sábado, 24 de noviembre de 2012

EL OSO Y EL CAZADOR


Escrito está: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios». Mateo 4:4, NVI

Cuenta Michael Green que un cazador ya estaba a punto de disparar a un oso, cuando este, en tono amistoso, le pidió por favor que conversaran.
—¿No es mejor conversar que disparar? —preguntó el oso con voz conciliadora.
—Sí, claro —respondió el sorprendido cazador.
—¡Qué bueno que estamos de acuerdo en este punto! —dijo el oso—. ¿Qué es lo que usted quiere, señor cazador? Siempre hay la posibilidad de negociar.
—Pues, lo que quiero solo tú me lo puedes dar: una piel de oso.
—Eso se puede negociar —respondió el oso—. Usted quiere una piel de oso y yo, en cambio, deseo tener mi estómago lleno. Negociemos.
Entonces el cazador puso a un lado el rifle y se sentó con el oso para conversar.
Dice el relato que las negociaciones fueron todo un éxito: El oso quedó con el estómago lleno; y el cazador, abrigado con la piel del oso. Pero los testigos del hecho dicen que solo vieron al oso alejarse del lugar (adaptado de 1,500 illustrations for Biblical Preaching [Mil quinientas ilustraciones para la predicación bíblica], p. 76).
¿La moraleja del relato? Ten mucho cuidado de con quien «te sientas a negociar». Cuando en el desierto el tentador intentó convencer a Jesús de que llegaran a algún tipo de acuerdo, el Señor lo puso en su lugar con un «Escrito está».
El ejemplo de nuestro Señor nos enseña que cuando hay el más mínimo riesgo de comprometer nuestros principios, la conducta más segura es pararnos firmes en la plataforma de la Palabra de Dios. Por esta razón, de esa contundente victoria en el desierto de la tentación, escribió Elena G. de White en El Deseado de todas las gentes: «En presencia del universo, [Cristo] atestiguó que es menor calamidad sufrir lo que venga, que apartarse en un ápice de la voluntad de Dios» (p. 100).
Que todo el mundo sepa que cuando de principios se trata, tú no vas a negociar. Que el mundo sepa que conoces muy bien tus límites, y los respetas. Que conoces tu deber, y lo cumples. Y sobre todo, que tenga muy en claro que tu mayor preocupación es agradar a Dios y no a los seres humanos.
Padre mío ayúdame  a permanecer fiel a los principios de tu santa Palabra, no importa el precio que tenga que pagar.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

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