lunes, 6 de junio de 2016

DÉJATE ALCANZAR

Cuando aceptemos que no hay mayor amor que el de Dios, podremos dar el primer paso hacia una vida extraordinaria. Charles F. Stanley

Una estación de radio informó del robo de un vehículo. La policía estaba haciendo una búsqueda a través de los medios de comunicación porque, en un asiento del auto, el propietario había dejado una caja de galletitas rociadas con veneno. Iba a usarlas para matar ratas. Tanto el propietario como la policía necesitaban alcanzar al ladrón no para recuperar lo robado, sino para salvarle la vida. Irónicamente el ladrón estaba huyendo de las mismas personas que intentaban ayudarlo.* Algo similar nos sucede a veces con Dios.
Dios, a través de nuestra conciencia, de su Palabra y de otras personas, intenta a toda costa rescatamos del pecado. Pero nosotras, quizá por miedo al compromiso, o hallándonos estancadas en un sentimiento de culpa que no logramos superar, huimos de esa misma persona que puede damos la solución. Huimos a través de una vorágine de ocupaciones, diversiones y compañías que nos permiten mantener la conciencia cauterizada.
Mientras, nuestra salvación corre peligro. De alguna manera vemos esa búsqueda insistente de Dios como una llamada a cuentas, o como algo que nos resta libertad, pero esto es simplemente porque nos falta conocer las verdaderas intenciones de quien nos busca; intenciones de rescate.
¿Confiamos en las intenciones de Dios? ¿Tenemos la seguridad de que quiere lo mejor para nosotras; de que, a través de las dificultades, pruebas y decepciones de la vida, pretende llevamos a una relación íntima con él?
No nos quedemos estancadas en una rutina que ve a Dios como teoría, pero no lo vive como realidad. Dejémonos alcanzar por él, con la seguridad de que quiere lo mejor para nosotras. Eso es lo que significa Gálatas 2:19, 20: “La vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo por mi fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí. Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí. Y la vida que ahora vivo en el cuerpo, la vivo por mi fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí”.
“Confía de todo corazón en el Señor y no en tu propia inteligencia. Ten presente al Señor en todo lo que hagas, y él te llevará por el camino recto” (Prov. 3:5, 6).

* Charles F. Stanley, Livmg the Extraordmary Ufe [Viviendo la vida extraordinaria] (Tennessee: Nelson, 2005), p. 1.

Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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