domingo, 16 de diciembre de 2012

UNA GRAN FAMILIA


Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. (Gálatas 3:28).

Nos tocó ir a trabajar a un remoto distrito en el estado Bolívar, en Venezuela. El mismo era un lugar totalmente desconocido para nosotros. Tristemente debo confesar que yo no estaba muy conforme con la idea de ir a aquel distrito; sin embargo, mi esposo estuvo animándome y convenciéndome con mucho tacto y amor.
Así fue como llegamos a trabajar a aquella región remota. Hoy puedo afirmar con toda sinceridad que ese año disfruté de una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida. El desafío era grande porque casi todas las congregaciones del distrito eran indígenas, con excepción de dos. Además únicamente se podía llegar a algunas de ellas por la vía fluvial.
Un día nos dispusimos a visitar una de las iglesias principales, que quedaba a una hora en automóvil, y luego a cuatro o cinco horas rio arriba, dependiendo de cómo estuviera el río. Fuimos todos, con mis dos niñas, que para ese entonces tenían cuatro y seis años de edad. Aquella fue una experiencia nueva e inolvidable para nosotros.
Después de una larga travesía por un caudaloso río donde únicamente veíamos agua, vegetación y cielo, llegamos al lugar, donde nos recibieron con mucho interés y gran cariño. Los hermanos nos hicieron sentir que estábamos en familia. Eso me llevó a pensar que nosotros, una familia de perfectos desconocidos, estábamos en medio de una selva a muchas horas de nuestro lugar de origen, en medio de gente que no conocíamos y que nunca habíamos visto, con costumbres y una lengua diferente, y sin embargo, sentíamos un calor cristiano que nos mostraba que estábamos unidos por un vínculo más fuerte que la raza, la lengua o el color de la piel. En verdad nos unía la sangre; pero era la sangre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Su sangre preciosa vertida en la cruz es la que nos ayuda a amarnos y a vernos como lo que realmente somos: iguales.
La próxima vez que te sientas sola piensa en la gran familia que somos y en lo hermoso que será conocernos todos en el cielo. Yo quiero estar allí ¿y tú?

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Mary Sena

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