del objetivo.
Dedica tiempo a contemplar las mansiones eternas y vivirás en ellas eternamente.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

PODER PARA TERMINAR LA OBRA

Pedid a Jehová lluvia en la estación tardía. Zacarías 10:1.

Ayer vimos que antes de la venida de Cristo habrá en el mundo una gran proclamación de su regreso. También dijimos que esa predicación no puede realizarse si el Espíritu Santo está ausente. Hoy veremos las razones bíblicas para creer que habrá un segundo pentecostés para terminar con la expansión del evangelio.
Si recordamos el primer pentecostés, los apóstoles estaban reunidos en el aposento alto junto a una multitud de discípulos y creyentes. Oraban para que la promesa del Espíritu Santo fuera una realidad en ellos, y después de varios días, el Padre cumplió la promesa del Hijo. Por primera vez, el mundo vio un poder sobrenatural en la predicación del evangelio, y no eran uno o dos, sino que "fueron todos llenos del Espíritu Santo" (Hech. 2:4).
Con una convicción que solo proviene de Dios, cada uno comenzó a predicar "según el Espíritu les daba que hablasen" (vers. 4), y por el resultado de esa predicación tres mil personas fueron bautizadas (vers. 41).
En el campo hacen falta dos lluvias para que se logre la cosecha. La primera lluvia ayuda a germinar la semilla, pero la lluvia tardía hace madurar el grano y lo prepara para la cosecha. De igual manera Zacarías nos invita: "Pedid a Jehová lluvia en la estación tardía", para que al volver Jesús, la cosecha de almas esté madura.
En la actualidad, contamos con muchos avances científicos que facilitan las comunicaciones, pero el mensaje que debemos dar tiene que ir acompañado de poder para que los oyentes se decidan por Cristo. Si nuestro mensaje consiste solo de palabras humanas, simplemente será información en los oídos ajenos, pero si el mensaje proviene del Espíritu, se va a repetir un nuevo pentecostés. "Cerca del fin de la siega de la tierra, se promete una concesión especial de gracia espiritual, para preparar a la iglesia para la venida del Hijo del hombre. Este derramamiento del Espíritu se compara con la caída de la lluvia tardía" (Elena G. de White, Eventos de los últimos días, p. 190).
Muchos cometieron el error de mirar este momento profetice como un evento en el futuro lejano, pero es nuestro deber cada día orar para que Dios derrame su Espíritu. Lo necesitamos. Cada día debemos implorar con ferviente fe que seamos dignos de recibir el Espíritu Santo. Hoy, al comenzar tus actividades, recuerda pedirle al Padre que cumpla en ti la promesa hecha por Jesús de darte su Santo Espíritu.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

ENVIDIA

Y dijeron: ¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros? Y lo oyó Jehová. Números 12:2.

Sucedió en el desierto. De repente, sin motivo, los hermanos de Moisés se sintieron postergados, olvidados, relegados a un segundo plano, y dieron lugar a la envidia en su corazón. La envidia es terrible: es propio de la naturaleza humana, y todos, de una u otra forma, la llevamos dentro. Algunos, incluso, por doloroso que suene, corremos el riesgo de llevarla bastante afuera.
Allá, en el desierto, el Señor reprobó la actitud de Aarón y de Miriam. Ella quedó leprosa y, si no fuese por la intercesión de Moisés, tal vez habría muerto. ¿Cuál fue la disculpa de ellos, para anidar a la envidia en su corazón? La importancia que el pueblo le daba a Moisés: ¿Por qué solo a él? ¿Por qué no también a nosotros?
Ellos tenían su lugar: Miriam era la directora del coro de Israel, además de coordinar las actividades de las damas; Aarón era el sumo sacerdote. ¿No podrían haber desarrollado sus respectivos trabajos sin fijarse en el trabajo del hermano? Podrían haberlo hecho, sin duda, pero el problema de la envida es justamente ese: el envidioso vive enojado con todos, por sentirse inferior; y las otras personas ni siquiera advierten su presencia. Él deambula entre la gente, fijándose en lo que los otros tienen y él no tiene, en lo que ellos hacen y él no puede hacer. La vida pasa, y no se da cuenta de que ese sentimiento es, precisamente, el que lo hace cada vez más pequeño e insignificante.
Dios te confió algún don; trabaja con él para gloria del Señor. No mires los dones que Dios confió a los demás; en este mundo, hay un trabajo que solo tú puedes hacer, porque nadie más es igual a ti.
Tienes un nuevo día delante de ti. Sé feliz, haciendo el trabajo que sabes y puedes hacer; a fin de cuentas, este mundo es como un inmenso cuerpo, en el cual cada miembro es importante y en el que existe una misión para cada uno.
No pierdas el tiempo, queriendo hacer el trabajo de otro solo porque te parece bonito, encantador o más interesante. Si crees que nadie nota tu trabajo, sigue adelante. No esperes que tu satisfacción nazca del reconocimiento ajeno, sino del deber cumplido. Y recuerda que, un día, Aarón y Miriam dijeron: "¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?"

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón