martes, 13 de septiembre de 2011

UN AMOR QUE ODIA

Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios. (2 Corintios 7:1)

La zarigüeya de Virginia es un mamífero pequeño pero con una gran estrategia de supervivencia. Este interesante marsupial puede permanecer completamente inmóvil durante más de seis horas, fingiendo estar muerto para evitar ser cazado; y si algo la toca, permanece indiferente hasta que se aleja el peligro y se siente de nuevo a salvo.
A veces el pecado actúa de forma parecida a la zarigüeya: permanece a nuestro lado inmóvil, completamente inerte, esperando que el cristiano baje la guardia y abandone su sistema de protección formado por la oración, el estudio de la Biblia y la testificación. Pero tal vez seamos nosotras mismas las que de vez en cuando nos parezcamos a estos animalitos: mientras Cristo nos llama mediante un buen sermón, mediante la lectura de un libro inspirador o a través de la música, nosotras permanecemos completamente inmóviles, esperando que pase de largo y nos deje vivir nuestra propia vida.
Es interesante destacar que la zarigüeya parece salir airosa de las situaciones de peligro, pero es solo de manera momentánea, pues pronto tendrá que hacerse la muerta de nuevo. Igual nos sucede a nosotras: si desviamos la vista y nos distraemos bajando la guardia espiritual, recibiremos rápidamente el ataque, del enemigo a través de tentaciones sutiles pero muy eficaces.
Aunque a veces bloqueemos la entrada al Espíritu Santo porque nos parece que no hacerlo pondría en peligro nuestro estilo de vida en el que tan cómodas nos encontramos, solo podemos hacerlo durante un tiempo, porque su amor incansable estará de nuevo tocando a la puerta para pedirnos entrar. Piensa en Pedro. ¿Cuántas veces negó la entrada del Espíritu Santo a su corazón?
No dejemos de mirar al cielo en busca de ayuda. Si nos mantenemos en contacto directo con Cristo, ni el pecado nos podrá derrotar ni tendremos una actitud indiferente ante el llamamiento divino. Sí, ten un amor que odia el pecado, sus trampas, astucia y maldad. Un amor que limpia, perfecciona y santifica. Que tu amor sea exclusivo para aquel que te amo y entregó su vida por ti.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

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