sábado, 19 de noviembre de 2011

LA HORA DEL SERMÓN

El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan, Pablo les enseñaba, habiendo de salir al día siguiente; y alargó el discurso hasta la medianoche. Hechos 20:7.

Hacía unos meses que habíamos dejado la universidad y con mi esposa nos encontrábamos trabajando en un colegio adventista. Como los sábados en ese colegio funcionaba una iglesia, le pidieron a ella que atendiera al grupo de Primarios. Mi esposa aceptó gustosamente y después me hizo un pedido: "David —me dijo— estas aulas funcionan los días de semana como colegio, pero el sábado tienen que funcionar como aulas de iglesia. ¿Es posible que comencemos a venir 30 o 40 minutos antes que comience la escuela sabática? Así preparo el aula y la dejo en condiciones". No fue de mi mayor agrado su pedido, ya que los sábados, en esos años, los aprovechaba para dormir unos minutos más. Pero como vi que el pedido era razonable y que la preparación del aula era más importante que mis minutos de sueño, accedí.
El primer sábado llegamos realmente temprano, y después de dejarla en su aula, fui caminando despacio hacia el templo. Totalmente vacío, sentí que era el momento oportuno para conversar con Dios, así que me arrodillé y le pedí que ese sábado me ayudara a concentrarme en su Palabra, y que el mensaje que diera el predicador pudiera ser de ayuda para mi vida espiritual.
Ese sábado ocurrió un milagro. Al terminar la predicación, muchos decían que "no les había gustado", que "había estado aburrido" o que "el tema no era entretenido". Quedé extrañado, porque yo había disfrutado cada palabra dicha por el predicador.
¿Qué había pasado? Dios había cambiado mi actitud hacia el culto, y había puesto toda mi atención y mi esfuerzo por atender y aprender lo que se estaba diciendo. Al finalizar, me sentía realmente bendecido porque tenía la seguridad de que el Espíritu Santo había guiado el mensaje.
Con cuánta razón la mensajera del Señor nos aconsejó: "Cuando se habla la palabra, debéis recordar, hermanos, que estáis escuchando la voz de Dios por medio del siervo que es su delegado. Escuchad atentamente" (Joyas de los testimonios, t. 2, p. 195). Supongo que los cristianos de Troas estaban viviendo este consejo, ya que Pablo "alargó el discurso hasta la media noche", y como estaban interesados, "habló largamente hasta el alba" (Hech. 20:11).
Dios quiere comunicarse contigo por medio de la Biblia, de la naturaleza y de la exposición de su Palabra. Procura oír "la voz de Dios por medio del siervo" que prédica, y la bendición celestial llenará cada rincón de tu corazón.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

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