viernes, 22 de abril de 2011

LA DULCE SEGURIDAD DEL PERDÓN

El volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados. Miqueas 7:19.

Todos los pecados son iguales a la vista de Dios. Su divina gracia derramada en la cruz hizo provisión para cubrir el pecado del rencor como también el del violador o asesino en todos los casos en que haya un verdadero arrepentimiento. No importa el daño que se haya hecho, cuan bajo se haya caído, cuan terrible sean las consecuencias, la sangre de Jesús es suficiente para limpiarnos a todos.
Pero para los seres humanos hay grandes diferencias entre un pecado y otro, no solo por las consecuencias sociales que tengan, sino también a nivel de la conciencia.
Un hombre que conocí en una clase de Escuela Sabática, pidió que oráramos por él y su sentido de culpa. Hacía muchos años, cuando vivía en un barrio peligroso de Buenos Aires, un hombre airado le apunto y le disparo con su arma. Como el también estaba armado, se tiró al suelo, dio un giro, y disparo con tal puntería que le dio a su agresor en la frente. Todo el asunto fue a juicio y la corte encontró a este hombre inocente, ya que el otro había disparado primero y el había actuado en defensa propia. Pero aunque el jurado lo hallo sin culpa, su conciencia no le daba paz por haber matado a un hombre. Muchas noches, después de aquel trágico suceso, revivía en pesadillas la escena del homicidio, y no sabía qué hacer para perdonarse y sentir alivio espiritual.
Dios no desea que nos encontremos en ese grado de angustia y desesperación por nuestros errores, y quiere que vivamos Felices sabiendo que podemos empezar de nuevo. Su amor, su misericordia y su perdón son tan infinitos como el mismo, y están al alcance de todos aquellos que con espíritu manso y humilde llegan a su trono de gracia. Todos los pecados tienen solución, todos pueden ser perdonados por Dios.
El profeta Miqueas procure ilustrar el perdón divino, y yo lo imagine del siguiente modo: Todos los humanos viajamos en un gran barco trasatlántico. Cada uno lleva sobre sus hombros una pesada bolsa de pecados, pero llega el Salvador y nos pide esa gran bolsa. Luego de tomarla en sus manos, la arroja "en lo profundo del mar". Esa bolsa se hunde para siempre y nadie tiene el poder para volver a tomarla.
El perdón divino también está a tu alcance, y el Dios de amor quiere concedértelo para que tengas paz y alivio espiritual. Nunca dudes de su perdón, porque el que realice la promesa se entregó por ti en la cruz para solucionar el problema del pecado.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

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