lunes, 24 de agosto de 2009

LA MAYOR BATALLA

Jehová, no se ha envanecido mi corazón, ni mis ojos se enaltecieron; ni anduve en grandezas, ni en cosas demasiado sublimes para mí. salmo 131: 1

El Salmo 131 es un cántico que expresa una confianza infantil y una humilde resignación. El salmista había cultivado la autodisciplina hasta el extremo de no luchar ya por el puesto más elevado. Una victoria en verdad maravillosa, pues en los problemas que dice que ya había vencido encontramos nosotros los mayores conflictos: No se ha envanecido mi corazón. En la escuela de la experiencia el salmista tuvo que renunciar al orgullo y al egoísmo, y ello lo volvió humilde y manso. Los individuos grandes a la vista de Dios son profundamente humildes. Cristo afirmó que entre los nacidos de mujer no había otro mayor que Juan el Bautista (Mat. 11:11). Sin embargo, fue uno de los hombres más humildes. Juan alcanzó la cima de la abnegación (Juan 3i 30). Solo es verdaderamente grande el que es de veras humilde (Jer. 45: 5). Lo que está más cerca del trono es el estrado de la humildad. ¡Qué difícil es para nosotros luchar contra los deseos de un corazón que busca su propia gloria! Por eso dice Elena G. de White: «La guerra contra nosotros mismos es la batalla más grande que jamás se haya reñido. Rendir el yo, entregando todo a la voluntad de Dios, requiere una lucha. Ahora bien, para que el alma sea renovada en santidad, ha de someterse antes a Dios» (El camino a Cristo, p. 66). Gracias a Dios, el mismo poder que hizo que David pudiera decir «no se ha envanecido mi corazón», puede ayudarnos a nosotros a hacer lo mismo. Ni mis ojos se enaltecieron. Otra victoria de David, obtenida en la lucha que tuvo que librar para salvar su vida. Una de las señales más notables del orgullo del corazón es esta característica de los impíos: «Los ojos se les saltan de gordura» (Sal. 73: 7). Los «ojos enaltecidos» (Prov. 6: 17) son una de las siete cosas que el alma de Jehová abomina. Librarse de un corazón altivo es imposible humanamente. Pero el mismo que hizo que David pudiera decir «ni mis ojos se enaltecieron» puede ayudarnos para que podamos decir lo mismo. Ni anduve en grandezas. Otra de las grandes luchas de la vida. Muchos de nosotros no andamos en grandezas porque no podemos. Si pudiéramos, me temo mucho que si lo haríamos. El que rehusa voluntariamente andar en grandezas ha alcanzado un alto nivel de discernimiento y victoria espiritual. Por eso mismo es notable nuestro texto de hoy. Busquemos nosotros también esa victoria.

Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.

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