domingo, 21 de marzo de 2010

LOS DESEOS DE TU CORAZÓN

Deléitate en el Señor, y él te concederá los deseos de tu corazón. Salmos 37:4.

¿Leíste bien? ¿No me vas a decir que este breve versículo no lo puedes atesorar en tu joven y ágil memoria? ¡Hazlo, vale la pena! Alégrate, el Señor te concederá, ¡las peticiones de tu corazón! ¿Cómo está tu corazón? Yo me pregunto todos los días por el estado del mío. ¿Estás seguro de que tu corazón, tu voluntad racional, es capaz de producir buenas peticiones?
¿Qué pasaría si Dios concediera todas las peticiones de todos los corazones que leyeran esta invitación? Te das cuenta que es necesario que haya algunas condiciones. La idea del texto de hoy se pone de manifiesto desde el primer versículo del Salmo. Allí se presenta una vez más el tema de la comprensión de la realidad en medio de un gran conflicto entre el bien y el mal. Las cosas, como dicen los jóvenes, «no son parejas». Y nos surgen muchas preguntas e inquietudes. ¿Recuerdas que ayer consideré las inquietudes de Habacuc? Uno muchas veces no entiende el éxito material de quienes «cometen injusticias» (vers. 1). El mismo Salmo nos invita a concentrarnos en lo nuestro: «Confía en el Señor y haz el bien» (vers. 3).
El texto de hoy, antes que invitarnos a presentar nuestras peticiones, nos invita a deleitarnos en el Señor. En el primero de los Salmos vimos que los hijos de Dios se deleitan en su Ley. ¿Cómo crees que serán las peticiones de un corazón que encuentra su deleite en Dios y en su Ley? Imagínate que entran a un centro comercial unos padres con sus hijos. Allí hay ropa, calzado, helados, material de la escuela, juguetes, equipos electrónicos y mucho más. Antes de entrar el papá les dice: «Hoy les voy a conceder todo lo que pidan». ¿Crees que es razonable correr un riesgo de tan grueso calibre? Por supuesto que no. Un padre con semejante invitación tendría que estar seguro del buen juicio, del espíritu abnegado, de las verdaderas necesidades de sus hijos.
No, nosotros no podemos «obligar» a Dios a actuar de manera que sus invitaciones no tengan sentido. Las invitaciones de Dios adquieren sentido cuando las responden corazones que están en perfecta armonía con él, porque se deleitan en él.

«La unión con Cristo por la fe viviente es duradera; cualquier otra unión debe perecer». MJ 116.

Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna

EL PERDÓN

He disipado tus transgresiones como el rocío, y tus pecados como la bruma de la mañana. Vuelve a mí, que te he redimido (Isaías 44:22).

La confesión sincera lleva finalmente al perdón, que, es sinónimo de justificación. Corno resultado de estos pasos anteriores, Dios ha prometido perdonarnos. Es recorfontante y animador saber que cuando vamos a Dios en busca de una solución para nuestro pecado, nos encontramos con un Dios perdonador. Por eso, el salmista se alegraba cuando decía: «Pero en ti se halla perdón» (Sal. 130: 4). No hay nada más devastador para el pecador, que llegar a la conclusión de que su pecado no tiene solución, y que Dios no puede perdonarlo. Si hay algo que resulta claro como el agua cristalina, es que el Dios de la Biblia se complace en el perdón.
El perdón divino es total y exige pocas condiciones. La Palabra de Dios nos asegura el perdón completo y absoluto de parte de Dios. El Señor usa algunas metáforas y analogías para asegurarnos que él se complace en el perdón de sus hijos. Dice el profeta: «¿Qué Dios hay como tú, que perdone la maldad y pase por alto el delito del remanente de su pueblo?» (Miq. 7: 18). «Tan lejos de nosotros echó nuestras transgresiones como lejos del oriente está el occidente» (Sal 103: 12). «Yo soy el que por amor a mí mismo borra tus transgresiones y no se acuerda más de tus pecados» (Isa. 43: 25). «Vengan, pongamos las cosas en claro —dice el Señor—. ¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!» (Isa. 1: 18).
Por eso, resulta intrigante que haya personas que piensen que Dios no las puede perdonar. Sí, lo que resulta increíble es que Dios perdone todos nuestros pecados, no importando cuáles ni cuántos hayan sido. Alguien podría decir que es demasiado bueno para ser cierto. Pero eso es lo que la Biblia nos dice. A esto fue para lo que vino Jesús. El ángel dijo que le pondrían por nombre Jesús, «porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mat. 1: 21).

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C

sábado, 20 de marzo de 2010

UN CANTO PARA DE DIOS

Aun así, yo me regocijaré en el Señor, ¡me alegraré en Dios, mi libertador! El Señor omnipotente es mi fuerza; da a mis pies la ligereza de una gacela y me hace caminar por las alturas. Habacuc 3:18,19.

¿Alguna vez pensaste que en el libro de Habacuc podrías encontrar una promesa tan hermosa? ¿Cuántas veces has leído este libro? El libro del profeta Habacuc es un tanto desconocido para muchos, jóvenes y adultos. ¿Cuándo fue la última vez que escuchaste una predicación basada en Habacuc? Quizá el texto más conocido de este libro lo habrás visto escrito en la pared de una iglesia «El Señor está en su santo templo, ¡guarde toda la tierra silencio en su presencia!» (Habacuc 2: 20).
¿Por qué no lees cómo comienza Habacuc su presentación? Después de su introducción en el primer versículo del libro, el profeta presenta su gran inquietud: «¿Hasta cuándo, Señor, he de pedirte ayuda sin que tú me escuches?» (1:2). Eso no es nada. ¿Qué te parece el atrevimiento del profeta en el versículo 13? «Son tan puros tus ojos que no puedes ver el mal; no te es posible contemplar el sufrimiento. ¿Por qué entonces toleras a los traidores? ¿Por qué guardas silencio mientras los impíos se tragan a los justos?». Reivindicativo, ¿eh? Y desesperado. Yo diría que incluso suena a acusación, pero, ¡contra Dios!
En el marco del gran conflicto en que vivimos, los tiroteos nos alcanzan y nos desesperamos. Queremos la intervención de Dios para que nada nos lastime. Ni los accidentes, ni la enfermedad, ni las rebeliones, ni las desilusiones. Olvidamos que nos hallamos en plena guerra, que nos movemos en territorio enemigo, que nos toca andar por un campo «minado».
En las respuestas de Dios hay verdaderas joyas del pensamiento bíblico: «Aunque parezca tardar, espérala; porque sin falta vendrá. [...] Pero el justo vivirá por su fe». «Porque así como las aguas cubren los mares, así también se llenará la tierra del conocimiento de la gloria del Señor» (Habacuc 2: 3, 4, 14). Y el profeta termina su breve libro con un canto. Lo inició en plan reivindicativo, pero lo termina cantando. ¿No nos pasa muchas veces lo mismo? Dios es amante y está dispuesto a confirmar nuestra fe cuando enfrentamos las grandes luchas del conflicto entre el bien y el mal.

«El hombre caído es el cautivo legítimo de Satanás. La misión de Jesucristo fue libertarlo de su poder». MJ 49.

Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna

LA CONFESIÓN AL PRÓJIMO

Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad (1 Juan 1: 9).

La confesión del pecado es solo un aspecto del plan de Dios para ayudar a solucionar el pecado y sus consecuencias en la vida humana. Frecuentemente, el pecado no es contra Dios solamente, sino que hay otras personas a quienes nuestras faltas pueden afectar. El plan divino de la confesión requiere, si ha de haber sanidad total, que se haga confesión, no solo a Dios, a quien ofende toda falta, sino también al prójimo.
Esta es la razón por la que la Palabra de Dios nos dice: «Por eso, confiésense unos a otros sus pecados [...] para que sean sanados» (Sant. 5: 16). La confesión tiene en sí el poder de restaurar heridas. Es parte del plan divino que los seres humanos arreglen sus problemas unos con otros, a fin de hallar paz con el prójimo y con Dios.
A veces es más fácil confesar a Dios nuestros pecados, que pedir perdón a quienes hemos ofendido. Hacer esto requiere humildad y valentía. Por eso, hay personas que evitan el encuentro con su prójimo al ir directamente a Dios. Pero el Señor sabe que eso no nos va a ayudar a solucionar plenamente el problema. Por eso recomendó: «Por lo tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofren¬da allí delante del altar. Ve primero y reconcilíate con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda» (Mat. 5: 23, 24). Dios no puede aceptar la confesión hecha a él si hemos pasado por alto a nuestro prójimo.
La confesión tiene otro aspecto difícil que hace que muchas personas la quieran pasar por alto. Cuando la falta es privada, debe confesarse privadamente; pero cuando la falta es pública debe hacerse públicamente. Si hacer una confesión privada requiere humildad y valor, la confesión pública lo requiere en mayor grado. Esta es la razón por la que no escuchamos muchas confesiones públicas.

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C

viernes, 19 de marzo de 2010

LA AYUDA QUE DIOS NOS OFRECE

Porque yo soy el Señor, tu Dios, que sostiene tu mano derecha; yo soy quien te dice: «No temas, yo te ayudaré». Isaías 41:13.

¿Le ayudo?», nos preguntan. «No gracias». Esa suele ser nuestra primera reacción.
Tendríamos que estar en verdadera necesidad para aceptar la ayuda que nos ofrecen o para pedirla. Nos da mucha vergüenza pedir ayuda. Ahora tenemos una solicitud de Dios: «¿Te ayudo?». El pensamiento completo de este acercamiento de parte de Dios comienza en el versículo cuando dice que Abraham fue su «amigo». ¡Qué legado el de Abraham! ¡Dios se acerca a su pueblo en virtud de la amistad con él! ¿Y por qué su amigo? Nada más porque Dios lo había escogido. Muchas veces nos acercamos a Dios recomendándonos a nosotros mismos. En la historia que contó Jesús acerca de dos adoradores, uno fariseo y el otro publicano, el primero se acerca recomendándose a sí mismo en virtud de sus buenas acciones. «A ver si ahora me escoges», parece decir. O más bien: «Me escogiste, y vengo a demostrarte que hiciste una buena elección».
El apóstol Juan nos recuerda que nosotros lo amamos a él porque «él nos amó primero» (1 Juan 4: 19). Pablo dice que «nos escogió en él antes de la creación del mundo» (Efesios 1:4). ¿Recuerdas a Adán y Eva en el huerto del Edén tratando de resolver su problema sin ninguna ayuda? Ellos mismos se hicieron delantales. Y así se hubieran quedado para siempre, a no ser porque escucharon un: «¿Te ayudo?», de parte de Dios. El hecho de que les haya hablado de la «descendencia» de la mujer nos indica que ya tenía un plan para el mundo recién creado. Juan lo reconoce cuando nos recuerda, en el texto más conocido de la Biblia: «Dios amó tanto a la gente de este mundo, que me entregó a mí, que soy su único Hijo, para que todo el que crea en mí no muera, sino que tenga vida eterna» (Juan 3: 16, TLA).
Estás identificado sin duda con el mensaje de Dios a la iglesia de Laodicea que se registra en el libro de Apocalipsis 3: 15-20. Es una descripción profética de los creyentes del último periodo de la tierra. «No me hace falta nada», una frase que resume la actitud de muchos cristianos del siglo XXI. «No te das cuenta...», les responde Dios. Acepta hoy la ayuda de Dios. Él sabe muy bien cuánto lo necesitamos.
«La oración pone al corazón en inmediato contacto con la Fuente de la vida, y fortalece los tendones y músculos de la experiencia religiosa». MJ 247.

Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna

LA CONFESIÓN

Quien encubre su pecado jamas prospera; quien lo confiesa y lo deja, halla perdón (Proverbios 28: 13).

El siguiente paso en el proceso de la justificación es la confesión del pecado. Uno se pregunta: ¿Por qué es necesaria la confesión? ¿No sabe Dios todo acerca de mí, que todavía necesito hacer una confesión? Es probable que la confesión haya sido ideada por Dios para darnos sanidad mental y espiritual. El pecado y su convicción producen tal daño en la conciencia humana, que nos destruye interiormente. Dios ideó la confesión como paso fundamental para emanciparnos del complejo de culpa, y capacitarnos para vencer el mal que hay en nosotros.
Para que la confesión cumpla estos propósitos, debe ser guiada por el Espíritu de Santo. Porque así como hay una confesión genuina, hay una que es falsa. La confesión arrancada a la fuerza, o la que se hace cuando hemos sido descubiertos y no tenemos otra alternativa, no es la confesión a la que nos guía el Espíritu de Dios. No tiene ningún valor sicoterapéutico, ni produce sanidad espiritual.
En el antiguo santuario hebreo aparecen ya los elementos básicos de una confesión genuina. Leemos: «Si alguien resulta culpable de alguna de estas cosas, deberá reconocer que ha pecado y llevarle al Señor en sacrificio expiatorio por la culpa del pecado cometido, una hembra del rebaño, que podrá ser una oveja o una cabra. Así el sacerdote hará expiación por ese pecado» (Lev. 5: 5, 6). La confesión debe ser voluntaria, estar basada en un genuino reconocimiento de culpa, ser específica y aceptar la provisión de expiación hecha. El culpable confesaba su pecado poniendo sus manos sobre la víctima, y luego la degollaba para la expiación de su pecado. Después de esta ceremonia, el oferente regresaba a su casa con una conciencia libre de culpa. La confesión le daba higiene y sanidad mental.
Cuando se hace una confesión precisa del pecado, ocurren varias cosas en la mente del individuo involucrado. Tiene que recordar lo que hizo, lo cual lo lleva a recordar hechos y circunstancias. Esto lo capacita para estar alerta la siguiente vez, y lo prepara para vencer.

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C

jueves, 18 de marzo de 2010

LA DINÁMICA DE COMPARTIR

Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús. Filipenses 4:19.

La aproximación del apóstol Pablo a los Filipenses da la impresión de que la hace desde una oficina en la que tiene la compañía íntima de Cristo, donde conversa con su Señor, al tratar de entender el misterio del plan de salvación; debate con él los problemas que se derivan del gran conflicto cósmico; ora con él, y se asegura de que tiene las palabras adecuadas para dirigirse a Dios. Desde esa intimidad, sabe muy bien de donde provienen las bendiciones.
Desde la intimidad con Cristo, el apóstol Pablo comparte con los creyentes de la iglesia de Filipos una promesa, la del texto que encabeza esta lectura devocional. ¿Te has detenido a pensar en la razón por la cual Pablo parece invitar a los Filipenses a asomarse a los almacenes del cielo? El asunto, al terminar su carta a esta iglesia, es la generosidad. Cuando damos, abrimos la mano; y cuando esta queda vacía, Dios tiene la oportunidad de volverla a llenar. Es una dinámica que nos hace partícipes de la acción favorita de Dios: Dar.
A partir del versículo 10 del capítulo 4 de la carta a los Filipenses, Pablo aborda la cuestión de la necesidad, de la abundancia, del contentamiento, sin importar las circunstancias. También presenta la dinámica en la que Cristo tiene toda la provisión. El apóstol Pablo en el versículo 13 hace aquella poderosa declaración, que debiera ser el lema de todo joven cristiano: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece», «Cristo me da fuerzas para enfrentarme a toda clase de situaciones» (TLA). Podría haber agregado: «Así, realmente no necesito a nadie». Sin embargo, la ayuda de los creyentes de la iglesia de Filipos estuvo presente en su dinámica de necesitar, dar, y compartir.
Todo lo puede en Cristo, sí, pero muchos de los dones de Cristo los recibió a través de los creyentes. ¡Esa es la dinámica! ¿Te das cuenta? Entrar al círculo de Cristo significa incorporarse a la dinámica de dar y compartir, es tomar conciencia de que todos nos necesitamos mutuamente. Es en estas circunstancias, con las manos abiertas para dar, que Dios promete llenarlas para suplir lo que falte.
«El dinero [...] en manos de los hijos de Dios es alimento para el hambriento, bebida para el sediento y vestido para el desnudo». MJ 308

Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna

ARREPENTIMIENTO GENUINO

Ten compasión de mí, oh Dios, conforme a tu gran amor; conforme a tu inmensa bondad, borra mis transgresiones. Lávame de toda mi maldad y límpiame de mi pecado (Salmo 51: 1, 2).

El hecho de que dios nos guíe al arrepentimiento nos habla de la incapacidad de los seres humanos para regresar a Dios. Por nosotros mismos no somos capaces de producir las condiciones necesarias para arrepentimos. Dios, por su Espíritu, tiene que guiarnos; y si accedemos a esa gula, va a producir en nosotros el arrepentimiento que él quiere.
Veíamos anteriormente que hay dos clases de arrepentimiento, el genuino y el falso. Dios quiere guiarnos al arrepentimiento genuino, que es el único que califica para que Dios nos acepte. Como nosotros no podemos arrepentimos por nuestra cuenta, cuando intentamos hacerlo caemos en un falso arrepentimiento, que Dios no aprueba. Eso fue lo que les pasó a algunas personas mencionadas en el relato bíblico. Forzaron un arrepentimiento sin la ayuda de Dios, y cayeron en el falso arrepentimiento. Dios es el único que capacita para el arrepentimiento verdadero.
Lo que sucede es que Satanás es el maestro del engaño y la falsificación, y hace creer a ciertas personas que están arrepentidas, cuando no lo están realmente. Ya vimos" que el falso arrepentimiento es una tristeza que se enfoca en la pena y el castigo, no en el pecado mismo. Por el contrario, el genuino arrepentimiento produce una tristeza por el pecado cometido, y le pide a Dios un nuevo corazón, es decir, una mente nueva.
El ejemplo clásico de un arrepentimiento verdadero lo hayamos en la experiencia del rey David: «Yo reconozco mis transgresiones; siempre tengo presente mi pecado. Contra ti he pecado, solo contra ti, y he hecho lo que es malo ante tus ojos; por eso, tu sentencia es justa, y tu juicio, irreprochable [...]. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me alejes de tu presencia ni me quites tu santo Espíritu» (Sal. 51: 3, 4, 10, 11). «Efectuar un arrepentimiento como este, está más allá del alcance de nuestro propio poder; se obtiene solamente de Cristo» (El camino a Cristo, p. 23).

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C