domingo, 31 de julio de 2011

VICTORIA FINAL

Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra. Filipenses 2:10.
Llovía en San Pablo, la noche en que un avión de la línea TAM se salió de la pista, en el momento del aterrizaje; atravesó la avenida Rubem Berta y se estrelló contra las construcciones del otro lado. En el trágico accidente, murieron casi cien personas.
Me llamó la atención la reacción del familiar de una de las víctimas: "¡Dios no existe! ¡No puede existir, si permite una cosa de estas!", decía a gritos delante de las cámaras de televisión.
La gente herida reacciona de este modo ante el sufrimiento; es una manera muy humana de enfrentar el dolor. Sin embargo, en ese momento el enemigo debió haber soltado una carcajada, en la inmensidad del universo, pensando que había ganado la batalla. Él provocó el dolor, y quien llevó la maldición fue Dios.
Siempre fue así. Todo lo que te hace sufrir y abre impiadosamente las heridas de tu corazón, es provocado por el enemigo. Su propósito es hacerte volver en contra de Dios. Así fue con Job. Su historia contiene la teología del dolor. El enemigo le quitó todo y lo dejó en la peor situación, enfermo de sarna desde los cabellos hasta los pies. La propia esposa le dijo: "Maldice a Dios y muérete". Pocos seres humanos llegaron a las profundidades del sufrimiento como Job. El relato es explícito al mostrar que el diablo provocó todo esto, con la intención de que Job pensase que el dolor provenía de Dios.
La obsesión del enemigo es "probar" que Dios es injusto, duro y cruel con sus criaturas. Y, sin importar el método que tenga que usar para alcanzar sus objetivos, los usará.
Sin embargo, el texto de hoy afirma que llegará un día en que toda rodilla se doblará, reconociendo que Dios tenía razón y que las acusaciones del enemigo eran falsas.
Mientras ese día no llega, deposita toda tu confianza en Dios. No permitas que las ondas agitadas del mar de esta vida hagan vacilar tu fe. Busca a Jesús todos los días, convive con él cada instante, cuéntale tus tristezas y dificultades. Y permite que él enjugue tus lágrimas.
Un día, entonces, junto con los redimidos de todos los tiempos, levantarás las manos hacia el cielo, para recibir a tu Salvador. Y ese día verás: "que en el nombre de Jesús se dobla toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón

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