martes, 18 de enero de 2011

EL HERMANO QUE SE QUEDÓ

Entonces se enojó, y no quería entrar. Lucas 15:28.

Ayer nos referimos al "hijo que se fue" y hoy nos ocuparemos del hermano que se quedó. Lo que sabemos de este hermano es lo siguiente: compartía el mismo padre del hijo pródigo y creía que no estaba perdido; durante muchos años había trabajado en los campos de su padre y jamás lo había desobedecido. Así que se enojó y no quiso entrar a la fiesta cuando se enteró de que su hermano había regresado y nunca aprovechó las bendiciones de su padre para alegrarse con sus amigos.
¡Qué triste la vida la de este muchacho! Obediencia, trabajo y sumisión; pero todo eso sin alegría. La parábola no nos dice por qué lo hacía, pero deja entrever que además de no amar a su hermano, no era feliz con la vida que llevaba. Se sentía obligado a trabajar, pero no lo hacía por amor a su padre. Para colmo no lo conocía, ya que cuando le reprochó, "nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos", el padre le contestó: "Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas" (Lúe. 15:29, 31). De esta parte de la parábola podemos sacar dos lecciones espirituales para nuestras vidas:
1. Si no amas a tu hermano, estás perdido "dentro de la casa". El hecho
de permanecer en el hogar al lado de nuestro Padre no nos hace salvos.
Debemos permanecer a su lado por amor, y ese amor debe demostrarse amando a nuestros semejantes. Juan confirma esto al decir: "Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso" (1 Juan 4:20). ¡Qué distinta hubiera sido la parábola si nos dijera que este hermano se alegró y entró a la fiesta! ¿Y si dijera que lo amaba
tanto, que no aguantó estar en su casa y salió a buscarlo?
2. Estar en casa da felicidad. Estar con Dios produce alegría en el corazón y esa alegría nos impulsa a servirle. Quien cree que estar con Dios es llevar una vida aburrida y desabrida es porque no lo conoce.
En diferentes momentos de la vida cristiana podemos ser el hijo que se fue, o el hermano que se quedó, ya sea porque nos alejamos de nuestro Padre o porque no nos gusta estar a su lado; pero en ambos casos se vive así porque no se conoce totalmente al Padre. Quien conoce al Padre por experiencia no lo abandonará jamás, porque la vida en su casa es una delicia. Su amor, sus bendiciones, su aceptación, todo lo que representa la casa del Padre despierta gozo y paz interior que llevan al ser humano a superarse y a luchar por seguir a su lado.
Hoy no pierdas la oportunidad. Procura conocer más y más al Padre celestial, y tu corazón se llenará de una felicidad que solo tú la podrás describir.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuela

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