domingo, 30 de enero de 2011

UNA CRUZ DE GLORIA

Porque somos faenas participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza de principio (Hebreos 3:14).

Ser participantes de la vida de Cristo es algo realmente maravilloso, pero al mismo tiempo peligroso. ¿Por qué? Si vemos a Cristo como el Dios que lo tiene todo: poder, fama, riquezas, honra y dominio, podría despertar en nosotras el deseo que. nació en Eva de ser como él. Pero si contemplamos a ese Cristo humilde, nacido en un pesebre, rodeado de animales, necesitado, carente de afecto, traicionado, vendido, herido y crucificado, nuestros pies no caminaran en pos de su gloria. Y es que muchas veces creemos que seguir a Cristo colmará nuestra vida terrenal de beneficios.
La experiencia cristiana nos proporciona cien veces más aquí en la tierra y al final la vida eterna, pero las palabras: «Llevad mi yugo sobre vosotros» (Mat. 11: 28), también son reales. ¿Cuál es el yugo que debemos llevar? A veces pensamos que nuestro yugo es un defecto de carácter, soportar a un esposo malhumorado, o tener mala salud.
El poeta Pedro H. Rodríguez escribió "La cruz de hierro", poema que narra la leyenda de un pobre caminante que cargaba una pesada cruz de hierro. Un día, cansado, se detuvo para pedir a Dios que cambiara su pesada cruz por otra más liviana. Su deseo lúe concedido y se le otorgó una cruz de rosas. Al cargar aquella cruz, comenzó a notar que tenía espinas que lo herían sin piedad. Volvió a pedir otra cruz, esta vez de oro, y de nuevo le fue concedida su petición. Orgulloso, llevaba aquella cruz cuando fue asaltado y golpeado por unos ladrones que lo dejaron medio muerto. Por fin el peregrino, volviendo en sí, exclamó: «Dios mío, ya no quiero ni las rosas, ni el oro. Devuélveme mi cruz. ¡Qué tonto he sido! ¡Dame mi cruz de hierro, que es mi mayor tesoro!».
¿Puedes sacar ni misma la moraleja de esta historia? Nuestra vida en esta tierra es preciosa a los ojos de Dios. Si retenemos nuestra confianza en él hasta el fin, no temeremos llevar la cruz sobre nuestros hombros. Ser cristiana puede resultarte en ocasiones una cruz muy pesada, pero es tu mayor tesoro.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

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