jueves, 13 de octubre de 2011

DESEO DESMEDIDO

No codiciarás... cosa alguna de tu prójimo. Éxodo 20:17.

El último mandamiento es considerado por algunos el resumen de los otros nueve. En este caso, Dios no prohíbe ningún tipo de acto visible a los ojos humanos, sino que apunta directamente a las intenciones del corazón. La raíz de la transgresión de algunos de los mandamientos anteriores se debe al quebrantamiento del precepto que dice: "No codiciarás".
La codicia, es el deseo desmedido por obtener algún bien que pertenece al prójimo; y es un pecado oculto a los ojos humanos. Mientras Lucifer vivía en el cielo, germinó en su corazón la codicia, y llegó a dar un fruto terrible: el pecado. Este ser majestuoso había sido creado con dones y talentos preciosos a la vista de los seres celestiales. "En el cielo, antes de su rebelión, Lucifer era un ángel honrado y excelso, cuyo honor seguía al del amado Hijo de Dios. Su semblante, así como el de los demás ángeles, era apacible y denotaba felicidad. Su frente alta y espaciosa indicaba su poderosa inteligencia. Su forma era perfecta; su porte noble y majestuoso. Una luz especial resplandecía sobre su rostro y brillaba a su alrededor con más fulgor y hermosura que en los demás ángeles" (La historia de la redención, p. 13).
Todos estos regalos que este ángel poderoso había recibido, no despertaron agradecimiento ni humildad ante su Creador, sino que codició la majestad celestial. Lucifer se dijo a sí mismo: "Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo" (Isa. 14:13, 14). Por ese deseo diabólico de llegar a ocupar un lugar que no le correspondía, Satanás introdujo el pecado en el universo.
Desde que el pecado llegó a nuestro planeta, la codicia se alojó en el corazón humano. La codicia de los grandes y poderosos ha acarreado guerras, asesinatos, robos, familias destruidas y dolor en diferentes escalas. Muchos, impulsados por una ambición pecaminosa, han traspasado los límites morales para irrumpir en la vida de miles, llevando angustia y desolación.
Pero, a pesar del daño que haya producido este pecado, Jesús vuelve a invitarte para que le entregues tu vida. Solo él, la Majestad divina, puede otorgar santidad, sanidad y el desarraigo completo de la codicia.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

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