domingo, 6 de febrero de 2011

ACEPTÓ SER EL SEGUNDO EN EL REINO

Y le dijo: No temas, pues no te hallará la mano de Saúl mi padre, y tú reinarás sobre Israel, y yo seré segundo después de ti; y aun Saúl mi padre así lo sabe. 1 Samuel 23:17.

Qué hermoso sería un mundo donde el éxito ajeno produjera alegría y satisfacción en los demás. Algunas veces, especialmente en los corazones inconversos, el éxito de otros produce envidia. La envidia es la tristeza causada por el bien de otro, y fue lo que nació en el corazón de Lucifer cuando Dios Padre exaltó al Hijo por sobre todas las huestes creadas.
Fue envidia lo que sintió Saúl cuando volvió de la guerra con los filisteos y las jóvenes israelitas corearon: "Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles... Y desde aquel día Saúl no miró con buenos ojos a David" (1 Sam. 18:7, 9). Impulsado por la envidia, persiguió y procuró la muerte de David, uno de sus más fieles soldados, solo porque estaba alcanzando el éxito que Dios quería darle. La envidia del rey hizo que David pasara varios años como prófugo y peregrino, víctima de traiciones y desengaños, ocultándose de la "justicia" de su época como si fuera un criminal.
Jonatán podría haber adoptado el mismo sentir de su padre y traicionado a David para evitar que el reinado saliera de la familia. Podría haber engañado a su mejor amigo para ayudar a Saúl y terminar con la amenaza de un usurpador del reino.
Pero, ante la evidencia del favor de Dios en la vida de David, en lugar de rebelarse contra la voluntad divina, Jonatán se alegró con el éxito de su amigo e hizo un pacto con el que sería el rey de Israel. Se conformaba con que David tomara el primer lugar en el reino y él fuera el segundo, y la Biblia confirma que en varias oportunidades salió en defensa de su amigo para protegerlo de la tiranía de su propio padre.
En nuestros días, el pecado de la envidia persiste en muchos corazones y las razones son diversas y hasta inexplicables. Están los que sienten envidia porque su amigo es muy inteligente y avanza a paso veloz en sus estudios, o también aquellos que envidian la prosperidad material del otro, la belleza, la conquista de un amor o simplemente la felicidad ajena. El diablo continúa obrando hasta el presente en las personas para que la envidia arruine y manche amistades que podrían haber sido una bendición para ellos.
Jonatán no permitió que este pecado lo dominara y se alegró porque David iba a ser el rey de Israel. Hasta hoy, su gran ejemplo nos inspira a cultivar amistades genuinas y desinteresadas, porque en el corazón donde reina Jesús no puede existir la envidia. El verdadero amigo jamás sentirá pesar por el éxito del otro.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuela

No hay comentarios:

Publicar un comentario